Una frontera es una marca que delimita territorios. Los separa a la vez que los instituye como diferenciados. En tanto traza que posibilita el pasaje, el contacto con el otro lado, conforma una zona de transición entre lo uno y lo otro: un país y otro, una provincia y otras, o dos lenguas que se distinguen a partir de un borde.
Curiosamente, al referirnos a los pacientes fronterizos remarcamos cierta dificultad en la instauración y eficacia de sus fronteras. En ese caso, los límites excesivamente porosos entre el yo y los otros expresan cierta labilidad en la identidad a la vez que un relativo desconocimiento de la otredad. Fronteras adentro, predomina un funcionamiento proclive a las escisiones, a una dinámica de fragmentos desligados entre si.
Y, más curiosamente aún, esta modalidad a la vez denota características cada vez más frecuentes entre los habitantes de esta era de la fluidez que parece haber descartado la compactación de lo identitario.
La práctica psicoanalítica actual, poblada de este tipo de problemáticas, nos invita a trasponer los bordes teóricos y psicopatológicos que demarcaban nuestra tarea en épocas en que nos movíamos – o tal vez eso creíamos- en el terreno conocido de las neurosis.
Hace ya tiempo que nuestra clínica no se deja apresar en las mallas del trípode neurosis-perversión-psicosis y nos interroga en los basamentos mismos de nuestro quehacer.
Es por eso que la noción de organizaciones fronterizas no constituye una nueva nomenclatura a ser acoplada a las estructuraciones clásicas. Tampoco conforma una zona de tránsito a mitad de camino entre dos cuadros -neurosis y psicosis- claramente delimitables entre si.
Ni entidad claramente circunscripta ni mera zona de intermediación, la problemática fronteriza nos convoca a revisitar buena parte de nuestras categorizaciones psicopatológicas. Además, porque ciertas modalidades de lo fronterizo parecen entremezclarse con funcionamientos de tipo neurótico, a punto tal que a menudo no podríamos distinguir de modo tajante neurosis de organizaciones fronterizas. Aún más: buena parte de los análisis de pacientes neuróticos transitan tarde o temprano por situaciones “fronterizas”, tal como lo ha señalado René Roussillon. (1995)
Si Freud mismo planteó en los comienzos del psicoanálisis la coexistencia de aspectos neuróticos, perversos y psicóticos en todo sujeto e insistió además en señalar los bordes indiscernibles entre neurosis y normalidad, las problemáticas relativas a lo fronterizo nos colocan una vez más frente a la necesidad de conmover clasificaciones nosográficas y encasillamientos conceptuales que, en tanto tales, comprimen la diversidad y la complejidad del acontecer subjetivo.
De todos modos, surge una pregunta crucial: ¿cómo se construye un psiquismo caracterizado por una predominancia de estas problemáticas ligadas al fracaso parcial de la diferenciación yo/no-yo? Nuestro interrogante acerca de las denominadas organizaciones fronterizas habrá de extenderse, pues, hacia el mundo intersubjetivo, aquél que anticipa, aloja y brinda las condiciones inaugurales de posibilidad para la emergencia subjetiva del recién nacido.
Pero esto no es todo. ¿Cómo demarcar los bordes entre psicopatología y producción social de subjetividad, entre “enfermedad” y malestar en la cultura? ¿Cómo distinguir funcionamientos “patológicos” de modalidades subjetivas que cobran cada vez mayor protagonismo en la actual escena social y que podrían corresponder a novedosas conformaciones subjetivas acordes al actual y cambiante imaginario colectivo?
Es sabido que las concepciones acerca de lo sano y lo enfermo varían a lo largo de las épocas y las sociedades. No sólo eso: cualquier noción acerca de lo patológico remite a cierta idea de salud o normalidad que es consonante con los ideales y mandatos de su tiempo. Así es que toda cultura oferta un abanico limitado de modalidades subjetivas estimuladas y socialmente reconocidas, con su contrapartida de consignas y restricciones de época sancionadas desde el superyó de la cultura.
Así, en la actualidad la velocidad, el pragmatismo, la acción eficaz, el culto de la imagen y en particular el ideal de la juventud forman parte de lo socialmente estimulado.
En este sentido, cuando ciertas problemáticas o “patologías” se tornan cada vez más habituales, tal como hoy ocurre con los cuadros fronterizos, resulta importante no desconocer su nexo con lo histórico-social y con el tipo antropológico predominante, aquél que encarna más adecuadamente la propuesta de época. (Castoriadis, 2001)
¿Qué querrá decir que “el paciente fronterizo” es el paciente prototípico de nuestra época? ¿Qué transformaciones en lo social darían acaso cuenta de modos colectivos de padecimiento basados en operatorias psíquicas diferentes de las histerias de los comienzos de la indagación freudiana?
Algunas de las coordenadas propias de las organizaciones fronterizas, tales como la de la descarga por la acción y la implosión corporal, no resultan demasiado alejadas de las conformaciones propias de la subjetividad contemporánea. Una subjetividad proclive a la vacuidad representacional y de sentido, que bajo la forma de un individualismo difuso y cierta labilidad identificatoria y narcisista tiende con facilidad a las soluciones adictivas, a la satisfacción pulsional inmediata y a la desinvestidura del pensamiento y la palabra.
En cuanto a las formas que adopta el registro de la temporalidad, hoy día la velocidad se aúna de modo paradójico con cierta eternización de un tiempo efímero que no se dirige hacia un futuro anhelado, transformador del presente.
La elucidación de estas cuestiones no es trivial. Incide fuertemente en nuestras prácticas. Nuestra escucha e intervenciones se hallan sesgadas por nuestro posicionamiento teórico y por nuestra lectura de la subjetividad, posicionamiento del cual por cierto no se halla exenta la dimensión ideológica.
A veces las herramientas con las que usualmente abordamos la tarea clínica tienden a convertirse en paradigma general, apto para todas las situaciones. Cuando esto ocurre, perdemos de vista las modalidades singulares de procesamiento psíquico, que no siempre responden a las lógicas del inconsciente reprimido.
Los pacientes fronterizos, o aún, las situaciones fronterizas en el análisis de pacientes neuróticos requieren de una escucha múltiple y de una plasticidad en intervenciones destinadas a aquellas vías de expresión del conflicto que se deslizan hacia el cuerpo y hacia la acción.
¿Cuáles son las características predominantes en lo que denominamos organizaciones fronterizas?
Por una parte, como ya hemos anticipado, los bordes entre el yo y los otros son fluctuantes. Un yo con cierta labilidad afectiva y emocional, que puede tanto buscar la fusión como resultar compulsado al alejamiento brusco a través de movimientos que parecen producirse por impulsos impredecibles y se ejecutan con perentoriedad.
Esa tonalidad afectiva de alto voltaje desborda con frecuencia las capacidades psíquicas de ligazón, dando lugar a sensaciones de ansiedad o pánico incontenibles y, sobre todo, a una angustia peculiar. No existe aquí señal de alarma ni anticipación. Irrumpe de modo masivo una angustia arcaica ligada a sensaciones de intrusión o de exclusión, a veces de fragmentación. Se trata de una angustia traumática que comporta el terror a la aniquilación subjetiva.
En estas situaciones el tiempo es vértigo e inminencia. Las acciones se desencadenan. No hay intervalo ni espera. La ejecución se anticipa a la posibilidad de la representación, del pensamiento (el “más largo rodeo”) y la palabra.
La respuesta en acto antecede a la pregunta. La subjetividad trastabilla y se plasma como cuerpo en implosión o como acción explosiva. Algo se descarga ya, una y otra y otra vez. Cada vez, fallidamente.
También el lenguaje es utilizado a menudo con fines evacuativos. Discursos concretizados, fácticos, a veces violentos. Palabras-descarga, gatilladas en forma cruda o palabras operatorias, meramente instrumentales. Son palabras despojadas de cualidad metafórica, esgrimidas casi como prolongación corporal.
En estos casos, la implicación subjetiva es escasa dada la precariedad psíquica. Precariedad que a menudo se manifiesta a través de dificultades en el pensamiento. Ya sea bajo una tendencia a la alienación del pensamiento en las ideas de otros, o bajo la forma inercial de los significados coagulados, la pobreza en el pensamiento propio puede abarcar tanto el nivel simbólico como el imaginario. De modo concomitante se producen sensaciones de vacío, futilidad o aburrimiento que en ocasiones acentúan la huída hacia la acción. Una acción que llene la vacuidad o al menos provea de sensaciones intensas a un yo deficitariamente subjetivado.
En síntesis: inmediatez e insustancialidad.
Se me venían las paredes encima, me ahogaba ahí adentro, me dio como pánico, dice Juan. Salí corriendo al cyber, eran las tres de la mañana, no me aguantaba. Y otra vez lo mismo, (alude a actuaciones homosexuales promiscuas) y hago lo que hago y al día siguiente me quiero matar, me siento tan vacío, pero no sé por qué lo hago.
Distintos autores han intentado dar cuenta desde una mirada metapsicológica de estas operatorias psíquicas que traspasan los umbrales de las formaciones del inconsciente.
André Green (1994) ha puesto el acento en el desplazamiento de los conflictos intrapsíquicos al límite del campo psíquico: el soma hacia lo interior y el acto hacia lo exterior. En cuanto al interior del campo psíquico, el autor remarca dos mecanismos fundamentales: la escisión y la desinvestidura.
La escisión se produce, por una parte, entre lo psíquico y lo no psíquico, entre el psiquismo y lo somático. Dominio de lo arcaico, remite a mecanismos de defensa primitivos y es sede de la pulsión y del Ello pre-represión.
Por otra parte, la escisión dentro de la misma esfera psíquica se efectúa entre múltiples fragmentos yuxtapuestos, sin ligazón entre si. Green aporta al respecto ciertas imágenes evocadoras: una, la de numerosos archipiélagos sin conexión entre si. Otra, en alusión al discurso fragmentado prototípico de algunos pacientes fronterizos, la de un collar de perlas que no tuviera cuerda.
En esos casos en que predomina la escisión, la desmentida opera como mecanismo de defensa privilegiado en detrimento de la represión con sus retornos sintomales. Se producen entonces retornos por otras vías, no simbólicas. Fundamentalmente la del actuar o la somática.
En una línea de conceptualización convergente, Roussillon (1995) ha enfatizado, entre otras cuestiones, las fallas represivas a consecuencia de una represión originaria deficitaria.
Estos mecanismos responden, por ende, a operatorias diversas a las del inconsciente reprimido y nos conducen a los dominios de lo arcaico, sede de la pulsión.
Las problemáticas en que la escisión y la desmentida son predominantes hunden sus raíces en los dominios arcaicos del Ello y apelan a otros mecanismos que aquéllos que emergen como formaciones del inconsciente. En estos casos, más que de retornos en el decir los retornos se ejecutan por la vía del hacer. Un hacer pasivo, dada la modalidad no subjetivada de tramitación.
Cuando, en palabras de Roussillon, la represión originaria no ha sido “suficientemente buena”, caracterización que nos introduce en la dimensión intersubjetiva, la memoria, conformada por “distintas variedades de signos” tiende a presentificarse como memoria corporal ciega o como repetición actuada, en lugar de emerger como evocación narrada o como recuerdo encubridor.
Gabriela acude a sesión con una pierna enyesada. “Volvió a pasarme lo mismo”, solloza.
“No puede ser, es mi tercera caída en seis meses. Cuando no es el brazo es la pierna. Hasta cuándo me voy a seguir fracturando?”.
En cuanto a la repetición, ésta parece ocupar el lugar de una rememoración fallida. Algo se reproduce, o se presenta imperativamente sin lograr ser representado.
Cuando la repetición, bajo su vertiente compulsiva, comanda, una “memoria amnésica” (Green A, 2001) precipita la descarga directa a través de la acción o del cuerpo.
Cumplimiento de la inmediatez, realiza una temporalidad cristalizada que insiste como exigencia inagotable. Entonces no hay recuerdo, relato, novela o narración. Sólo una serie espasmódica de presentaciones, sin pasado ni porvenir.
Valeria relata los avatares de una nueva, reiterada ruptura amorosa. “Siempre me pasa igual. No sé, es más fuerte que yo. La verdad es que te llamé para que nos viéramos hoy porque no me aguantaba, sentía que tenía que venir ya. Rodrigo se olvidó de mi cumpleaños y eso me hizo revivir todo lo otro, se me vino todo encima. Así que de una le dije que no lo quería ver más. Y ahora no me banco yo misma.”
A menudo este revivir remite a traumas que no han conseguido ser ligados. Roussillon (1995) define precisamente al trauma de ese modo: como ausencia de representación. Se trata de marcas que datan de una época anterior a la adquisición del lenguaje y que, al no lograr ser rememoradas, son re-vividas. Esos traumas psíquicos-prepsíquicos imponen una reproducción en que la temporalidad queda inmovilizada en aras del retorno de lo mismo, de la perseveración de lo idéntico.
Esta compulsión reiterativa ocupa buena parte del tiempo en la vida de los pacientes fronterizos. Nuevamente, fallan las fronteras. En este caso, las temporales. Una temporalidad detenida se activa como a borbotones, en una iteración que, aún bajo la vertiginosidad aparente, da cuenta de un tiempo inmóvil.
Como dice el mismo Green: “con los casos límite, la compulsión de repetición reveló una vocación psíquica cuyo designio es el anti-tiempo.” (Green A, 2001)
Del otro lado de la frontera
¿Bajo qué condiciones, en ocasión de qué encuentros inaugurales se construyen estas problemáticas, tan frecuentes por otra parte en la subjetividad de época?
Partimos de la noción de una subjetividad que se constituye en el seno de múltiples condiciones de producción, tanto vinculares como sociohistóricas. Es en la encrucijada de sus encuentros con los otros y en la metabolización que el niño haga de los mismos, que la subjetividad habrá de construirse. Una concepción metapsicológica ampliada, que incluye la dimensión intersubjetiva y el lazo social en la consideración de la subjetividad, habrá pues de guiarnos en nuestra aproximación. (Sternbach S, 2003)
Un yo cuyos bordes se entremezclan con los del otro se ha conformado en parte como tal a partir de vínculos caracterizados por tal indistinción.
Es en el entramado intersubjetivo que se crean las condiciones inaugurales para la construcción de un yo que a través de sucesivas identificaciones vaya perfilando sus propios bordes o que quede precarizado en su propia delimitación.
¿Qué ocurre “del otro lado de la frontera”?
La represión del niño es transmitida y aún, anticipada, desde las figuras parentales. (Aulagnier P, 1977) En la díada madre – hijo, atravesada por la terceridad, cada uno cumple función de instancia represora para el otro. Pero es la primera quien, a partir de su propia operación represora, anticipa la interdicción que el hijo aún no ha podido constituir y que sentará las bases para su futura edificación.
Cuando los otros primordiales poseen barreras represivas frágiles, la renuncia pulsional se dificulta y el hijo es alojado en la trama en calidad de objeto de la satisfacción pulsional de sus progenitores. La transmisión de la represión se ve obstaculizada, en tanto quienes son los encargados de instaurarla no se hallan en condiciones psíquicas de delimitar adecuadamente los bordes entre el hijo como sujeto diferenciado y aquello que pulsa en ellos mismos, insuficientemente interdicto.
En esos casos, como sostiene Piera Aulagnier, la sombra hablada no anticipa al niño sino que lo proyecta regresivamente hacia el pasado. Inversión del efecto anticipatorio que pretende ubicar el futuro en el lugar en el que el pasado podría retornar.
La repetición se juega aquí “del otro lado de la frontera”: se cumple, o pretende hacerlo, por parte de los otros primordiales para quienes el hijo es percibido y albergado como reproducción de un pasado no historizado. En lugar de la apertura a lo por-venir, incierto y posibilitador, se trata del retorno incestuoso a un antes coagulado. En estos casos, los adultos no anticipan ni sueñan. Sino que reviven.
Entonces el niño no es para su madre un Yo inédito, abierto a sus propios despliegues y a una temporalidad en movimiento. Bajo esedeseo de maternidad que Aulagnier (1994) distingue del deseo de hijo, todo parece reconducir a lo pretérito, figura que a menudo reproduce y perpetúa la relación de la madre con su propia madre. Sobre todo, cuando el deseo del padre respecto del hijo también se encuentra trabado.
No olvidemos que es el padre quien, tanto bajo su función de corte respecto del vínculo incestuoso como en relación a su propio deseo respecto del hijo, puede propiciar la subjetivación del pequeño. Cuando esto no ocurre, la fijación repetitiva se duplica.
En estas situaciones, en un verdadero escamoteo del tiempo y del devenir generacional, la madre no logra transmitir la represión dado que la resignación pulsional se ve obstaculizada en ella misma.
Falla entonces la posibilidad sustitutiva en sus múltiples dimensiones: la de la representación psíquica, por una parte, y por la otra la de una madre que en tanto suficientemente buena acepte sustituir al hijo como objeto a través del cual revivir lo que retorna del pasado en ella misma.
Cuando ocurre una adecuada narcisización inaugural por parte de la madre, relativa a un deseo de hijo que no se agota en el deseo de maternidad, esto promueve en el pequeño la ligadura representacional y la unificación yoica. La empatía y el “buen ritmo”, funcionamientos propios de una figura maternante con estas posibilidades, serán precondiciones que habrán de favorecer la capacidad de ligazón y la complejización psíquica del niño.
La representación totalizante del hijo como objeto de amor, la imaginarización del mismo como yo futuro, su investidura narcisista, le otorgan entonces ese lugar primordial que habrá de sentar las bases para su subjetivación.
En este sentido, el entronamiento como His Majesty the Babyconstituye ya un logro fundamental al que no todo hijo accede. Erigido como protagonista del ensueño de los otros, será revestido con brillos narcisistas que, aunque condenados a cierta decepción posterior, habrán de posibilitar su propia capacidad de sustitución representacional . Vale decir, la aptitud para un funcionamiento regido por las leyes del inconsciente y del proceso primario, condición para la creación de áreas de juego, de ilusión, de velo imaginario y de simbolización. (Sternbach S., 1997).
Pero otras veces, como hemos visto, la resignación pulsional se desdibuja, las distancias se diluyen y se producen funcionamientos en que coexisten situaciones de intrusión con otras de abandono o expulsión. El hijo queda entonces ante la situación dilemática de una fusión que en tanto tal implicaría la pérdida de sus límites o un intento de diferenciación que a menudo lo llevaría al abandono o a la descalificación.
Ya no estaríamos en los dominios de su majestad sino en el ámbito de una demanda materna de carácter superyoico que parece exigir lo imposible: ser y no ser al mismo tiempo.
¿Qué relación habrá entre esa angustia prototípica de las organizaciones fronterizas, relativa a la intrusión o bien a la expulsión, con estas modalidades de la trama intersubjetiva caracterizadas justamente por las situaciones descriptas?
Como vemos, singularidad y vincularidad se enlazan ya a partir de los primeros esbozos de la formación del psiquismo.
Como podemos colegir la temática de lo fronterizo abre a multiplicidad de perspectivas. Estas atañen, es cierto, primordialmente al funcionamiento subjetivo. Pero a la vez nos convocan a ampliar nuestra mirada hacia las tramas intersubjetivas en las cuales la subjetividad se instituye y a las que recrea activamente desde su llegada al mundo.
Si bien hemos puesto el acento sobre todo en la construcción inaugural, en la instalación de las fronteras yo/ otro y sus eventuales obstáculos, este trabajo psíquico continúa a lo largo de toda la vida. Se enhebra en los vínculos actuales y en el lazo social, en una dinámica en la que confluyen de modo conflictivo lo instituido y lo instituyente.
Así como el tiempo no puede ser detenido tampoco las fronteras son estáticas. El camino de la vida, en su fluir, obliga a un constante enfrentamiento con lo Otro, sea en el propio yo, en los vínculos o en la relación con el decurso temporal.
Los pacientes fronterizos nos apelan a escuchar las peculiares dificultades que les presenta este tránsito.
En cuanto a nosotros, nuestra tarea clínica con este tipo de pacientes requiere de intervenciones peculiares. A veces es el dispositivo mismo el que solicita ser modificado, al estilo de sesiones familiares o vinculares para delimitar fronteras cuando éstas se indiscriminan a partir de pactos compartidos. Otras veces, las intervenciones tenderán a ligar lo escindido, a construir lo no advenido, a moderar las descargas pulsionales proponiendo representaciones allí donde predomina la ejecución actuada.
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BIBLIOGRAFÍA:
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Resumen
En este escrito la autora se propone dar cuenta de algunos nexos entre psicopatología e intersubjetividad, partiendo de la noción de una subjetividad que se constituye en el seno de múltiples condiciones de producción tanto vinculares como sociohistóricas.
En función de esto aborda las problemáticas de lo fronterizo, también descriptas como borderline o estados límite, tan frecuentes por otra parte en nuestra clínica actual.
A partir del trazado de ciertas coordenadas propias de las organizaciones fronterizas, tales como la descarga por la acción y la implosión corporal, junto con la labilidad en la diferenciación yo/no yo, la autora incursiona en las características del funcionamiento psíquico en este tipo de problemáticas.
A la vez, ilumina lo que ocurre “del otro lado de la frontera”; es decir, del lado de los otros primordiales. La represión, la renuncia pulsional, la repetición, la capacidad de narcisización, serán algunos de los operadores teóricos que habrán de ilustrar aspectos fundantes de estos peculiares modos de producción de subjetividad en relación con la urdimbre familiar.
Por último, la autora sugiere algunos lineamientos que hacen al trabajo clínico con pacientes de estas características.
Palabras clave: Organizaciones fronterizas – Intersubjetividad – Constitución subjetiva – Tramas familiares.
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ORGANIZACIONES FRONTERIZAS Y TRAMAS INTERSUBJETIVAS
Este texto forma parte de un capítulo del mismo nombre, publicado en el libro Organizaciones Fronterizas, Fronteras del Psicoanálisis, Editorial Lugar, Buenos Aires, 2007.