Deseamos subrayar la importancia de este congreso[1] ya que es una oportunidad de intercambio dialéctico sobre el proceso de “metamorfosis familiar” al cual nosotros asistimos hoy y en el cual estamos todos implicados a la vez como individuos y como terapeutas.

La investigación sobre la familia debe en lo sucesivo, tener en cuenta la evidente heterogeneidad de las estructuras y funciones de los grupos familiares, pero sería sin embargo un error creer que en el pasado había una familia mientras hoy no se sabe qué es lo que hay. Deberíamos decir más bien que una familia acorde a todos los cánones no ha existido jamás. Se puede en efecto afirmar que la familia es una de las instituciones con mayor movilización y adaptabilidad de la historia de la humanidad, cualidad que le ha permitido persistir a través de los diferentes sistemas sociales.

En la literatura y en la historia, existen numerosos ejemplos de familias que calificaríamos hoy de “familias recompuestas o reconstituidas”.

Partiendo de lo que nos es familiar, como la historia del padre del psicoanálisis, podemos considerar así que la familia de Freud, donde Jacob, el padre había tenido un primer matrimonio – del cual habían nacido dos niños- y tal vez haya habido un segundo matrimonio el que, según ciertas biografías, se habría acabado a causa de la esterilidad de su esposa. Al momento del nacimiento de Freud, primer hijo nacido del tercer matrimonio, su padre ya era abuelo de un pequeño niño de un año y de una niña que acababa de nacer. Freud tenía entonces la misma edad que sus sobrinos y una madre que tenía la misma edad que sus medios-hermanos. La red familiar que rodeaba a Freud niño, parecía compleja e inclusive paradojal: aunque eras el primer hijo, tenía un “hermano mayor” y una “hermana melliza” quienes eran en realidad sus sobrinos. ¡Se puede decir que el psicoanálisis mismo ha nacido de una familia reconstituida!

Ya adulto, Freud, en su obra sobre Leonardo Da Vinci, busca analizar los fantasmas inconscientes del artista, se inclina por el estudio de la historia familiar de este último. Nacido de una relación ilegítima, transcurre sus primeros años de vida con su madre natural, después es acogido en la casa de su padre donde es educado por éste y por su esposa legítima quien era estéril. El padre vuelve a casarse seguidamente cuatro veces más, después de quedar viudo y engendra otros doce hijos. Otros ejemplos vendrán seguramente a nuestras mentes.

¿Qué hay entonces de nuevo? ¿Cuál es el aspecto particular sobre el cual nosotros hoy somos llamados a interrogamos?

Se puede pensar que la diferencia no reside solamente en las variantes fenomenológicas de la estructura familiar, sino también y sobretodo, en las implicancias ligadas a los valores semánticos y psíquicos que estas formas han tenido a lo largo del tiempo, tanto para el individuo como para la colectividad social.

Se puede decir que los problemas personales cuya implicación psicológica era irrefutable, han encontrado en el pasado soluciones con mayor frecuencia “privadas”, toleradas implícitamente por el contexto social.

En nuestra época se ha empezado tal vez a prestarle mayor atención a las necesidades, emociones, derechos de los individuos como sujetos y a orientarse más hacia la búsqueda de soluciones “públicas” hacia el reconocimiento social y jurídico de los derechos individuales (divorcio, adopción, fecundación médicamente asistida, etc.).

Es igualmente necesario considerar, aunque nosotros no nos detengamos al respecto, que hay otras fuerzas que conducen a una derivación, donde la afirmación de un individualismo caracterizado esencialmente por los aspectos narcisistas le gana la partida a la atención con respecto al individuo.

La entrada en escena del sujeto pone en primer plano, de manera ineludible, la complejidad de las implicaciones psíquicas que acompañan al individuo en la construcción, la modificación y la elección de sus lazos afectivos.

Más allá de estas dificultades, padecemos el “bombardeo” mediático de modelos familiares fuertemente idealizados donde la tolerancia de una parte de sufrimiento psíquico no es prevista.

La distancia entre una perspectiva ideal y una realidad vuelta cada vez más compleja y frustrante por las dificultades genera un sufrimiento suplementario. Es el deseo mismo que lo que es familiar permanezca tal cual, el que vuelve sin duda más difícil el comprender y aceptar las inevitables dificultades de los cambios en un contexto familiar tal como la institución de la familia.

Los principales fenómenos a los cuales estamos confrontados cotidianamente, tales como las separaciones, divorcios, los segundos y terceros matrimonios, las adopciones, las familias multiétnicas, las uniones homosexuales, la procreación médicamente asistida, pueden suscitar en nosotros una suerte de desorientación a causa de las dificultades que tenemos, a veces, en localizar en nuestra mente los elementos necesarios para situar en el marco de la experiencia cualquier cosa que pueda tener, para nosotros, una característica de extrañeza. Estos son los nuevos modos de vida y las nuevas formas de vida en común que reivindican la apelación de “familia”.

La desorientación debería acompañar nuestra observación en el marco de esta investigación sin transformarse, por defensa, ni en una forma perjudicial en el sentido de una opinión preconcebida, ni en una forma acrítica en el sentido de una simple adhesión a la dimensión fenoménica; en los dos casos vuelve imposible la exploración y la transformación acerca de “lo conocido no pensado”.

Por esta contribución, nosotros deseamos reflexionar con ustedes sobre la naturaleza del trabajo psíquico al cual están confrontados los individuos que crean estas nuevas configuraciones, que se han llamado frecuentemente en el lenguaje corriente “nuevas familias”, “familias recompuestas” o “familias reconstituidas”, según si el acento esté puesto sobre el aspecto reparador o sobre el retorno a una forma primitiva ideal.

Un elemento que estas nuevas familias tienen en común es el de estar confrontadas con una experiencia dolorosa, un duelo, una pérdida, una separación.

Se puede reflexionar sobre los nuevos escenarios relacionales partiendo de los que los han precedido: el vínculo que subyace la relación precedente y sus dificultades específicas. En efecto, el vínculo psíquico con el objeto no cesa y resiste en el tiempo, con las complejas vicisitudes internas, en razón de los procesos de interiorización y porque la presencia eventual de niños es un recuerdo constante del otro y de la familia que no está más.

Pensando en el desarrollo psicológico y en los procesos de adaptación de los individuos, se puede preguntar cuál es la relación dinámica que se establece con el mundo fantasmático interno, las representaciones mentales, las relaciones de objeto, los vínculos, tanto en el individuo como en el grupo familiar. ¿Cómo construir nuevos lazos y cómo deshacer antiguos lazos preservando su propia continuidad psíquica interna?

Nos parece útil, para tratar de responder a estas cuestiones recurrir a las nociones de procesos de subjetivación, de vínculo y de ligazón, desligazón, religazón como vertex de observaciones posibles.

La subjetivación es un proceso que dura toda la vida y que sufre una impulsión particular en ciertas fases o circunstancias donde se abren, entre el restablecimiento de antiguos vínculos y la creación de nuevos lazos, las posibilidades de cambios considerables teniendo en cuenta la amplitud e intensidad de la actividad de desligadura y religadura que se ha puesto en marcha. Este proceso de nuevas modalidades de trabajo psíquico que pueden ser la base de una mejor calidad de relación del sujeto consigo mismo y con los otros, pero igualmente de distorsiones, clivajes, forclusiones que reducen sensiblemente esta cualidad, sobrepasan las capacidades de funcionamiento psíquico del sujeto y ponen en jaque los procesaos de pensamiento y de simbolización. Los mecanismos de defensa mencionados más arriba protegen al sujeto contra el conflicto pero le impiden volverse “el sujeto de sus propios conflictos” (Cahn, 1998).

La subjetivación es un concepto que da cuenta tanto del proceso como de la relación: el sujeto que participa en la relación con el objeto en tanto otro y el proceso de subjetivación de la función de Yo y de la constitución de auto representación.

El proceso de subjetivación se basa en la exigencia de establecer vínculos internos y externos, así como la necesidad de ponerlos en cuestión: vínculos intrapsíquicos que, como lo evoca Bion, pueden ser lazos entre la pulsión y la representación, entre dos representaciones diferentes, entre el pensamiento y el afecto, entre el individuo y su capacidad de pensar o vínculos interpersonales entre dos individuos.

La posibilidad que un individuo se permita tolerar una parte de imprevisibilidad y de novedad en sus lazos o la necesidad de permanecer en una dimensión conocida, determina a nuestro entender, la diferencia.

Toda relación de pareja se funda sobre una parte de vínculo narcisista – identificatorio y sobre una parte del sujeto con el objeto reconocido como otro, en su diferencia. Para que esta última condición se realice, es necesario que un proceso de subjetivación, en tanto diferenciación de los objetos primarios, se haya puesto en marcha.

La emergencia de un nuevo “empuje libidinal” interno o externo puede confirmar o transformar las modalidades existentes del proceso de subjetivación de cada partenaire.

Se pueden pensar los vínculos en su función defensiva o inversamente favoreciendo un nuevo sujeto que reconoce al otro y su diferencia con el objeto interno, y también el status del objeto externo; la realidad interna y su relación con la realidad exterior, la semejanza y la alteridad existente entre los individuos.

 

Material Clínico

Para abreviar este trabajo, juzgamos más útil concentrar nuestra atención solamente sobre un material clínico, vista la complejidad de los temas abordados. No pensamos, por supuesto que baste para ejemplificar las situaciones variadas que se nos presentan pero más bien puede ayudarnos a reflexionar sobre las dificultades a las cuales nos vemos frecuentemente confrontados, de situaciones, que por sus características, introducen algo nuevo que puede resultar difícil para pensar.

Este material clínico no nos permitirá profundizar diversos aspectos de la función analítica, pero será utilizado para echar luz a los procesos de ligazón y desligadura que pueden tener lugar en el trabajo de transformación de los vínculos de pareja en las segundas uniones.

Nos consulta una pareja por un problema concerniente a una hija de siete años, quien manifiesta una enuresis nocturna y agitación junto a sus problemas de concentración en la actividad escolar.

La mujer, Ana, quien tiene alrededor de 35 años, es profesora de gimnasia en un gimnasio privado; el esposo, Piero, de 40 años de edad, dice que tiene un consultorio de dentista con su hermano, donde él ejerce desde siempre el trabajo de ortodoncista, una actividad que ha heredado de su padre. Él ya ha estado casado, es viudo desde hace siete años y Ana es su segunda esposa desde hace tres años. La pequeña hija por quien ellos han venido a la consulta, ha nacido del primer matrimonio y al momento de la consulta ellos no tienen otros hijos.

Explorando sus puntos de vista sobre las dificultades de la hija, remarcan de entrada su necesidad compartida de subrayar que ella es “la cosa más importante” para ellos y que, por consecuencia, toda elección de la pareja ha estado determinada por la idea de no hacerla sufrir “puesto que ella ya ha padecido la pérdida de su madre”, muerta de un infarto cuando la pequeña no tenía más que algunos meses. El padre cuenta que él está enteramente consagrado a su hija, habiendo modificado radicalmente su modo de vida.

Su hija y él devienen inseparables y la niña “ocupa” inmediatamente la gran cama.

Aunque el pedido de ayuda concierne a la niña, al término de la etapa de evaluación, varios elementos tales como la movilidad del síntoma, la relación simbiótica de la pequeña con su padre, la percepción de ausencia de un espacio psíquico de pareja y por último, pero no por ello en orden de importancia, la sensación de la analista de una fuerte e implícita demanda de que se ocupe de ellos, conducen a proponer una terapia de pareja.

Desde la primera sesión, la escena analítica es ocupada por los relatos y las vivencias ligadas a la muerte de la primera mujer. Después de algunas entrevistas, Piero preso de una fuerte angustia y llanto declara “querer decir la verdad” aún temiendo provocar en el otro rechazo y un juicio negativo.

El secreto concierne a su seropositividad, que él descubre cuando le es diagnosticado el SIDA a su primera mujer durante su embarazo. Aquella había contraído sin duda su enfermedad durante su adolescencia, vivida bajo la insignia de la promiscuidad, pero cuando ellos se encontraron, eso pasó a formar parte de su pasado.

Durante muchas sesiones, el tema central fue la posibilidad, para el marido, de expresar lo que jamás había dicho hasta allí y sobretodo no había encontrado un espacio de representación. Una vez levantado el secreto, Piero puede por fin encontrarse verdaderamente consigo mismo y con Ana como una tercera persona.

El embarazo había acelerado la manifestación de la enfermedad, que se agravó después del parto con el suceso de un infarto cardíaco que derivó en la muerte de la paciente. Durante el primer año la pequeña deviene seronegativa después de haber perdido los anticuerpos heredados de su madre. Piero interrumpe inclusive su actividad profesional por temor a infectar a sus pacientes.

Los tonos de los encuentros, siempre muy intensos, evocaban una parte imágenes y estados emocionales caracterizados por un tinte maníaco que se expresaba mejor en la acción y por otra parte, la lucha por la supervivencia, el “intentar el todo por el todo”, y el retraimiento, el repliegue sobre sí, la distancia.

El pedido de ayuda parecía sostenido por un sentimiento ambivalente, a la vez abierto al futuro y cargado de lo vivido como que cualquier cosa irreparable podía producirse de un momento a otro.

En el curso de esta primera fase, Ana guardaba la mayor parte del tiempo, un silencio atento y participativo, aprendiendo “pedazos de historia” que para ella era desconocida, shockeada por el estado emocional de su marido, a quien ella siempre había considerado como una persona fuerte y a la que no imaginaba sufriendo así.

El trabajo clínico luego exploró las fases iniciales de su relación, permitiéndoles resignificar sus recuerdos entre los cuales figuraba el develado del secreto.

Piero le revela a Ana el secreto, cuando su relación deviene más importante en el plano afectivo, convencido que ella pondrá fin a la misma. Contrariamente a sus expectativas, Ana lo elige definitivamente.

Diversos elementos emergen como el hecho de que Ana había tenido una madre ausente y un padre cuyo lugar ocupaba ella; endeble diferenciación respecto de la relación de Piero con su madre, ya que él había asumido el rol de paterno en su condición de hijo mayor, después de la inesperada muerte súbita del padre, así como el mandato de seguir su actividad profesional.

Aparece la necesidad en Piero de dedicarse enteramente a su hija, actuando el doble rol de padre y madre para reemplazar su falta.

Durante toda la primera fase del trabajo terapéutico, Piero permanece convencido de no poder ser un objeto de amor. Pareciera que el encuentro de la pareja se ha fundado sobre una certeza narcisística:

– Para Piero, el hecho de ser aceptado a pesar de los “destrozos” padecidos.

– Para Ana, la valorización narcisista de elegirlo a pesar de esos “daños”.

Esta elección no permite elaborar el duelo y la pérdida, el secreto compartido era una forma de negación colusoria.

Eligiendo a Piero, Ana incluye de manera indisoluble a la pequeña, a quien ella percibe como una “parte” del padre, así como Piero la vive como una parte de sí mismo, a tal punto que ellos pactan un viaje de bodas de tres.

El trabajo clínico mostrará que hasta ese momento ellos no estaban aún en pareja y que el hecho de ser tres no correspondía a una triangularidad.

Ana aceptando entrar en una casa que guardaba intacta la presencia de la primera mujer- mismo a través de los objetos- y de compartir el lecho conyugal con la pequeña ha sobre estimado su capacidad de tolerar esta situación. La elección, con sus características de omnipotencia, parece corresponder a una imagen de Yo ideal.

Ana podía igualmente realizar la fantasía de tomar el lugar de una madre que por su muerte, había sido “una madre ausente” y darse al mismo tiempo la madre que – por su ausencia- le había faltado.

La satisfacción de necesidades narcisistas – omnipotentes prevalece en la pareja y no permite la emergencia pulsional.

En el proceso terapéutico, una capacidad autoreflexiva ha sido movilizada gracias a la identificación con la función analítica del terapeuta y a la posibilidad de sentirse reconocido y visto en su propia subjetividad, lo que ha permitido comenzar las transformaciones.

Con el transcurso de las sesiones, la centralidad de la hija deja rápidamente lugar a su relación de pareja y a su profundidad vincular. Es a partir de la pequeña que ellos comienzan a ver progresivamente en su alteridad que se inician las desligaduras.

Anna y Piero pueden avizorar el no tener necesidad de mantener una representación parental ideal defensiva que le servía a uno de protección contra las vivencias infantiles de abandono, y al otro para encarar sentimientos de pérdidas no elaboradas, y la vivencia mortífera de la enfermedad.

Ellos tenían en común una afectividad muy incompleta, aún entrelazados en los vínculos de dependencia de los objetos primarios que aún en Piero el primer matrimonio no había modificado. Parecía en efecto que él no había logrado poner un freno a la intrusión maternal tanto interna como real desde el momento en que su madre continúa ocupándose de la casa.

La experiencia de la separación parecía estar trabada en ellos por la imposibilidad de una elaboración, la que tenía su origen en sus respectivas historias familiares donde las pérdidas habían sido negadas por la sustitución.

No es tal vez una casualidad que la dificultad actual haya surgido frente al crecimiento y al empuje de separación de la niña.

Anna siente cada vez más la necesidad para expresar de manera libre y personal su rol con respecto a la pequeña: ella no tolera más que Piero ocupe enteramente su espacio emocional y acepta renunciar a la representación de objeto primario ideal que ella había puesto en él.

A este primer nivel de transformaciones, que concierne a las funciones y las internalizaciones parentales corresponde una modificación de su vínculo.

Es en esta fase de análisis de pareja que Anna tiene el siguiente sueño, que parece ser un sueño de pareja: “Yo me encuentro en una vieja casa de muchos pisos, los arreglos están en curso, hay que dividir el espacio para hacer más departamentos. Yo había elegido un cerámico muy bonito y me preguntaba si le gustaría a Piero”. Anna asocia los trabajos de reacondicionamiento al trabajo actual de Piero, quien dirige una pequeña empresa de construcción y reconoce al mismo tiempo que su deseo es, tal vez ir a vivir a una nueva casa, una casa “nuestra”.

Piero subraya a su vez que ahora su nueva actividad, la que él había elegido en un comienzo como lo menos malo, le gusta y marca una individuación en relación con la figura de su padre. El sueño parece representar de manera condensada una serie de transformaciones psíquicas de este período: posibilidad de desligarse de las viejas representaciones de sí, posibilidad de pensarse diferente el uno del otro y separados de los objetos originarios, pudiéndose investir libidinalmente en el cambio.

Una mayor diferenciación interna les permite reconocerse en su alteridad introduciendo igualmente una dialéctica conflictual que se expresa sobretodo gracias a Anna. En efecto, frente a estos cambios intrapsíquicos e interpersonales, emerge la demanda de modificar inclusive los espacios psíquicos. La casa comienza también a expresar más la identidad naciente de la nueva pareja y se logra poner límites a la intrusividad de la madre de Piero.

Las desligaduras pulsionales en relación con los objetos infantiles y a la primera mujer que representaba su continuidad, dan lugar a las nuevas investiduras y permiten darle forma a un nuevo vínculo entre ellos, caracterizado por una nueva investidura objetal.

Es durante esta fase que ellos manifiestan su deseo de tener un hijo. Deseo que antes no hubiera podido ser pensado a causa de la ausencia de un espacio imaginario simbólico, generador de la pareja, que la seropositividad no había hecho más que confirmar.

El hecho de hacer lugar a un niño en su espíritu pone en juego su identidad y exige que los fantasmas primitivos de una unión exclusiva con sus propios objetos parentales, sean traídos a sus proporciones normales.

La apuesta procreativa los obliga a someterse a un procedimiento médico complejo, que comporta una fecundación asistida con esterilización del esperma a fin de preservar a la futura madre y al feto de la infección viral, confrontándolos igualmente con la angustia de muerte.

Después del segundo fracaso que Piero sueña lo siguiente: “Llevo una ropa de gimnasia, tal vez un equipo de buceo, no recuerdo bien, es algo que me protege pero que también me aprieta. Tomo un cuchillo y comienzo a cortarla en pedazos hasta que me encuentro enteramente desnudo”. Las asociaciones dirigen la atención hacia sus esfuerzos, su obsesión por mantener el cuerpo sano, bronceado, en forma, de deber ponerlo constantemente a prueba de los esfuerzos psíquicos como para probar que está vivo. Un cuerpo que revestido como una combinación deportiva, se ha vuelto impermeable a la idea de estar enfermo ahogando e impidiendo todo contacto con las emociones.

Es a partir del dolor compartido de esta experiencia, que un espacio de elaboración puede ser abierto sobre la vivencia de contaminar y de ser contaminado con el carácter perturbador que lo acompaña respecto a estar enfermo, caer enfermo y morir.

Aparece la posibilidad de entrar en contacto con los sentimientos de pérdida, de falta, de fragilidad, de incertidumbre que parecían en otro tiempo excluidos.

Después del fracaso de esta tentativa de procreación, Piero y Anna sienten el límite de sus cuerpos, cuerpos que ambos han sobreinvestidos con pesados entrenamientos como para asegurarse un soporte defensivo omnipotente frente a las sensaciones peligrosas de fragilidad narcisista que señalaba no obstante el riesgo de derrumbe.

Algunos meses más tarde, el anuncio del principio de un embarazo que se desenvolverá sin problemas pero con numerosas precauciones obliga a suspender momentáneamente el trabajo analítico.

Hace un mes hemos recibido un llamado telefónico anunciándonos el nacimiento de un niño.

 

Algunas consideraciones finales

Pensamos que en las parejas de las familias recompuestas, la reconstrucción de nuevas tramas de sentido deben pasar inevitablemente por el trabajo de elaboración del duelo y de la separación, condiciones previas al proceso de subjetivación y del trabajo de desligadura y religadura.

Nos parece que el material clínico presentado provee pistas para poder poner en evidencia este recorrido.

La idea que nace en el espíritu del analista de elegir un encuadre de pareja, representa para nosotros una primera delimitación del espacio conyugal que parecía confundido con el de la hija sobre la cual descansaba el sentido de su existencia como pareja. Si, al nivel intrapsíquico, la niña podía representar los aspectos internos clivados y proyectados de cada uno de los dos, al nivel interpersonal ella era el objeto común de investidura.

El develamiento del secreto atrapa el trabajo de duelo y de separación, e inclusive la posibilidad de hacerle frente a los sentimientos depresivos y a la transformación de la omnipotencia narcisista del Yo ideal. Esta otra desligadura que comienza a hacer emerger las alteridades, permite la constitución progresiva de un nuevo vínculo de pareja.

Si de una parte, la seropositividad representaba el elemento que hacía imposible una investidura sexual total de la pareja; ella constituía por otra parte, en tanto secreto compartido, el elemento que los unía.

La elaboración de los sentimientos de culpabilidad, ligado en Piero, al hecho de haber sobrevivido, y en los dos, a un fantasma edípico, les hace entrever la posibilidad de percibirse como sujetos deseantes y objetos de deseo.

Este movimiento favorece un proceso de desligadura – religadura que les permite avizorar la posibilidad de procrear, reconociendo en ello un aspecto libidinal vital e identificándose con “buenas” figuras parentales.

Se puede pensar que la posibilidad transformativa del funcionamiento psíquico de los individuos y de la pareja ha tomado forma igualmente gracias a la función de continencia del encuadre, construcción interna del análisis que, quedando en contacto con los sentimientos depresivos y pudiendo ser un sujeto portador de duelo, ha representado un modelo identificatorio internalizable.

Es verdad que un aspecto central de la función analítica es “describir algo que está más allá de las posibilidades del lenguaje” penetrando sólo por las palabras en un mundo de sentimientos, fantasmas, de imágenes irreductibles a todo proceso lingüístico (A. Di Benedetto), ésta deviene entonces más compleja cuando es confrontada a aspectos desconocidos.

Pensamos, por otra parte, que el analista confrontado a estas situaciones también nuevas y complejas, debe poder renunciar a su propio imaginario familiar habitual y tranquilizador, y tolerar entrar en contacto con los aspectos perturbantes frente a los cuales no hay respuestas seguras.

En efecto, si el nacimiento mismo del niño puede ser recibido, por una parte como la expresión de la instauración de un proceso transformativo psíquico de los individuos y de la relación de pareja; por otra parte, pone inevitablemente el análisis cara a las implicancias éticas de una reducción de límites de la tecnología, por ejemplo, de lo que se ha vuelto ahora posible.

En nuestros días particularmente, el analista debe estar atento a los riesgos de una colusión con una dimensión omnipotente del vínculo que se opone al establecimiento de una vincularidad fundada sobre el reconocimiento del sujeto, del otro, de una transicionalidad, de la elaboración del duelo, del establecimiento de una dimensión edípica.

Pensamos que si la tarea del psicoanálisis es, por una parte, la de acoger y significar el sufrimiento que nace con el individuo y en las relaciones familiares, ella debe ser también y cada vez más, la que contribuya a las elecciones jurídico políticas a través de la difusión de los conocimientos surgidos en la clínica.

Traducido del francés por la Licenciada Irma Morosini

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Notas:

[1] Segundo Congreso Internacional de Terapia Familiar Psicoanalítica, Montreal agosto 2006
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BIBLIOGRAFÍA

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