Con frecuencia en las sociedades occidentales, asistimos a explosiones de violencia especialmente en los jóvenes, y particularmente en los adolescentes. Episodios previos de ostentación y pendencieros; violentos comportamientos en grupos y en la escuela; actos de vandalismo o manifestaciones dañinas hacia su propia persona, como escarificaciones, piercing u otros daños semejantes; o quedar atrapados por juegos violentos en Internet, son sólo algunos de los episodios que necesitan una adecuada comprensión.
Estos fenómenos no parecen ser la simple expresión de mecanismos referidos a la falta de una satisfacción directa, o bien, a una identificación con el agresor. Estos mecanismos, – los que hemos usado hasta ahora para explicarlos -, parecen ser más complejos.
Hay una enorme confusión alrededor de estos fenómenos. Operando una gran simplificación, hay que distinguir entre agresividad y violencia, y entre violencia y sadismo.
Muchos adultos, y en particular muchos padres, se lamentan por los comportamientos violentos de sus hijos adolescentes; a menudo ya en la primera consulta, comprendemos que ellos están hablando sólo de aspectos agresivos con los cuales el adolescente está intentando separarse, viviendo un duelo evolutivo o usando la agresividad para definir su propia identidad y subjetivarse. Los padres muy ambivalentes hacia la individuación/separación de los hijos viven como agresivos estos momentos de separación, que tal vez se connotan como de real agresividad.
Por estas problemáticas, el adolescente necesitaría de una respuesta como la descripta por Winnicott en el articulo “El uso del objeto”, una respuesta en la que el progenitor frente a las amenazas agresivas del hijo que le dice “te mato” fuera capaz de contestarle “mira, muero” y un minuto después decirle:”estoy vivo”. Con este tipo de respuesta, el progenitor reasegura al adolescente acerca de la natural existencia de su agresividad, pero lo desilusiona respecto de su omnipotencia destructiva, afirmando, como dice el mismo Winnicott, el sentido de la realidad, de la cual el adolescente necesita desesperadamente.
Estamos así en el ámbito de la agresividad sana que yo considero cerca de la sexualidad, una de las instancias organizadoras de la adolescencia (Nicolò, 2006).
Aunque la distinción entre violencia y sadismo podrá parecer evidente a primera vista, en algunas situaciones estos dos fenómenos se superponen. Creo que la distinción sustancial reside en el placer presente en las situaciones sádicas, ligado a la necesidad de poder sobre el otro y en el inducir un sufrimiento/placer que puede asumir características de erotización y que falta en las situaciones de violencia. Aunque asistimos tal vez a patologías límites, confusas entre el funcionamiento violento y el sádico, o donde la violencia puede estar llena de aspectos sádicos.
En otros casos la evolución ulterior de personalidades violentas hacia características sádicas, depende no solamente de la organización de la personalidad sino también de factores ocasionales que pueden hacerse estructurales, como por ejemplo, debido a los sucesos traumáticos que el adolescente pueda atravesar.
Como muchos otros autores, Glasser ha distinguido entre sadismo y violencia maligna, y por otra parte, la violencia protectora. Meloy (1992) ha distinguido también entre violencia de la presa predatoria y violencia afectiva, y entre violencia autopreservativa y sadismo o violencia dañina (1985). Esta última forma se encuentra en las personalidades psicopáticas y es una violencia planificada, anafectiva y programada, mientras la primera representa una reacción a una amenaza real o imaginada. Yo trataré este último aspecto, la violencia afectiva, dado que, según mi opinión, esta es la violencia que generalmente caracteriza a los jóvenes actualmente, tanto singularmente como reunidos en bandas.
A causa de la naturaleza fisiológicamente traumática de los procesos evolutivos del adolescente, como por ejemplo la integración del cuerpo sexuado y el replanteo narcisístico objetal, la normal agresividad, – que como decía es una de las instancias organizadoras de este período de la vida -, puede generar un efecto desencadenante, si entra en colisión con episodios traumáticos anteriores, que pueden haber caracterizado el funcionamiento familiar de aquel adolescente.
Se genera así la precipitación de un doble trauma. El joven violento intenta desembarazarse del proceso traumático que no consigue elaborar, atacando a un enemigo o a cualquiera que le proporcione la ocasión, dado que sobre él ha proyectado partes vergonzosas del Si mismo (Nicolò…)
Este proceso le permite un alivio temporal, ya que puede funcionar como muro de contención contra el breakdown (derrumbe) (Nicolò…) y sobre todo le organiza una identidad negativa, construida sobre la omnipotencia, la negación de la dependencia, la autosuficiencia.
La violencia en este período de la vida tiene como finalidad inconsciente la definición de la identidad y se convierte así en la tentativa de diferenciarse y definirse también contra el otro o contra la realidad. La violencia confiere una sensación de fuerza y potencia, debido a factores de la historia personal; ya sea por las dinámicas propias de la adolescencia, el muchacho se siente en peligro y teme la pasividad. Los acting out violentos contrastan así con las vivencias depresivas o las angustias identitarias que estos jóvenes no consiguen integrar o elaborar y en un solo acting out calman las tensiones y los conflictos internos y externos, evitando el peligro temido, cuya elaboración ni el adolescente ni los padres consiguen hacer .
Comprender el funcionamiento familiar
Entre los diferentes factores que contribuyen a la génesis del comportamiento violento en los jóvenes y en los adolescentes, el funcionamiento de la familia es ciertamente uno de los más importantes. Pero ¿qué sucede en las familias donde hay un adolescente violento? En la familia vista como un contexto de aprendizaje emocional y afectivo, el adolescente ha aprendido desde el origen de la vida, mecanismos de defensa transpersonales e interpersonales específicos, con los cuales trata de defenderse de la angustia y del dolor mental. En estas familias, el acting out, la concretización, la incapacidad de concebir el tiempo, la dificultad de contener las tensiones, de controlar los impulsos y por sobre todo la dificultad de pensar, son algunas de las características más frecuentes y conocidas. Esta específica calidad de la vida familiar, humilla y desconoce las necesidades específicas del adolescente, determinando una situación donde una identidad violenta se convierte en la única respuesta posible para sobrevivir en ese contexto.
Conocemos ahora bastante acerca de algunos de los mecanismos que inducen en las familias la repetición de estos patterns violentos. Sabemos con certeza que a menudo los padres maltratantes han sido ellos mismos hijos maltratados.
La identificación con el agresor, la disociación, la negación, son mecanismos extensamente descriptos en los casos de maltrato, abuso y violencia.
“A menudo la disociación está mantenida también por el funcionamiento familiar, por la necesidad de mantener el secreto sobre las violencias y sobre todo, sobre los abusos. Existe así una identidad aparente y una identidad real de la familia y de las personas implicadas, que están en contradicción. El niño aprende modalidades de funcionamiento particular, sobre todo a no reconocerse como un ‘sujeto dotado de derechos en cuanto persona’… se determina un enorme hueco entre el niño imaginado en la mente de los padres y el real que ellos tienen delante; y por razones diferentes el niño abusado se hace invisible al padre abusante y a la madre que no lo protege, mientras el niño maltratado es desconocido en sus necesidades. Todo esto llevará a un adulto, que a su vez abusa o maltrata, a casi no tener plena conciencia del significado de sus actos. Y es esta invisibilidad, este desconocimiento es uno de los aspectos más patológicos de este funcionamiento.” (Nicolò,…)
Esta necesidad negada, no vista o reconocida en su identidad, siempre se amplía y se hace explosiva en la adolescencia, porque lo que la amplifica son las necesidades de base, específicas de esta edad.
a) EI funcionamiento regresivo e indiferenciado.
Sin embargo, hay otro aspecto que me parece crucial focalizar en este contexto, y esto es el hecho de que los comportamientos violentos son expresión de una regresión, tanto individual cuanto familiar, a un nivel mental y organizador más primitivo.
En una de las películas mas impresionantes que tratan los temas de la violencia en el grupo de los adolescentes, «;El señor de las moscas »; asistimos a un progresivo deterioro del funcionamiento y de las relaciones en un grupo de adolescentes que están en una isla desierta, náufragos por un accidente. Se asiste rápidamente a funcionamientos de grupo, tipo ataque y fuga; al emerger el líder, surgen supuestos básicos de dependencia mesiánica, generando una grave regresión paranoide. Los individuos más razonables quedan marginados y hasta son asesinados.
El miedo a la soledad, al sentirse inermes frente a las dificultades, y la necesidad de definirse defensivamente con una identidad fuerte, gesta una adhesión no pensada al funcionamiento del grupo. Se genera así – como la llama Amati Sas, usando la teoría de Bleger-, “una regresión defensiva a un estado de ambigüedad” que nace de la violencia y provoca violencia. El ahondamiento de este punto, me parece útil para explicar lo que pasa en estas situaciones, donde el adolescente repite con el grupo de los iguales, algunas de aquellas actitudes y comportamientos complejos que habían caracterizado el funcionamiento de su familia de origen.
La hipótesis de Bleger retomada por Amati Sas, se refiere a la existencia de un núcleo ambiguo depositado en el entorno, que se hace portador de los aspectos más indiferenciados del sí mismo. Un residuo de la indiferenciación primaria quedará siempre en cada objeto maduro.
Afirma Amati que “Cuando hay cambios bruscos sea por movimientos repentinos del contexto depositario, sea por crisis en la vida del sujeto (emigración, o duelo, por ejemplo) la movilización de la ambigüedad que ha perdido su depositación puede manifestarse como incertidumbre o angustias de diferentes tonalidades”.
La violencia y los traumas determinan después una regresión defensiva sobre el plano intersubjetivo.
Según Amati Sas, el conformismo y la incapacidad de crítica, están en correlación con la existencia de esta ambigüedad usada por el Yo, gracias a su cualidad mimética con la obnubilación y la indiferencia “como un escudo para proteger su estructura, esta regresión provoca una gran alteración de las relaciones humanas y, sobre todo introduce el error, la paradoja, la ambigüedad”.
Esta equivocación, además de la maleabilidad y la penetrabilidad que la violencia induce, sabotea el proyecto identificador del sujeto (Aulagnier) además de la dimensión ética y moral.
Según una terminología que me parece más familiar, diría que en esta familia y en los vínculos entre estas familias y el adolescente violento, existe una regresión a un nivel primitivo y poco diferenciado, que es uno de los niveles siempre presentes, pero no activos en el funcionamiento de cada familia. Ya que la violencia amenaza el sentido de seguridad del Sí mismo, la necesitad de pertenencia, de distribuir con el otro y el miedo al aislamiento, se incrementan defensivamente determinando una regresión hacia formas primitivas del funcionamiento tanto individual como del grupo familiar.
En esta situación la subjetividad de los miembros, y en modo especial la del adolescente, se vuelve una amenaza. La violencia de uno o de ambos padres, el desconocimiento de la misma y la mala comprensión de las necesidades reales de los hijos, ha creado una atmósfera de inseguridad, por las cuales la equivocación (de la que hablan Bleger y Amati Sas), la mentira y la confusión (por usar la terminología de Meltzer, pag.58) predominan como modalidades de funcionamiento y de identificación. El cinismo respecto del valor de la verdad envenenará la ética de las relaciones familiares y se destruirá así cada deseo de aprender.
Este tipo de funcionamiento hace problemática la relación de estos adolescentes con el grupo de pares, dado que ellos tienden a repetir, también con los coetáneos, la dinámica de desconocimiento, ataque- huída, sumisión- mentiras, que caracteriza sutilmente su familia. Ya que la equivocación, la ambigüedad y la mentira atacaron su identidad, ellos tienen que exhibirla e imponerla para mostrar que la tienen y al mismo tiempo, carecen de instrumentos reales internalizados para pensar en diferenciarse y así subjetivarse. Esto determinará fácilmente su adhesión pasiva a grupos de iguales organizados como banda. En este clima no hay diferencias y por eso no hay culpables y víctimas, pues todos comparten el mismo funcionamiento, donde el borramiento de límites y fronteras, permite todo. No hay duelo sino sólo omnipotencia y por eso rechazo del Edipo. Este tipo de funcionamiento y de identificación es pre edípica, arcaica e inespecífica.
Un muchacho de 17 años, que ha sido tratado por mí en sesiones familiares, debido a episodios pendencieros en la escuela respecto de muchachos más pequeños y dificultades de comportamiento en su casa, relata un sueño en una sesión después de 8 meses de tratamiento: “Estaba en una casa desconocida que era su casa. Lo llamaban a comer e iba, pero se daba cuenta con estupor que sus familiares tenían una cara irreconocible. Parecían enmascarados dentro de una especie de media de nylon que los convertía a todos en iguales”. Este aspecto parece espantarlo. Impulsado por su hermana más pequeña, asocia la media de nylon a episodios que ha visto en una película o que había oído narrar, sobre robos, pequeños hurtos y varios actos delincuenciales que lo excitan. Los padres parecen desvalorizar el contenido del sueño, como también los problemas del hijo. No consiguen salir de la idea de que las sesiones son en realidad sólo una ocasión para mostrar su rabia, su desilusión hacia un hijo que según ellos, no obedece.
En este ejemplo, la segunda piel, que en el sueño se muestra metafóricamente en las medias de nylon que cubre la cara de los familiares, es un instrumento que vuelve a las personas indiferenciadas y esta anulación de la identidad se conecta con la anulación del sentido de responsabilidad, por lo que no se puede reconocer quién hace una acción. Junto al sentido de indiferenciación regresiva que caracteriza el funcionamiento de estas familias y al desconocimiento – identidad equívoca -, otros mecanismos intervienen desde el inicio de estos procesos y se correlacionan con los mencionados.
b) El funcionamiento según la lógica del más fuerte
En otro caso, Fabio de 20 años, una buena parte de las sesiones durante el primer año de tratamiento fueron organizadas sobre el descubrimiento y escarnio de mis errores o de mis ignorancias y competencias. El esquema repetitivo residía en intentar hacerme caer en algún error o bien vencerme sobre el plano de la dialéctica. En la sesión familiar, descubro que esta tendencia se presenta muy marcada en el padre quién humilla al resto de la familia con su habilidad retórica y erudición, pero también la madre, quién es profesora de la universidad, entra sutilmente en colusión, en una especie de diversión sádico y humillante hacia el interlocutor. El efecto de tal actitud sostenida con el correr de los años, lleva a ambos hijos a rechazar hablar en la vida cotidiana con el padre o la madre. El padre, jurista, está siempre pronto para decir la última palabra sobre el bien y el mal, sobre qué se debe hacer o no se debe hacer. Se descubrirá con el tiempo, su pasado de mujeriego incorregible, con pesados episodios de humillación con su mujer, quien por ejemplo antes y después del parto del primer hijo estaba sola, mientras el marido -quién afirmaba tener pesados compromisos laborales, estaba en realidad con otra mujer.
Estos breves ejemplos clínicos muestran como tales familias están caracterizadas por la obediencia y el padecimiento de humillación por parte del más fuerte. La regla es sufrir o hacer sufrir. En las situaciones extremas de familia gang no hay diferenciación entre los padres, ni entre padres e hijos sobre el plano de los límites y de la capacidad de contención.
Una persona que se halla en tal condición mental –dice Meltzer- no es capaz de pensar, «pero es muy hábil para explotar los pensamientos de los otros y por finalidades diferentes de aquellos concebidos al principio» (pag. 89). El pensar está por eso deteriorado, y es utilizado como instrumento de poder. La función paterna es despótica y paternalista y a causa de la corrupción de la instancia paterna, se deriva la sensación de que no existe justicia.
Uno de los adolescentes vistos por mí, estaba muy orgulloso de atacar a la policía, desplazando al exterior la rebelión que sentía hacia el padre y sostenía que la verdadera justicia era atacar al poder corrupto.
No había diferencia entre robar y ser despojado y usaba por eso el término “tomar”, pero tomar o hacerse tomar era del todo casual y considerado por él como un acontecimiento poco importante. En el caso de éste como de otros jóvenes, las provocaciones y las crisis de rabia y violencia lo caracterizaban, así los amigos le llamaban locoporque se enfadaba a menudo y los atormentaba. Sus crisis tenían la finalidad de querer cuestionar de nuevo esa escisión en un punto específico de ruptura y de estimular al ambiente para hacer lo mismo. Tal vez estos actings pueden ser considerados comunicaciones de aspectos del progenitor, los que el joven lleva consigo sin elaboración. Tal vez podemos asistir a la repetición de escenarios traumáticos reales, que según el punto de vista de Winnicott tendrían el objetivo de forzar al ambiente originario a respuestas diferentes de aquellas dadas al principio. Tal vez podemos también descubrir la fantasía de la existencia de una dimensión de pureza idealizada, y cuando los actings empiezan a recortarse, en ciertos casos verificamos la tentativa de reparación de los daños y de restauración de un aspecto puro, como el paciente que ponía a los otros siempre “en jaque” y que ahora hace voluntariado entre los homeless (personas sin hogar)
Como dice Winnicott: “El actuar de estos pacientes constituye la alternativa a la desesperación. La mayoría de las veces el paciente se siente sin esperanza… y vive en un estado de depresión o de disociación que enmascaran el estado de caos que sobrevuela de continuo” (Winnicott, 1984, ob.cit.) Yo creo que la violencia y el actuar antisocial deben ser estimados y diferenciados con cuidado, pero siempre representan una comunicación.
Revisión de la traducción al castellano realizada por la Lic Irma Morosini
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