La articulación y correspondencia entre los conceptos de vínculo y de relación de objeto ocupan un lugar central en las teorizaciones del psicoanálisis contemporáneo. Voy a intentar aquí establecer un somero panorama de definiciones y posiciones al respecto: son muchos los autores que han hecho aportes significativos respecto de alguno de estos conceptos, o de sus correlaciones recíprocas, y no me hago ilusiones de poder rendir justicia cabal a la amplitud y complejidad del tema en este espacio. Aprovecharé la ocasión para aportar algunas reflexiones, desde mi propia experiencia de analista vincular.

Vínculo. Algunas definiciones.

 

    1. El vínculo como institución. Para R. Kaës (1996), el vínculo instituido se determina por efecto de una doble conjunción. Una de ellas es el deseo de sus sujetos de inscribir su relación en un contexto de duración y estabilidad. Ese proyecto supone, para su realización, un número de formaciones intersubjetivas: alianzas, contratos, pactos, etc., que deben ser investidas y observadas recíprocamente por los sujetos. La segunda es la de las formas sociales que sostienen desde lo jurídico, cultural, económico, etc., la institución de ese vínculo. Según este autor, desde esta doble conjunción se imponen tres componentes del vínculo instituido: la alianza, la comunidad de realización de fines y la sujeción (contrainte). Incluye entre las configuraciones posibles de vínculos instituidos, a las parejas, las familias, los grupos y las instituciones y sus subconjuntos. Encontramos en esta definición algunos elementos que han trabajado también otros autores: la permanencia en el tiempo, la estabilidad (es decir, una forma más o menos constante), una comunidad de intereses (lo que hace a la motivación manifiesta de sus integrantes, a realizar en y a través del dispositivo vincular), la sujeción (una obligación recíproca que se establece a partir del hecho de reconocerse perteneciendo a dicho vínculo).

 

    1. El vínculo como representación. Para E. Pichon-Rivière 1970), el grupo es un conjunto de personas articuladas por su mutua representación interna. La dialéctica interna es la del grupo interno, cuya crónica es la fantasía inconsciente. Pienso que es importante subrayar que grupo interno no es aquí, exactamente, sinónimo de fantasía inconsciente, sino que ésta sería la crónica (el contenido), de la que el grupo interno es estructura (volveré sobre este punto más adelante).

J. –B. Pontalis, por su parte, afirma que si bien el grupo, en el campo sociológico, es una realidad específica, en el campo del psiquismo individual actúa como una fantasía. No forzamos el concepto de vínculo si extendemos estas consideraciones más allá del campo de los pequeños grupos, hasta abarcar las otras configuraciones vinculares: en todas ellas encontraremos esta representación del conjunto, que nos servirá para establecer puentes con el concepto de relación de objeto.

    1. Así, dos vertientes nos permiten aproximarnos, hasta aquí, al vínculo: una, la primera, que tiene más que ver con su articulación con lo social, contextual y funcional en la realidad, y la otra, que nos permite considerar sus raíces en el psiquismo de sus integrantes.

 

    1. El vínculo como envoltura. D. Anzieu (1986) define al grupo como una envoltura, que permite que los individuos se mantengan juntos. Para él, un entramado de reglas, costumbres, ritos, actos que tienen el valor de una jurisprudencia, y que tiene que ver con la tarea manifiesta que el grupo se ha propuesto, permite que el conjunto establezca un espacio interno, el de quienes comparten todas estas producciones comunes, que se separa así de un espacio externo, el de aquellos que no lo hacen. Entre ambos espacios, se establece una epidermis, la envoltura que mencionábamos antes, que propone un límite y protege a sus integrantes, actuando como una membrana de transcripción y paraexcitación. Para Anzieu, esta membrana tiene dos caras: una externa, que tiene que ver con la adaptación del conjunto a su medio, y otra interna, que sirve como pantalla de proyección de fantasías, imagos, tópicas subjetivas. Ningún grupo puede sobrevivir, afirma, si estas dos funciones no se establecen y mantienen, si estas dos exigencias de todo vínculo humano no son satisfechas. Podemos pensar que la representación fantaseada del propio vínculo cumple también aquí su papel: la recíproca representación interna que compartes los miembros, es una variante del despliegue fantasmático que realizan. El vínculo no puede así, desde el enfoque de D. Anzieu, establecerse ni sostenerse si no mantiene una relación de simbolización, apuntalamiento y continencia, de despliegue y de satisfacción libidinal, con el mundo interno (lugar de las relaciones de objeto) de sus integrantes.

 

  1. La cotidianidad. La tarea que los miembros del vínculo se han propuesto; el entretejido que se va estableciendo entre ellos a partir de estructuraciones de roles social y/o interaccionalmente establecidos, y de complejas redes de atribuciones de sentido, conscientes e inconscientes, producen, a partir de la cotidianidad y rutinización de la relación, una serie de constantes que los enmarcan y contienen. Esta es una función, comprendida entre las que mencionara D. Anzieu, que merece ser subrayada por su importancia. Es la función de encuadreque todo vínculo necesita, cuya función es establecer las condiciones necesarias para el establecimiento de la sociabilidad sincrética, lugar y estrato de despliegue de los aspectos no discriminados de la personalidad de sus integrantes (Bleger, J., 1967, 1971). Todo lo que hace al narcisismo primario desplegado en un contexto vincular, se apuntala en esta función encuadrante de la cotidianidad.


Relación de objeto. Definiciones.

Para J. Laplanche y J. –B. Pontalis, la relación de objeto es un «Término utilizado con gran frecuencia en el psicoanálisis contemporáneo para designar el modo de relación del sujeto con su mundo, relación que es el resultado complejo y total de una determinada organización de la personalidad, de una aprehensión más o menos fantaseada de los objetos y de unos tipos de defensa predominantes.» (1967, pág.359). Y más adelante, «La palabra relación debe tomarse en su sentido pleno: se trata, de hecho, de una interrelación, es decir, no sólo de la forma como el sujeto constituye sus objetos, sino también de la forma en que estos modelan su actividad». (op.cit., pág. 360). Subrayan estos autores que el acento debe ser puesto en la palabra de, que marca precisamente esta interacción. Dos aspectos de la definición a tener en cuenta: aprehensión más o menos fantaseada, e interrelación. El mundo externo está representado en el aparato psíquico, pero ha sufrido las distorsiones producidas por procesos de transcripción que lo inscriben en el contexto de una subjetividad.

Respecto de esta distorsión, vista según el punto de vista kleiniano, nos dice W. Baranger (1980, pág. 63): «Para Melanie Klein, el objeto se encuentra arraigado en el sistema de fantasías inconscientes previas a la experiencia: constituye la materia misma del mundo interno […]. En ningún caso puede reducirse a un objeto natural o a su representación. No pertenece al orden de la representación». Unas páginas antes, en éste mismo texto, este autor ha afirmado «El pecho preexiste a la experiencia. En la fantasmática trascendental, es el centro de una cantidad de fantasías originarias […]. La percepción real del pecho como órgano natural no es determinante para conferir su forma al pecho interiorizado.»(op. Cit., pág. 51). El modelo kleiniano parece extremar los términos de la distorsión de que hablan Laplanche y Pontalis, hasta llevar esta interpretación del objeto externo a una determinación que surge de lo genético, previo a toda experiencia posterior al nacimiento. Este modelo geneticista de M. Klein parece sugerir la coexistencia de dos mundos relativamente paralelos, el interno y el de los vínculos con los objetos de la realidad, que se influencian relativamente, y que seguramente no se determinan recíprocamente.

Una concepción tal de las relaciones de objeto ofrece obstáculos particulares para establecer el nexo entre el adentro y el afuera vincular. La definición kleiniana de fantasía inconsciente es coherente con su idea de una determinación instintiva y genética del psiquismo, y contribuye a cerrar su posibilidad de construir, a partir de ellas, un sistema de interacciones recíprocamente determinantes entre el sujeto y su contexto intersubjetivo y social.

Esta postura se modifica radicalmente en la perspectiva de W. R. Fairbairn (1952). Para él las relaciones objetales son la causa primaria de la estructuración del psiquismo. El punto de partida de cualquier trastorno del desarrollo es para Fairbairn ambiental, y mundo interno y mundo externo interactúan intensamente a través de toda la vida del sujeto. Pero para este autor la pulsión, en contraste con lo que ocurre en los modelos freudianos y kleinianos, no es el estímulo de la actividad psíquica, descartando al Ello como motor de energías pulsionales y al Yo como una estructura destinada a controlarlas. La posibilidad de construir una metapsicología que pueda ser aplicada a la cosa vincular, en base a esta teoría, nos alejaría de conceptos tales como transferencia, presencia del cuerpo, libido (en la definición freudiana del término), imponiéndonos la renuncia al uso de instrumentos de comprensión valiosos.

Sobre esta problemática nos dice B. Brusset (1993, pág. 11): «[…] Los dos modelos de la pulsión y de la relación de objeto, lejos de ser opuestos y contrarios, se revelan situados sobre planos diferentes, no solamente compatibles, sino complementarios. La pulsión supone al objeto que, por ser contingente y sustituible […] no es menos indispensable: no hay pulsión sin objeto. También la relación de objeto, para no confundirse con la relación interpersonal, debe mantener en su definición al objeto en el sentido específico que le da el psicoanálisis. Desde ese punto de vista, es fundamentalmente ubicuo y no se confunde jamás con la persona del otro en su realidad propia, sino en lo que hace al deseo del sujeto, en tanto determinado por la economía pulsional inconsciente. Muchos parámetros son requeridos: el objeto del amor y del odio, el objeto en la fantasía consciente, preconciente e inconsciente, el objeto parcial en el juego de los procesos primarios y el objeto total en función de los procesos secundarios y en referencia a la realidad.» Teoría de las pulsiones y relación objetal no son divisoria de aguas, pero resta establecer el estatuto de sus relaciones y determinaciones recíprocas.

 

Fantasía, objeto y relaciones de objeto.

La relación de objeto no nos da cuenta de las características de un objeto interno aislado, sino de un argumento interno (fantasía) del que éste objeto forma parte, junto con el Yo del sujeto (y eventualmente otros «personajes»). Podemos pensar en la relación de objeto como la matriz estructural de esta fantasía inconsciente, y a ésta como el resultado de experiencias vivenciales (que no son reproducidas en ellas especularmente) en ocasión del encuentro del sujeto con los objetos del mundo externo. Coincido aquí con la opinión de Fairbairn, respecto del efecto estructurante de las relaciones de objeto respecto del aparato psíquico.

Toda experiencia humana produce un correlato psíquico que puede diferenciarse en un argumento y una estructura1. Se ha afirmado que la fantasía inconsciente da cuenta, en su sentido más profundo, de una serie de posiciones, básicamente la del cuerpo del bebé respecto del cuerpo de la madre. Las fantasías originarias, por ejemplo, fundan el aparato psíquico a través de proporcionarle una primera estructura, que propone las categorías de adentro-fuera, lo mismo lo otro, y el antes y el después (M. Bernard, 1994). Alucinación optativa del pecho; castración, seducción y escena primaria, antes de adquirir sus sentidosgenitales, dan cuenta de estas posiciones de continuidad o discontinuidad entre el recién nacido y su madre, y permiten establecer a aquel un bosquejo de borde en su psiquismo naciente2.

Quiero insistir sobre la idea de que no existen objetos internos aislados: en la externalización de las relaciones objetales, en el proceso de la transferencia, la clínica muestra fehacientemente que el despliegue transferencial comprende siempre al sujeto que transferencia, en el contexto de un vínculo específico determinado por las fantasías inconscientes que son contenido de dicho despliegue. La transferencia es así la proyección sobre una escena de la realidad de una escena interna compleja, una fantasía inconsciente en la que el sujeto está incluido, aunque no necesariamente ocupando en ella un lugar específico o determinado (Bernard, M. 1996a).

Es posible también establecer equivalencias entre el concepto de relación de objeto y el de grupos internos: se superponen en el modelo de E. Pichon-Rivière y mío (Bernard, M. 1996b), y constituye algunos de los casos en los que definiera R. Kaës (1976). Como lo marca este último autor, los estratos más primitivos de las relaciones de objeto, los que Bleger describiría como pertenecientes a la simbiosis madre-bebé, corresponden, en el psiquismo del bebé, a un grupo interno cuyos integrantes mantienen entre sí una relación de indiscriminación y continuidad. La triangulación en estas estructuras, si bien existe (aportada por el psiquismo de la madre), es incipiente.

 

Vínculo y relación de objeto.

Un buen acápite para este ítem podría ser una paráfrasis del Evangelio de San Juan: «En el principio existía el vínculo». Uno de los autores que más nítidamente ha desarrollado esta situación es P. Aulagnier (1975, pág. 30): «La psique y el mundo se encuentran y nacen el uno con el otro, uno a través del otro; son el resultado de un estado de encuentro al que hemos calificado como coextenso con el estado de existente». Y más adelante (pág. 31): «La primera representación que la psique se forma de si misma como actividad representante se realizará a través de la puesta en relación de los efectos originados en su doble encuentro con el cuerpo y con las producciones de la psique materna». Como lo he propuesto en otro trabajo, la primera producción representacional que se produce en el sujeto humano, la alucinación optativa del pecho, es la marca que deja un protovínculo en el psiquismo en formación. Esta representación corresponde al período de la unidad dual3, sin embargo, aún esta relación diádica implica un bosquejo de diferenciación. La triangulación es coextensiva con la objetalización, lo que es posible porque el Edipo está allí, produciendo estructura, desde el comienzo, aportado por el psiquismo materno. «La diferenciación con el objeto es también la condición de su introyección, la que le constituye como objeto interno en el metabolismo pulsional» (Brusset, B, op.cit., pág 8). Pero, como ya vimos, a partir de esta discriminación (producto del conocimiento de la exterioridad del objeto externo, resultado de la triangulación precoz), lo que se internaliza y desencadena el desarrollo del psiquismo es una relación de objeto, la imagen de un vínculo, una fantasía con contenido y estructura rudimentarias.

Esta es la primera articulación entre un vínculo que comienza, tal como lo definiéramos antes, y una relación de objeto, que le corresponde como su registro psíquico. En este caso, como marcábamos al principio de esta sección, el vínculo externo precede a la relación de objeto, aunque, si seguimos a P. Aulagnier, en el sentido en que la psique y el mundo se encuentran y engendran mutuamente, el vínculo se crea en el momento en que es representado, y esta representación crea, en el mismo acto, al aparato psíquico. Imposible pensar en una relación más inextricable, entre los dos conceptos que dan título a esta presentación.

R. Moguillansky (1999, pág. 91) ha escrito, al respecto: «[…] Todo vínculo intersubjetivo estable tiene como cimiento una experiencia fusional que se da sobre el modelo del encuentro ilusorio con lo idéntico o lo complementario: his majesty the baby, en la relación paterno-filial; el enamoramiento en el vínculo de la alianza; los fenómenos de masa en las instituciones; las transferencias preformadas en el vínculo analítico. […] En ese estado fundacional no hay sensación de alteridad, se elimina lo ajeno, lo diferente y de es parte de ‘lo uno’»

El psiquismo se desarrolla, de ahí en más, en tanto sus vínculos externos hacen lo propio. Esto justifica la expresión de R. Kaës, para describir esta íntima interdependencia en el crecimiento recíproco «No uno sin lo otro«: las relaciones de objeto son un motor del vínculo, en tanto se externalizan e invisten el mundo que rodea al sujeto a partir de la carga libidinal que movilizan. Organizan, crean a veces, a partir de este procedimiento, los vínculos en los que participará el sujeto. Este mundo exterior objetal es reinternalizado, aumentando el acerbo representacional, en un círculo que terminará con la muerte.

Estamos en el campo de la transferencia, esa que se establece casi desde el comienzo de la vida (Bernard, M, 1996), y contribuye a dar sentido a las vivencias intersubjetivas. Leemos en B. Brusset (op. cit., pág. 10)» […] La transferencia abre [a la pulsión], por el objeto, sobre la alteridad del mundo exterior y su poder de transformación: mas allá de la cuestión del rol del objeto en la constitución misma de la pulsión como estructura abierta, su epigénesis, la teoría de la transferencia a encontrado en los modelos de la relación de objeto una salida aparentemente simple y directa. Además, ella da el espacio teórico, epistémico, para una teoría psicoanalítica de la intersubjetividad, de la comunicación (palabra ausente en la obra de Freud), de los vínculos interpersonales, y, a través de ello, del desarrollo específicamente psíquico.»

La transferencia es entonces el gran articulador entre las relaciones de objeto y los vínculos de que el sujeto participa. Estos vínculos, como decíamos, tienen en las relaciones de objeto de sus actores, si no el único, por lo menos un organizador indispensable. Los otros son el marco social y legal que la sociedad provee para encuadrarlos ( que de todos modos está también internalizado, y puede ser provisto por las mismas relaciones de objeto, que se han organizado incluyéndolo), las fuerzas convocantes que vienen del recíproco interés común de los vinculantes (como factor interviniente desde el proceso secundario), y por un elemento, que llamaremos efecto combinación4, que surge y actúa desde el mismo campo que se está organizando, y que depende de las formas, impredecible de antemano, en que los intervinientes del vínculo puedan acoplarse. El efecto combinación es lo que en vínculo hay de irreductible a la suma de sus componentes5. Marca un efecto de creación que, junto con el hecho de que el objeto externo, el otro, sea irreductible a la posibilidad de ser transformado en objeto internosin resto, otorga al despliegue transferencial todo lo que éste tiene de innovador, de prueba y de juego.

El ser humano, su aparato psíquico, es uno y único, independientemente del tipo de vínculo en que vaya a insertarse. He sostenido (Bernard, M. 1999) que todos los vínculos humanos tienen un sustrato, un organizador común, que surge del procesamiento psíquico de los restos de la unidad dual, que describiera I. Hermann. El sujeto –ya lo habían sostenido Platón, J. Lacan, R. Kaës- busca en el vínculo, en todo vínculo, la compleción, la unidad perdida, sin encontrarla nunca. Este es el fundamento común de todo vínculo, que puede rastrearse en los estratos más profundos de una pareja, un pequeño grupo, una familia. Forma parte de la infraestructura narcisista primaria de los sujetos del vínculo6, y se expresa especialmente, en lo observable clínicamente, en el enamoramiento (Freud, 1921), la ilusión grupal (Anzieu, 1986), en la vivencia oceánica, el orgasmo genital, etc. Sobre este zócalo se teje la especificidad de cada vínculo, con sus organizadores concientes e inconscientes específicos; pregenitales en los pequeños grupos, edípicos en las parejas y las familias.

 

El objeto del análisis vincular.

El foco del psicoanálisis vincular debe ser establecido entre esa articulación entre lo intrasubjetivo, representado por las relaciones de objeto, y lo intersubjetivo, es decir, la forma, el estilo, las combinaciones, el proceso introyectivo y proyectivo que se produce entre el adentro y el afuera de los sujetos del vínculo en el contexto contratransrero-transferencial que determina el encuadre psicoanalítico. El acento en esa coyuntura nos libra del doble desvío posible en los análisis vinculares: la atención predominante en lo intrasubjetivo, y estaríamos haciendo entonces un psicoanálisis individual compartido, o el acento en lo estrictamente interaccional, y nos moveríamos así en el campo de la psicología social o de la psicoterapia sistémica.

Nuestro paciente es el sujeto del vínculo, en tanto tal, y en ocasión del vínculo, en el contexto de un encuadre psicoanalítico, que define un campo contratransfero-transferencial. En éste el despliegue de las relaciones objetales de sus protagonistas, su entretejido transferencial, su función organizadora del campo vincular, generan productos nuevos, crean sustancia psíquica y producen sentido allí donde hubo, hasta ese momento, malentendidos y desencuentros. La función del analista vincular es mantener activo este trabajo de elaboración, actuando como un catalizador que permite y sostiene el trabajo del preconciente de los pacientes vinculares.

 

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Notas:

1. “[…] El común denominador que une a todas las fantasías es su carácter mixto, que concilia, aunque en grados variables, lo estructural y lo imaginario. […] Sin embargo, no es únicamente, ni fundamentalmente, la proporcionalidad variable e inversa entre ingrediente imaginario y la ligadura estructural lo que permite diferenciar y clasificar las modalidades fantasmáticas entre los polos extremos de la fantasía originaria y la ensoñación. La estructura misma parece variar. En el polo del sueño diurno hay un escenario esencialmente en primera persona, con un lugar invariable asignado al sujeto. […] Por el contrario, el polo de la fantasía original se caracteriza por la no subjetivación así como por la presencia del sujeto en la escena […]. Laplanche, J. y Pontalis, J. –B., 1964)
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2.. De estas afirmaciones surge que en las fantasías originarias se establecerían las bases de la estructura psíquica; que en ellas laestructura es fundante, y continente de futuros contenidos psíquicos.
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3.. He tratado este tema con más extensión en otro artículo (Bernard, M., 1999)
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4..R. Kaës (1986-87) lo denomina organizadores transpsíquicos.
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5..No siempre un vínculo es más que la suma de sus partes: en los vínculos narcisistas la suma da un resultado menor. (Bernard, M., 2000)
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6.La sociabilidad sincrética que describiera J. Bleger (1971).
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Vínculo y relación de objeto
Trabajo presentado en el II Congreso Argentino de psicoanálisis de Familia y Pareja. Buenos Aires, Mayo de 2001.

Marcos Bernard
Miembro Titular Honorario de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo. Miembro Fundador de la Sociedad Psicoanalítica del Sur (SPS).