Introducción

La psicoterapia de pareja se está difundiendo mayormente en la teorización y en la práctica del movimiento psicoanalítico aún cuando permanecen muchas diferencias entre los varios modelos de referencia (Eiguer et alii 1984; Puget, Berenstein 1989; Scharff, Scharff, 1991; Losso, 1993, 2000; Nicolò, 1996; Norsa, Zavattini, 1997; Rusczczynski, 1993; Kernberg, 1995; Fisher, 1999; Grier, 2001; Santona, Zavattini, 2005).

Todavía, según mi opinión está apareciendo una imposición de fondo que resiente aún más, ya sean las versiones, más relacional o más intersubjetiva, del concepto de identificación proyectiva (Fonagy, 1999, 2005), ya sea del encuentro con el paradigma del apego (Clulow, 2000).

Aludo en particular, al presupuesto que el estado interno de un sujeto esté regulado a través de su relación con el otro, por lo cual es posible hipotetizar que cuando una pareja se forma es una alianza ganadora y debemos preguntarnos si eso muestra un logro evolutivo ligado al proceso de individuación / separación y del monitoreo afectivo recíproco o si es «la puesta en acto» de una relación interna que puede desear ser tranquilizada a través de una modalidad regresiva o puede, paradojalmente, buscar una frustración (Zavattini 1988).

En segundo lugar debemos interrogarnos sobre el uso que se está haciendo de la relación en cuanto tal, lo que podría ser llamada la cualidad del sentido del nosotros (Norsa, Zavattini 1997; Zavattini, 2001) del cual la pareja es portadora y que indica que proximidad a los sentimientos de diferenciación se pone en evidencia en el modelo psicoanalítico, y que necesita prestar atención también al sentimiento de pertenencia. Del mismo modo es importante subrayar que la lógica del la intervención presupone una superación de la lectura meramente individual asumiendo aquello que ha sido llamado el estado mental de la pareja (Morgan, 2001) lo que, a su vez, presupone el tema del paciente y la relación(Rusczynski, 1993).

En cada caso, cualquiera sea la modalidad del setting, se precisa tener en cuenta que viene a constituir un campo bipersonal compartido (Baranger, Baranger 1969) entre los partenaires de la pareja y el terapeuta/s lo que influencia sobre el plano del «hic et nunc» la configuración de los símbolos y de los contenidos de la sesión.

 

 

Sobre el setting de la pareja

Afrontando más detalladamente la característica del setting de la pareja se puede echar luz que el modelo aquí señalado (Norsa, Zavattini, 1992; Zavattini, 1998) se caracteriza por una frecuencia de una vez por semana y hace preveer una adhesión a la lógica psicoanalítica:

a) en primer lugar con referencia al tema del contenido y de la suspensión de la acción.

En este sentido se diferencia de la técnica sistémica con la pareja, ya sea porque no tiene como objetivo el cambio de las reglas interactivas (redundancia pragmática), ya sea porque no levanta su prescripción, asignación de tareas, reestructuraciones de la experiencia en sesión.

b) se puede además precisar que durante la fase de evaluación nos preocupa sobretodo escuchar, observar y recibir el impacto de los problemas de la pareja siguiendo, el principio de la abstinenciasegún la práctica psicoanalítica, evitando luego formular juicios, plantear reaseguros y sobretodo evitando enrolarse por uno o por el otro partenaire de la pareja.

La actitud o postura mental del terapeuta cuya impronta en un «setting interno» de suspensión del juicio y de escucha atenta a la comunicación entre ambos permite rediseñar una «lectura» de la dinámica afectiva de la pareja come lugar electivo de las modulaciones de las relaciones internas de lo singular, por lo cual se busca privilegiar en la escucha la fantasía compartida en la pareja y las atribuciones recíprocas de las emociones y afectos. En este sentido, aunque no rígidamente, cada discurso individual es escuchado en términos de pareja como perteneciente a un campo intermedio inconscientemente compartido.

c) el instrumento principal es la interpretación y tiene como «entrada» la representación y como estrategia terapéutica, o bien como teoría del cambio o «disparar», la modificación de las relaciones internas.

El uso de la interpretación tiene relación ya sea con la comprensión de los significados profundos «dentro» de la narración de los hechos del presente y del pasado de parte de los dos miembros de la pareja en sesión, ya sea con la fantasía o sueños que puedan ser llevados a la misma (Lupinacci, Zavattini, 2004 a).

Es necesario que los terapeutas comprendan la teoría personal sobre sí, sobre el cónyugue y sobre su relación con la que cada uno brinda una explicación personal del estado de incomodidad y malestar. O sea la representación que cada uno se ha hecho de la propia penuria y de la de la pareja.

d) otro parámetro en común con la técnica psicoanalítica clasica es la comprensión de la transferencia y de la contratransferencia, aunque indudablemente un setting que prevee la co-presencia de los dos partenaires presenta esa peculiaridad.

Hago referencia a lo que aparece compartido en la literatura sobre el tema: o sea que los dos cónyugues vienen «trayendo» ya su propia transferencia, o sea que la relación de pareja puede ya estar descripta de por sí como una relación transferencial.

En esta perspectiva se puede hipotetizar que en el trabajo con la pareja existen dos niveles (Eiguer, 1996):

  • la transferencia entre los dos miembros de la pareja, o transferencia de pareja.
  • la transferencia sobre la pareja terapéutica

La co-presencia de estos dos aspectos parece peculiar y particularmente arduo el trabajo con la pareja respecto al trabajo con pacientes individuales. En particular, en el trabajo con la pareja puede ser más difícil para un psicoanalista mantener una «posición separada» y «equilibrada» (Morgan 2001) sobretodo sobre el plano del arreglo mental, respecto al riesgo de caer en una colusión y confusión en aquello en lo que cada uno de los partenaires expresa algo que parece justo o razonable.

Esto parece particularmente precioso en el uso atento de la contratransferencia como capacidad de reflexionar «sobre aquello que esta ocurriendo» mientras se está «dentro de aquello que está ocurriendo».

 

 

El espacio triangular

El último punto expuesto a la luz merece una ulterior atención teniendo en cuenta la reflexión clínica de estos últimos años que ha subrayado de un lado que el verdadero objeto de atención debería ser la relación de pareja en cuanto tal y del otro lado que el psicoanalista de pareja debería tener siempre en la mente la relación de fondo como apego mental.

El concepto mismo de relación implica la ampliación del espacio psíquico, en el sentido que no nos encontramos solamente con el espacio psíquico individual interno, por lo tanto «imaginario», no material, por psíquico refiero donde la relación se desenvuelve en los mundos internos, con sus objetos, las emociones que allí se encuentran y estrechan. El triángulo parece la figura geométrica que mejor se presta para describir alguna de las estructuras fundamentales de la relación de pareja y en general permite seguirlos a través de los cambios y la dinámica (Lupinacci, Zavattini, 2004 b).

Varios autores, en realidad, aunque según sus posiciones no completamente equivalentes, como Britton (1989) y Emde (1991), han subrayado que aquello que caracterizaría el Complejo Edípico es el «sentido de exclusión», semejante a aquél sentimiento que el niño experimenta cuando comienza a comprender que las otras dos personas, por las cuales se interesa están envueltas en una relación de intimidad que lo excluye. Este descubrimiento representa no obstante un elemento catalizador de extrema importancia para el despertar psíquico, en cuanto permite al niño tener experiencia de la relatividad.

Como es notorio la capacidad de tolerar la ligazón entre los padres ofrece al niño la posibilidad de empezar a aprender que son tipologías diferentes de relaciones, de las que, de algunas de las cuales serán siempre excluidos, en otras incluidos y algunas otras que podrán crear por sí mismosLlegado a adulto el integrante de una pareja depende emotivamente no solo de la continencia recíproca que se ofrecen sino también del estado de la relación que juntos contribuyeron a crear.

En esta perspectiva se podría pensar en un triángulo conyugalcomo «creado por cada uno de los partenaires y de su relación como tercer elemento», en el sentido que la relación puede tener la propia identidad en conjunción con aquella de sus miembros. En otros términos se puede pensar en la relación de pareja como en en una entidad por sí misma que podría interferir o no con las necesidades e intereses personales de sus dos integrantes.

Por otra parte el triángulo conyugal puede presentarse como desequilibrado a pérdida de uno de los miembros de la pareja, o bien para la valorización de la intimidad de la relación conyugal puede ser sustituida por las funciones confiadas a un hijo respecto a ser una suerte de amalgama de la pareja (Zavattini, 2004).

El sentido de la triangularidad puede a veces oscilar en el ciclo vital de una pareja o en la historia de una relación afectiva intensa. Podemos así pensar que cuando dos están en una relación afectiva significativa de paridad viene a crearse una situación geométrica más compleja de aquella lineal uno a uno.

Es en este sentido, como ya lo he dicho, que el triángulo puede ser la figura geométrica más apropiada para simbolizar – y así ayudar a pensar – el concepto de tal relación sentimental, asimismo porque la diferente reciproca posición del vértice entre ellos, cambia en mucho el valor de la figura entera. Podemos tener así triángulos equiláteros o escalenos según sea la posición y distancia de los dos vértices, vale decir de los partenaires respecto a un vértice de referencia R: la relación.

En otros términos la organización psíquica de la pareja, puede ser una muestra de una dimensión armónica, ‘equilibrada’ en el apuntalamiento, en la cuál se reconozcan las diferencias y el sentido recíproco de pertenencia, o bien se instaure una ‘dimensión escalena’ donde o uno u el otro de los miembros de la pareja puede dominar o controlar la relación respecto del otro que, inconscientemente, puede convivir, pero igualmente sufrir y todo el sistema de la relación se vuelve desequilibrado y cargado de sufrimiento.

En fin, como han observado varios autores (Ruszczynski, Fisher 1995; Fisher 1999) el otro posible tercero es el psicoanalista de pareja, aún en sus confrontaciones puede ser sostenida una dependencia en su función de «testimonio y «garantía» de esta triangularidad. Puede generar un gran temor que el psicoanalista no asegure aquella función «ecuánime» que garantice un sentido de paridad y de reconocimiento individual.

Se puede agregar que es necesario lograr mantener una «equilateralidad» (equilibrio de semejanza) el que creo va más allá del importante concepto de neutralidad, porque hay que cuidar de no tomar el lugar del tercero, aquí entendido como la relación entre dos personas, lo que a menudo viene asignado al analista.

Llamaré a ésta una función de equilateralidad respecto a una visión monádica según la cual cada partenaire «actualiza» sobre la relación un objeto interno (propio de sí o/del otro) o una fantasía sobre la «pareja interna». Si la independencia es contemporáneamente la dependencia del otro y de la relación como tercero puede ser por el contrario, observada por una tercera posición (Britton, 1989), lo que puede acarrear un retiro progresivo de las proyecciones con la posibilidad de arribar a relaciones más realistas.

 

Conclusiones

Aquello que he querido subrayar en este ensayo es la necesidad de introducir una lógica de fondo que permita el trabajo interpretativo en la terapia de pareja centrándolo sobre el aspecto circular que el desajuste psíquico presenta frente a la explicación del tipo lineal del cual los pacientes son portadores.

Uno de los primeros objetivos del trabajo clínico con la pareja es de hecho la posibilidad de contener y modular el ansia subyacente a la tendencia típica de una pareja litigiosa y atribuir el propio desajuste al comportamiento o a la intención del otro, sin alcanzar a ver eficazmente el rol activo que cada uno ejercita en el ligamen. En términos más estrechamente psicoanalíticos significa desalojar el campo de las identificaciones proyectivas cruzadas, en particular hacer ver como el otro está inserto en una ‘constante relacional negativa’ y la función que tal aspecto, aparentemente ilógico y de auto-sabotaje, asume en el nivel del equilibrio interno y del modo de tratar las emociones.

Se puede también precisar que en el trabajo clínico con la pareja el objetivo no es aquél de enseñar a interrumpir o a eliminar las proyecciones, pero sobretodo entender como se forman y hacia donde conducen las proyecciones. Esto indica lo complejo del proceso de resolución del splitting y de las proyecciones a través de la re-integración de las partes escindidas de sí.

James Fisher a tal propósito observa«… se podría decir que el objetivo coligado a ver una pareja como tal podría el de ayudar a cada miembro a reconocer estas proyecciones y descubrir como estos aspectos de sí son sentidos y tolerados. El proceso de reconocimiento de estas proyecciones y el reconocerlas como aspectos de sí, es el corazón de aquello que algunas veces describimos como «reapropiación o «reintroyección»de las proyecciones, un objetivo central en el trabajo terapéutico con una pareja» (Fisher 1999).

El estilo interpretativo adoptado, en el ámbito de las intervenciones en el curso de la terapia, buscará, como estrategia de fondo, reconducir luego a cada uno a las razones profundas de la propia temática identificatoria personal, ya sea el parecer más conocedores los dos cónyuges de las temáticas internas del otro. En este sentido vale la idea según la cual la técnica de interpretación debería tomar el doble aspecto dado de las dimensiones «repartidas» y de las dimensiones más ligadas a la dinámica de lo singular en el sentido de poder elaborar una interpretación que atraviese la dinámica de la colusión y de la identificación proyectiva recíproca (Zavattini, 2001).

Esto significa asumir una lógica de fondo que se puede llamar función de equilateralidad en la cual se tenga en mente la «relación» señalando con tal referencia un uso prudente de la transferencia y una notable atención a la contratransferencia. En esta dirección la contratransferencia es el elemento fundamental para el mantenimiento del setting, o, si se prefiere, el setting interno es el lugar de la contratransferencia.

En realidad, como escribe Mary Morgan (2001), – lo que hace al concepto de «tercera posición» de Britton (1989) -, es un importante factor de continencia de la pareja que es representado por un particular arreglo interno del terapeuta y esto es la posibilidad de asumir el «estado mental de pareja», que «comprende mucho más que el tener entre ellos al partenaire en mente. Se trata sobretodo de tener en mente la relación o sea aquella posición interna que permite estar subjetivamente implicados entreambos partenaires, pero al mismo tiempo, en lo externo a la relación y observar a la pareja en su interacción.

El «estado mental de pareja», del terapeuta solicita gradualmente la formación de un analogo estado mental en los miembros de la pareja, en la medida en la cual para cada uno de ellos será posible empezar a percibir por sí mismo, las necesidades del otro y l relación entre ellos. Este es uno de los objetivos de la terapia de pareja y el hecho de proseguir en esto puede comportar un aligeramiento de las recíprocas y rígidas identificaciones proyectivas que han constituido ya sea un elemento de parálisis de los aspectos dinámicos de la pareja, ya sea un elemento intrusivo, o comun que de una fuerte interferencia negativa, en la psiquis de los eventuales hijos.

Se crea así una relación objetal del tercer tipo en el cual se es testimonio y comprime una tercera posición de la cual es posible observar las relaciones objetales y, una vez estabilizado resulta también posible reflexionar sobre el ser observado. Así el espacio triangular que se intenta crear en la relación, abre también el camino a la conquista de una dimensión de la mente más compleja respecto al modelo lineal de contenido/continente. En esta dimensión de la mente ampliada, una persona no es más solo beneficiaria de la contención, sino las necesidades del otro y las necesidades de la relación pueden y deben ser tomadas en el sentido de reconocer que son dos iguales que tienen entre ambos derecho a beneficiarse del proceso de continencia y del enriquecimiento de parte del otro y de la relación. O bien, como decía James Fisher (Fisher, 1999), significa pasar de una modalidad de relación narcisística a una relación objetal .

El objetivo terapéutico debe ser por este motivo entendido como posibilidad de restablecer la correcta funcionalidad de la relación que es aquella que garantiza un «Sentido del Nosotros» coligado a la experiencia más constructiva y reparadora del Sí y de los esquemas que caracterizan la colusión, de modo de favorecer un Sí autónomo, separado, y más integrado, así como una comprensión «tomada en directo» de aquello que se ha confiado a la relación como sentido de pertenencia.

 


Trabajo traducido del italiano por Lic. Irma Morosini 

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Resumen

 

En el ensayo se delinea el perfil del setting relativo a la psicoterapia psicoanalítica de la pareja echando luz en que la lógica de la intervención presupone una superación de la lectura meramente individual, en la idea que el paciente y la relación y que la dinámica y configuración de las configuraciones de los símbolos y de los contenidos de la sesión son leídos respecto a un campo bipersonal compartido entre el partenaire de la pareja y el terapeuta/s. Se llega finalmente al delineado del concepto de espacio triangular y la necesidad de que el terapeuta asuma un «estado mental de pareja».

Palabras claves

Psicoterapia de pareja, setting, espacio triangular. 
  

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Giulio Cesare Zavattini

Prof. Ordinario di Psicodinamica di coppia con elementi di psicoterapia, Università degli Studi di Roma «La Sapienza», Psicoanalista S.P.I e I.P.A, Membro Associato Society of Couple Psychoanalytic Psychotherapists (London).