La investigación de los procesos grupales, realizada tanto en el campo de la clínica como de la formación, revela la presencia y operación en el grupo de fenómenos primarios. Este hecho abre interrogantes respecto a qué formas y estadios del psiquismo remiten ciertas vivencias, mecanismos y fantasías que emergen en el dispositivo grupal.
La constatación sistemática de esa emergencia nos lleva a afirmar que la situación grupal provoca y convoca la actualización de sensaciones e imagos corporales arcaicas, vivencias fusionales y de fragmentación, angustias primitivas, fenómenos de resonancia y de espejo, movilizándose en ella lo que algunos autores llaman identificación primaria, otros núcleo aglutinado, co-soi, pero que en todo caso aluden a las formas más arcaicas del ser, que es siempreser-con-otro, en una relación de unidad o continuidad.
Dicha actualización habla del psiquismo, del grupo y su relación. ¿Por qué esta capacidad del grupo de convocar lo arcaico? ¿Por qué la disponibilidad del psiquismo para reeditar sus formas primarias en ese espacio? Esta interrelación pareciera señalarnos que estamos ante hechos del orden de lo configuracional, lo instituyente, lo determinante. La temática del grupo reenvía a la problemática del sujeto, a la vez que dialécticamente, la problemática del grupo nos remite al análisis de la subjetividad, y su génesis.
La investigación de los procesos psíquicos tempranos y su potencial eficacia en la constitución de la estructura grupal plantea la cuestión del articulado de dos órdenes de fenómenos: los atribuibles a las formas primarias del psiquismo y los que hacen a la esencia del proceso grupal. Tal indagación implica una reflexión sobre la relación de mutua determinación entre estructura grupal y mundo interno. El análisis de esa dialéctica configura el espacio teórico pertinente a esta articulación, en tanto abre el camino a la comprensión de una doble función instituyente: del grupo en el sujeto y del sujeto en el grupo.
La pregunta acerca del grado de determinación de los procesos por las imagos arcaicas, por las más primarias fantasías y relaciones nos conduce a su vez a la pregunta inversa y simétrica: ¿cuál es el lugar del otro, de la interacción, del vínculo, del grupo, en la constitución del psiquismo? Al interrogarnos por los procesos interaccionales y su eficacia llegamos a la hipótesis fundamental de nuestro esquema teórico. Ésta es que el sujeto emerge y se configura en la interioridad y por efecto de una complejísima trama de vínculos y relaciones sociales, las que a su vez determinan aspectos de la forma y contenido de esos vínculos. Entendemos por vínculo una estructura interaccional compleja que incluye dos sujetos, su mutua interrelación efectivizada en procesos de comunicación y aprendizaje. Se funda motivacionalmente en las necesidades de los sujetos y se desarrolla en dos dimensiones en relación dialéctica: la intersubjetiva y la intrasujetal, o mundo interno en el que se inscribe esa red interaccional. El vínculo, si bien es una relación bicorporal, comporta siempre una red multipersonal implícita.
Protovínculo. Al indagar los procesos de génesis y constitución del psiquismo focalizaremos en esa complejísima trama relacional que lo determina, una instancia particularmente eficaz y significativa. El protovínculo, estructura interaccional primaria que operará como sostén y condición de posibilidad, junto a la organización biológica, del psiquismo humano.
El protovínculo es una relación asimétrica que compromete a madre e hijo de diversa manera. Una se incluye en ella desde la trayectoria vincular en la que ha configurado su compleja organización psíquica, como ser social que portará sobre su hijo, consciente e inconscientemente, el orden de las representaciones y significaciones sociales. El otro surge y se gesta en ese vínculo como sujeto bio-psico-social, adquiriendo en esa relación fundante su organización somato-psíquica.
La interacción en el protovínculo tiene un código específico que se amplía, redefine y complejiza con el desarrollo. En este código el cuerpo ocupa un lugar primordial. Nacemos un cuerpo en el seno de otro cuerpo (cuerpo implica siempre algún nivel de psiquismo). Pero la institución protovincular se despliega y está sostenida y normatizada por la institución del grupo, siendo ambas totalmente determinadas. Por la grupalidad subyacente a lo vincular, nacemos un cuerpo en el interior de un grupo. Es esta preexistencia de lo grupal la que ha permitido afirmar que el grupo es el “locus nascendi del sujeto” (Moreno), matriz modeladora del psiquismo (Foulkes). El grupo, como institución primordial es causa de la organización grupal del mundo interno (grupo interno). El protovínculo es, aun en su especificidad, una figura metonímica del grupo originario familiar que subyace a esa relación. Por el lugar fundante del cuerpo en el protovínculo, por la articulación primaria cuerpo-madre-grupo y por la función yoica o de sostén y continencia que estos últimos ejercen y comparten, el grupo podrá ser más tarde, metáfora de la madre, metáfora del cuerpo fusionado, de aquella relación primaria e indiferenciada, o del cuerpo fragmentado, inestructurado, tal como se lo experimenta en el protovínculo, en los primeros estadios del desarrollo. El grupo tendrá para el sujeto, entre otras, una significación a nivel de lo analógico. De allí su posibilidad de erigirse en espacio transicional, de provocar, convocar y evocar vivencias, procesos y mecanismos arcaicos.
Hemos dicho que el protovínculo se desarrolla en sucesivas etapas en las que la relación se complejiza y redefine en un itinerario que partiendo desde una unidad originaria culmina en la individuación del sujeto que en él se constituye. Este vínculo primario se inicia con la vida intrauterina, en una constante co-presencia y permanente intercambio. Según Enrique Pichon-Rivière en este ámbito vincular el ser en gestación configura un protoesquema corporal prenatal, rudimentaria organización de sensaciones interoceptivas y propioceptivas. La piel está sometida a estímulos permanentes por el líquido amniótico y las paredes uterinas. Según Lapierre y Aucouturier las sensaciones son de tipo fusional, inmerso en el líquido amniótico el sujeto experimenta la textura de ese medio invariante y del tejido placentario envolviendo el cuerpo sin discontinuidad, lo que se supone produce una sensación de globalidad difusa e ilimitada gratificante. El protoesquema corporal prenatal expresa el nivel de organización psíquica alcanzado en la vida intrauterina, organización objetiva y esencialmente relacional por su génesis, aun cuando se mantiene en un estado de indiferenciación.
El protoesquema corporal prenatal se desorganiza con el nacimiento, redefinición radical en las condiciones de existencia. El recién nacido pierde su estado previo de globalidad fusional y es invadido por una multiplicidad de estímulos desconocidos. Esta discontinuidad con lo previo es registrada como privación (protodepresión según E. Pichon-Rivière). El cuerpo del recién nacido es sometido a una división originaria, es un cuerpo necesitado, carente, que sólo sobrevivirá en el sostén del cuerpo y el cuidado del otro, de la función yoica desplegada en el vínculo y en el grupo subyacente y normatizada por el orden social.
La pérdida de la globalidad y continuidad intrauterina desencadena vivencias como la de carencia de cuerpo o de fragmentación. Sin embargo no proporciona aún acceso a la diferenciación yo – no yo. La unidad indiferenciada se mantiene. Desde la experiencia originaria de unidad y desde la carencia se gesta la necesidad de restituir el estado de completud, la fantasía y búsqueda de una fusión que extinga la vivencia de vacío y fragmentación. La necesidad del cuerpo del otro opera toda la vida y se manifiesta particularmente en situaciones regresivas o de alta intensidad emocional. Se moviliza como fantasía fusional en algunos momentos del desarrollo grupal. La fusión es un estado sincrético de indiscriminación en el que no hay verdadero espacio de encuentro sino de englobamiento. La vivencia es la de unidad de ser. El bebé no ha podido delimitar por inmadurez biológica y monto de carencia, lo interno de lo externo. A la vez es un mosaico de sensaciones que sólo podrá lograr unidad por la función integradora del vínculo. Función de sostén, discriminación e integración que no emerge sólo de la madre -aunque ésta la vehiculice- sino que surge y se organiza en un contexto grupal y social. Esta función materna o función yoica es un proceso vincular-grupal que consiste en ser el sostén del ser del bebé, de sus procesos de integración y discriminación, de apropiación de sus contenidos e internalización de su continente. Por esta función surge un psiquismo abierto sobre el mundo y constituido en permanente proceso de sostén y apoyo. En la apropiación de contenidos e internalización de su continente vincular-grupal el sujeto podrá transformar su espacio fusional indiscriminado en un espacio interaccional mediado por el gesto, la mirada, la voz, la palabra.
En este espacio simbólico, social, el sujeto comienza a reconocerse a sí mismo como integrado, relacionado y a la vez discriminado del otro. La configuración de dicho espacio señala un cambio cualitativo en la organización de la dimensión intrapsíquica del sujeto, a la que denominamos mundo interno.
Hemos dicho que la reflexión sobre la relación dialéctica, de mutua articulación y transformación entre estructura grupal y mundo interno, encuadra teóricamente este análisis de la relación entre formas primarias del psiquismo y procesos grupales.
Caracterizamos el mundo interno como una compleja estructura interaccional intrapsíquica que resulta de la inscripción y procesamiento en el sujeto de sucesivas experiencias vinculares. En esta dimensión interna, reconstrucción de las redes relacionales objetivas en las que el sujeto emerge y despliega su experiencia, se articulan el self y los objetos internos con las características de una formación grupal. La interacción intrasistémica se desarrolla configurando una dramática o trama argumental interna, en la que se escenifican interpretándolas, las necesidades de los sujetos y su destino vincular-social. Este grupo interno, configurado por distintos mecanismos de interiorización, tiene una historicidad que nace con la génesis del sujeto en el protovínculo y guarda huellas de sus formas más arcaicas. Está sometido a la operación de las técnicas del yo y se constituye a partir de la interacción del grupo familiar primario, sostén del ser del sujeto y del protovínculo.
El proceso de constitución de la subjetividad en el sostén y apoyo de una estructura interaccional, modelante e integradora, determinante (vínculo-grupo), opera desde el comienzo de la vida y se mantiene a lo largo de ella, redefiniéndose en sus formas.
Alcanzados los niveles más complejos de la organización psíquica, ésta -por su carácter esencialmente vincular-social, por ser un sistema abierto en relación dialéctica con la realidad- es una gestalt-gestaltung en permanente movimiento de modificación e integración. Ello hace de la continencia y el sostén grupal una necesidad omnipresente. Grupo y sujeto cumplen uno respecto al otro, con modalidades particulares, una recíproca función instituyente e integradora, en la que el sostén y modelamiento son una de sus formas.
Los distintos grupos de pertenencia del sujeto, en los que se desarrolla su experiencia cotidiana son, en tanto sistemas relacionales estables y normatizados, instituciones que operan como sostén del psiquismo, encuadre y escenario en el que se depositan y controlan las formas más primitivas e indiferenciadas de la personalidad, gestadas en la organización grupal originaria. Esa depositación permite que prevalezcan en el sujeto y en el grupo las formas de interacción más evolucionadas y complejas. El ámbito grupal es un espacio común de producción e intercambio en el que suele predominar el orden simbólico sobre las ansiedades y fantasías primitivas.
Esta es una de las formas posibles de la dialéctica entre grupo interno y grupo externo. Pero a su vez, la escena grupal convoca la actualización de sensaciones e imagos corporales arcaicas, fantasías fusionales y de fragmentación, vivencias confusionales, de indiscriminación. Aquello que había sido depositado en el grupo como encuadre pasa a un primer plano como parte del proceso grupal. Esta transformación ocurre en aquellas situaciones en las que es puesta en cuestión la función grupal de sostén. Se moviliza el continente y lo contenido. Observamos esta dominancia de lo primario en el inicio del grupo, en los momentos de crisis o en situaciones de alta intensidad emotiva.
El grupo es significado entonces por sus integrantes como un espacio fusional sustitutivo de la pérdida de fusión o indiscriminación corporal arcaica. Se despliega una ilusión de completud. En ese momento regresivo se hace evidente, a partir de distintos signos: las acciones, los gestos, los sonidos y eventualmente el discurso de los integrantes, la articulación profunda entre el grupo y el cuerpo materno, indiferenciado del propio, primer objeto de amor y conocimiento.
El objeto transicional transita -según Winnicott- entre el objeto interno, emergente de una experiencia real o fantaseada y el objeto externo. Es un objeto real, que será significado y reinterpretado desde el mundo interno.
La situación grupal, esa realidad objetiva, es transformada por esa significación en sustituto del cuerpo, en sustituto del otro que completa y del que se carece. Por su presencia en la génesis del psiquismo el grupo tiene una particular disponibilidad para adquirir ese carácter transicional, analógico. Construir un grupo -dice René Kaës- es darse recíprocamente la ilusión metafórica de ser un cuerpo omnipotente, no sometido a la división ni a la muerte.
Si el grupo es vivido analógicamente como un seno cálido, lugar mítico de refugio y seguridad, despierta el deseo fusional de perderse en él. Se dan entonces momentos confusionales con anulación del espacio relacional y pérdida de límites témporo-espaciales. Domina una fusión activa, en la que se intenta anexar al otro a la propia necesidad, al propio pensamiento. Se desea ser completado por el otro. A la vez y contradictoriamente, emerge la angustia y despersonalización, el temor a quedar atrapado dentro del otro. Los sujetos instrumentan ante el deseo y la angustia fusional, la ansiedad persecutoria, que introduce bruscamente en ese espacio de confusión, amenazante de la identidad, una discriminación organizante. Ésta tiene una función defensiva ante el peligro de la actualización de lo más arcaico del psiquismo y constituye, habitualmente, el aspecto manifiesto de la situación de inicio.
Si estas vivencias, sensaciones e imagos arcaicas movilizadas en el proceso de integración o en las situaciones de crisis, no pueden ser nuevamente sostenidas, contenidas y metabolizadas por el contexto grupal, el grupo se desintegra y el sujeto huye ante el fracaso de la función de sostén.
El análisis de la actualización de lo arcaico en la situación grupal abre un debate acerca de lo que con rigor puede ser definido como transferencial o pre-transferencial, ya que estos fenómenos primarios, que reconocen su origen en la constitución del psiquismo en el protovínculo, son siempre relacionales, aun cuando el otro no sea reconocido como objeto diferenciado.
La transicionalidad del grupo, determinada por su presencia en la génesis del psiquismo y por su carácter escénico, que promueve el despliegue de la dramática interna lo transforma en un ámbito privilegiado de desarrollo de la dialéctica regresión-progresión, mundo interno-mundo externo, lo que lo convierte en un instrumento privilegiado de terapia y formación. En síntesis, de transformación.
Trabajo presentado en el Congreso Internacional de Grupos, Zagreb, Yugoslavia, Agosto de 1986.
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