Introducción

En el  estudio de la trasmisión psíquica entre generaciones algunos autores hacen una distinción entre transmisión intergeneracional, en la cual se verificarían pasajes positivos y formativos para el sujeto, y transgeneracional en la cual pasaría, por el contrario, aquello que “no está contenido, elaborado, trasformado” (Kaës,1997) y que va más allá de la capacidad de comprensión y elaboración del sujeto mismo, lo que no puede volverse agradable y por esto es negativo.

Nosotros pensamos que la frontera entre los dos tipos de transmisión no es tan límpida. En efecto, vivencias psíquicas trasmitidas positivamente, ya trasformadas de elaboraciones precedentes, pueden no ser adecuadamente interiorizadas, no volverse parte de la identidad de la persona o directamente ser elementos que impiden o hacen difícil el desenvolvimiento mental.

Queremos analizar en particular el caso del mito familiar. En nuestra experiencia clínica hemos visto que en la misma familia algunas personas acogen plenamente este tipo de contenido mental, ya elaborado y transmitido de las generaciones precedentes, y se torna así para ellos, algo que va a sostener positivamente la identidad. Al contrario, en otros componentes de la familia esto no sucede y, más bien vuelve difícil un desarrollo armónico.

Al estudiar la función del mito familiar, esto es lo que implica la trasmisión psíquica entre las generaciones, hemos considerado importantes conceptos teóricos: el ”Yo ideal” de Freud, el “Falso self” de Winnicott, la mentira, falsedad (“bugia”) de Bion – que nos permiten ver como el aspecto cuantitativo, y no sólo el cualitativo, de las vivencias se conjugan en muchas gradaciones de color y calor emotivo – y nos hemos basado en las observaciones de una obra literaria, de la obra maestra de Joseph Roth “La marcia di Radetzky” (La marcha de Radetzky).

Concluiremos nuestra contribución con algunas reflexiones sobre los aspectos clínicos que son importantes valorizar en este contexto.

 

Algunos elementos teóricos

Nos reconocemos, aún después de 150 años, ‘Sobre las espaldas de Freud” (Speziale Bagliacca, 1982).  En 1914, en ‘Introducción al narcisismo’, Freud introduce el concepto de Yo ideal, como aquella instancia que se diferencia del Yo en el curso del desarrollo y que nace del narcisismo infantil primario. (Freud que lo llama indiferentemente Yo ideal o Ideal del Yo. Más tarde, en 1932 en ‘Introducción al psicoanálisis’, hablará del Ideal del Yo como de la instancia que nacería de la identificación con los padres. Pero en toda su obra no introduce una distinción conceptual entre ambas, por esto nosotros hablaremos solamente de Yo ideal). En efecto, el niño, al crecer, no alcanza a mantener la autosatisfacción narcisística, la que se encuentra turbada y mortificada por la percepción de la realidad y del juicio crítico. Y, no logrando renunciar a ella, se esfuerza por reconquistarla proyectándola como ideal propio.

Nosotros, a propósito de esta renuncia, pensamos entre otras cosas que la formación del Yo ideal es también un modo para reelaborar el duelo, en cuanto algo del pasado que se ha perdido y que es proyectado al futuro como meta anhelada, teóricamente alcanzable más tarde.

Pensamos que el mito familiar bien puede ser utilizado en la formación del Yo ideal, lo que puede volverse, luego, “rico de aquellas cualidades de las que fue dotado el Yo cuando era niño” (Freud 1914).

Además Freud hipotetiza una instancia que observa al Yo actual en cotejo con el Yo ideal y que constituiría el censor del Yo, la consciencia moral (este es el primer indicio del Super-Yo), una especial instancia psíquica que vigila a fin de que por medio  del Yo ideal se asegure la satisfacción narcisística. (En este momento Freud considera las dos instancias separadas. Más tarde, en el ’32’, englobará el Yo ideal en el Super- Yo, que tendría tres funciones: autoobservación, consciencia moral y función ideal.)

Evidentemente no siempre en la formación del Yo ideal todo es tan simple. Esta integración de elementos, como el mito familiar, en el Yo ideal tiene necesidad de condiciones particulares, para que luego ese Yo ideal cumpla sus funciones.

Nosotros individualizamos dos posibilidades.

La primera es esta censura (Super-Yo), obra ya de la primera de las constituciones del Yo ideal, que no sólo coteje sino que pueda no aceptar al Yo ideal así formado, impidiendo de tal modo no sólo la satisfacción narcisística, sino también la posibilidad de un desarrollo que pueda derivar de ésta.

Un Yo ideal así constituído puede ser sentido en tal caso como una apropiación indebida. Retornemos otra vez por esta cuestión al pensamiento de Bion sobre lo ficticio, lo inauténtico (la “bugia”).

La segunda posibilidad consiste en el hecho que el Ideal del Yo constituído sobre el mito familiar pueda ser sentido como excesivo, irracional y no integrable ni utilizable para su función. Entonces quedará como un obstáculo de la personalidad, impidiendo el desarrollo de otro Yo ideal, menos grandioso pero más productivo.

El Yo y el Yo ideal pueden estar más o menos separados.

El Yo ideal puede estar totalmente escindido del Yo y ser proyectado al exterior. Puede también tratarse de una escisión incompleta que impide la proyección; el mito queda en ese caso mantenido en el interior, pero se vuelve un impedimento.

Cuando tienden a coincidir, el individuo conserva la previa autocomplacencia narcisística. En el maníaco directamente confluyen juntos y entonces tendrá el estado de ánimo de triunfo, de alegría de sí, sin las perturbaciones de la autocrítica; no tendrá inhibiciones, consideraciones, autoreproches. En el melancólico, en vez, la infelicidad expresa la disidencia entre los dos: el Yo ideal declarará implacable la propia condena del Yo bajo la forma de delirio de inferioridad y de autodenigración.

En el romance “La marcha di Radetzky” Joseph Roth narra las vicisitudes de una familia de tres generaciones, la que se desarrolla en el imperio austro-hungaro durante la vida de Francisco José.

El abuelo ha sido, a su pesar, un héroe, salvando la vida al joven emperador en la batalla de Solferino del 1859. De oscuro subteniente se encuentra con un ítulo nobiliario, una renta y un mito familiar a transmitir a su descendencia.

La fortuna de la familia Trotta parece seguir aquella del imperio, la que en el mundo en aquel momento estaba en su máximo fulgor.

Con las generaciones sucesivas, se asiste a una involución, a una decadencia familiar, la que el autor dilata en el relato prospectivo histórico y social, con la preparación del inexorable camino hacia el ocaso. Es una declinación paralela de un hombre, de una familia, de un imperio, de una cultura. Vemos que la figura del emperador de grandiosa se vuelve casi penosa, con su desmemoria. Asistimos a la decadencia del imperio, al emerger de los nacionalismos, a las precipitaciones de los valores corrientes, a los cuales se van contraponiendo los nuevos. Se avisora la fragmentación.

Vemos como para el nieto el mito del abuelo-héroe es una carga. Carga porque pesa, porque le dicta las reglas de la existencia entera, porque le impide elegir su propia modalidad de vida, porque es llevado a construir un ideal del Yo desproporcionado respecto al Yo. Y carga, también, de la cual no se conoce el contenido, el sentido (los valores han cambiado y la grandeza del imperio no tiene significado), como un cuerpo extraño en su existencia personal, que logra de algún modo condicionarla completamente.

Este mito del abuelo – héroe se vuelve un verdadero obstáculo por el que no logra sostener la identidad, pero sobretodo la quebranta.

Aquello que, en una prospectiva histórica, es la emergencia de los nacionalismos parece corresponder, en una prospectiva individual, al nacimiento de una identidad más personal, auténtica, aunque al comienzo sea débil e incierta. Nuevos valores, más personales, pueden ser utilizados para la constitución de un Yo ideal productivo. Pero se precisa coraje. Esto es en los hechos, el riego de la fragmentación de la personalidad, de la descomposición, de la dispersión. Naturalmente nos viene a la mente el ‘terror catastrófico’ de Bion.

Trotta ha desarrollado un Yo ideal demasiado grande, el que ha tomado ventaja sobre el Yo y lo ha hecho sentir más pequeño e impotente y lo ha vuelto más dependiente de la autoridad y del grupo.

 

Nosotros pensamos que, si una figura (ej. paterna) es introyectada, pero sin una verdadera identificación, permanece como un fantasma y, solo por el hecho que ocupa un espacio, se puede constituir como perseguidor. Entonces hará sentir al sujeto en peligro y lo empujará aún más a buscar seguridad y protección en la autoridad (ya sea que se trate del emperador, o ya sea del mito familiar).

El sujeto se sentirá entonces más fuerte, pero a expensas de su capacidad de juicio independiente. No logrará tomar decisiones autónomas, dirá siempre que sí.

Nos puede ser útil, en este nuestro examen, la teorización de Winnicott (1949), según la cual, en el desarrollo se activa un Falso self en las situaciones en las que el Verdadero self se siente perturbado en sus ritmos de crecimiento, mientras actua el descubrimiento espontáneo del ambiente y se siente amenazado en su continuidad de ser, e inducido a ‘reaccionar’ defensivamente a la presión  del ambiente.

Cuando la madre no es suficientemente buena, cuando no sostiene la omnipotencia del hijo, cuando no es capaz de procesar sus sueños y deseos, sosteniéndole las creaciones ilusorias, el Verdadero self del niño va al encuentro de una amenaza de aniquilamiento. El niño está entonces constreñido, prematura y obligatoriamente, a someterse a las expectativas de los otros, ha sufrido la pérdida de contacto con sus propias necesidades y con sus gestos espontáneos: en efecto en este estadio muy precoz del desarrollo, el Yo no es suficientemente fuerte porque sigue reacciones sin aún una pérdida de identidad.

Cuando la madre no es capaz de responder al gesto del niño, lo sustituye el propio gesto, demandando implícitamente al hijo de dar a eso un significado tramitando su condescendencia. Así el hijo puede reaccionar a la demanda ambiental aceptándola.

Esta condescendencia es el estadio precoz del Falso self. Adviene una escisión entre un Verdadero self, que queda desprendido y atrofiado, y un Falso self complaciente.

El Falso self, por esto, se constituye sobre una base de complacencia y tiene una función defensiva de proteger y esconder al Verdadero self.

El Falso self se presenta en grados diversos, los que van desde la salud hasta la enfermedad. Cuanto más grande se muestra el Falso self, más esconde al Verdadero self.

Cuando la madre ha sido suficientemente buena, se desarrolla un aspecto complaciente del Verdadero self, una capacidad del infante de adaptarse sin exponerse, porque el Verdadero self es seguro. Esta, que es la capacidad de compromiso, es una conquista. Y esto es el equivalente del Falso self en el desarrollo normal y se traduce en el modo de hacer en lo social; es algo que permite al individuo adaptarse al ambiente.

El Falso self, en una patología leve, se preocupa de hacer emerger al Verdadero self, mientras en una patología más seria, para defender al Verdadero self, lo esconde, no obstante reconosciéndolo como potencial y permitiéndole una vida secreta.

Puede, finalmente, en los casos más graves, constituirse como real. El Verdadero self está entonces completamente escondido, ‘inhallable’. En las relaciones profundas el sujeto comienza a vacilar. En el individuo hay un  cresciente sentido de desesperación, hasta la amenaza de hacer desaparecer o anonadar al Verdadero self.

 

En Trotta creemos ver la evolución de la relación Verdadero self/Falso self.

De entrada el Verdadero self es invisible: él está conformado por el mito familiar en modo automático.

Después emerge un malestar que lo rodea, con tentativas tímidas y fallidas, de desviarse de las tradiciones familiares, haciendo elecciones autónomas, buscando sustraerse a aquel Falso self (o, referiéndonos al concepto freudiano, a aquel Yo ideal) que le resulta así extraño; y buscando individuar en sí mismo al Verdadero self, equivalente de la propia identidad.

Cuando se verifica el atentado de Sarajevo, “…cuando la patria se despedazaba, andaba en pedazos…” (Roth 1975), también el Falso self vacila. Él no siente toda la inconsistencia y da espacio al crecimiento del Verdadero self, desertando del ejército, indiferente ante el posible juicio de vileza.

Solo ante el estallido de la guerra siente la posibilidad de una guerra suya, propia, personal y auténtica prueba. Ccuando ve que  sus soldados sedientos se exponen a un grave peligro para procurarse el agua, decide proveérsela él.

En esta última, estupenda, tocante página vemos el rescate de este personaje, que está a la búsqueda de la propia individuación, del significado propio, de los valores propios.

Queda muerto allí: de un modo “tan simple y poco conveniente al suministrar material para los libros de lectura de la real-imperial escuela austríaca! El subteniente Trotta no murió empuñando las armas, sino con dos cántaros de agua en mano”. (Roth 1975)

Y de este modo recupera la futilidad  e inutilidad del vivir del Falso self.

 

Volvamos a la posibilidad en la cual el hacer propio el mito famniliar es sentido como una apropiación indebida y accedamos a lo que da a entender Bion.

Según este autor, una experiencia emotiva puede comenzar y ser elaborada por una función especial, la función a Pero este proceso puede generar un dolor tan fuerte, intolerable, por lo cual se invierte, produciendo los llamados elementos b, que son los ‘pensamientos fallidos’, los elementos que no sirven al desarrollo del pensamiento, pero que van a constituir una estructura paralela, un sistema delirante.

Diferente del sistema delirante, en el cual no existe la posibilidad de ‘pensar’ (mundo del ‘no pensamiento’) es el mundo del ‘pseudo-pensamiento’, aquel en el que vive el embustero patológico.

Este es un individuo cuya experiencia mental se ha desarrollado revelando que cuanto dice es falso. Sin embargo abandonar la falsedad de los propios pensamientos y de las propias formulaciones pertubaría demasiado su desarrollo por lo que él mantiene la mentira como barrera contra el tumulto psicológico que derivaría de la aceptación de la propia ‘verdad’. El pensamiento del embustero no escapa del contacto con esta verdad, sino del rivalizar y del defenderse de ella. La falsía es veneno para la mente; por lo tanto destruye cada posibilidad de una posterior evolución y crecimiento.

Como decíamos, pensamos que el mito familiar puede ser sentido como una apropiación a la cual no se tiene derecho. En este caso el sujeto no puede incorporarlo con una identificación introyectiva, sino que sólo puede utilizarlo como elemento de la columna 2 de la grilla (pseudo). En la columna 2 de la grilla Bion, en efecto, coloca proposiciones, pensamientos, teorías de cuya falsedad se es más o menos conocedor, pero que en cada caso realizan el objetivo de eludir el contacto con una verdad percibida como intolerable. Se crea así una situación de oposición al desarrollo.

 

Si consideramos la personalidad de Trotta desde este punto de vista, vemos como él se considera, cuando no está en el paño de nieto del héroe: un hombre débil, incapaz de vivir una profunda amistad, una íntima relación amorosa. “…Si no fuese porque siente perennemente en la nuca la mirada oscura, enigmática del abuelo, quizás como debería penosamente ir a tientas en esta vida difícil… Necesitaba siempre refugiarse en el abuelo para tomar un poco de fuerza….” (Roth 1975).

 

En muchas situaciones de la observación clínica nos golpea la carencia de la función materna, en la novela de Roth las madres estan directamente del todo ausentes. Este libro nos parece un grito de dolor, una denuncia por lo insoportable de la ausencia. Y las mujeres en general son despreciadas, desvalorizadas, atacadas. Sabemos que Roth ha muerto joven, en profunda soledad, presa del alcoholismo. ¿Esto querrá decir algo?

Pensamos que la función α de la madre, hipotetizada por Bion, o la de rêverie de Winnicott, de las cuales es reconocido el valor en la elaboración de las impresiones sensoriales y en el nacimiento del pensamiento, deben operar también su contenido ya elaborado por las generaciones precedentes, para una reelaboración ‘personal’, que permita la identificación auténtica y calibrada. Auténtica en tanto personal y no falsa. Calibrada, esto es en la medida justa para la integración con otras instancias; no obstructiva.

Además queremos sólo llamar la atención al hecho de que la función materna es fundamental también para contrabalancear la función paterna, que atiende sobretodo al impulsar la adaptación social. En efecto, la función paterna consiste sustancialmente en regular la relación con la madre, poner límites,  contener la omnipotencia y, en consecuencia, considerar la realidad.

Pero la adaptación social, si no es adecuadamente equilibrada con el desarrollo intrapsíquico de la reelaboración emocional se vuelve vacío e inconsistente, se vuelve Falso self, falsedad, con las consecuencias que hemos ilustrado.

En efecto la función paterna y materna deben estar integradas. El modelo sostenedor es aquel de la relación entre contenido y continente, según el cual entre ambos elementos de la pareja deberían funcionar como contenedores el uno del otro, entreambos ganando y arriesgando de nuevo calidad y verdad sentidas como el mejor nutriente para el propio desarrollo. Se trata entonces de un objeto combinado que funciona como ideal ético porque existe la mutua disponibilidad a ser contenedor del otro miembro de la pareja. He aquí el significado de nuestro trabajo con la pareja.

En el ámbito del análisis

Hemos buscado desarrollar los aportes teóricos sobre el Yo ideal, el Falso self y la mentira porque es útil para entender mejor como el mito familiar puede ser visto por nuestros pacientes.

Hemos evidenciado la disipación cuantitativa y cualitativa, el impacto sobre el sujeto y cuánto inciden en la transmisión psíquica entre generaciones. Sabemos cuánto en la experiencia histórica e histórico – transgeneracional, estos conceptos influyen sobre la disponibilidad emotiva de la mente del heredero, dando la posibilidad a la instancia inconsciente a ser más o menos accesible y restituyendo de manera variable, eficiente y eficaz al aparato para pensar.

La presencia de partes más o menos consistentes del Yo ideal, Falso self y la mentira determina la marcha de la partida que se despliega en el ámbito del análisis, entre la mente del paciente y la mente del analista en el trabajo del setting.

En el ámbito teórico y clínico al cual hacemos referencia, el acento está puesto sobre la cualidad de la relación afectiva entre los miembros del grupo familiar y el sujeto; no está por esto en primer plano el aspecto concreto de cuanto ha sido transmitido, sino el clima que se ha respirado en el ambiente y la presencia de cuidados capaces de afrontar y sostener la emergencia intrapsíquica. El modelo sostenedor es aquel de la relación entre continente y contenido, y pensamos que es esta función la que garantiza los desarrollos y enriquecimientos de nuevas cualidades y verdades sentidas como el mejor nutriente para el propio crecimiento.

Aquello que nos interesa en la clínica, en realidad, es lo que aporta al despliegue de la capacidad de generar sueños y contenerlos: un psicoanálisis, como dice Antonino Ferro (1995,2006), que activa los instrumentos para sentir, pensar y soñar y que en este sentido mira al futuro. La reconstrucción de la historia no es el centro de nuestro interés, sino las trasformaciones de las cuales es el fruto. Corresponde a nosotros ver como en el proceso terapéutico la historia y las varias narraciones pueden ser transformadas para volverse un instrumento de desarrollo de la capacidad de pensar, sobre todo qué instancia/ elementos inconscientes tienden continuamente a andar hasta los confines generacionales .

A veces la historia no es una historia remota, escindida o pensable para reconstruir, sino la historia de la falta de una parte del aparato para pensar. Entonces nuestro trabajo consiste en el ajuste de los entretejidos que no funcionan y que no son capaces de tejer y ligar con los diversos hilos de los significados, los que sirven para lograr el conocimiento de sí.

La dificultad que encontramos en el ámbito de la terapia  se vuelve densa con la labilidad o excesiva permeabilidad de los confines privados del Self, y la constitución de un Yo bastante autónomo capaz de pensar y simbolizar, además de tolerar la pérdida de aspectos narcisísticos de los cuales es indispensable poder hacer el duelo.

El analista, debe cautamente desestructurar el campo patológico. Esto en efecto es en la mayoría de los casos, un continente parasitario impregnado de hipocresía, falsedades y lugares comunes, que no permite el desarrollo del pensamiento y los afectos.

A la complejidad del campo actual, horizontal, que vive en el “aquí y ahora” (’hic et nunc’), es fundamental agregar la misma complejidad del campo vertical, que comprende lo multigeneracional: el tiempo entra en la consulta analítica.

Entramos así en una geometría no sólo del ‘mundo interno’ y de la ‘relación’, sino también de la Historia y de sus transmisiones. No estamos más activos y presentes, analista y paciente, que sus ‘fotos’ bidimensionales de los padres, tíos, abuelos que serán reveladas en la interpretación de la transferencia, presencias, personajes tridimensionales, de temporalidad diversa que solicitan o necesitan de cualquier modo poder poner en escena lo propio.

Reconociéndonos también en el original modelo de Ferro respetamos la lectura del material recogido en sesión en el que podemos distinguir diferentes niveles operativos con los cuales trabajamos: la descripción del suceso real, esto es del contenido manifiesto y concreto del relato; la descripción del mundo interno con sus personajes como partes del paciente, imagines internas; y finalmente, nuestra respuesta emotiva a la comunicación del paciente en el aquí y ahora del encuentro analítico.

En el primer nivel sentimos hacernos cargo de la comunicación manifiesta, del síntoma, del acontecimiento que el relato del paciente vehiculiza con nuestra participación emotiva y sana curiosidad que tiende a una escucha que amplía cuanto se nos ha dicho.

Nuestro tarea es aquella de recoger las emociones y renominarlas, ‘alfabetizarlas’, soportando y distribuyendo la angustia que provoca en el paciente. En este punto mucho estará ligado al grado de permeabilidad y receptividad de nuestra mente a las señales de urgencia del paciente y a sus respuestas a nuestras intervenciones (escucha de la escucha).

Otro nivel atiende la ‘cocina de la mente del analista’ (Ferro, 2006) que apunta a qué hacer con todo aquello que el ‘timing’ y el lenguaje actual de la terapia todavía no permite transmitir al paciente, pero que está en la mente del terapeuta, sin el miedo al contagio. Esto sirve de ayuda para formular las hipótesis interpretativas, de las que no se sabe aún cómo y cuándo podrán volverse ‘alimento’ nutriente y digerible para el paciente. En este momento muy delicado, la tolerancia y la capacidad negativa del terapeuta son fundamentales para evitar evacuaciones e indigestiones que, espantando al paciente, pueden bloquearlo o directamente interrumpir el trabajo psíquico y terapéutico.

Para concluir, pensamos que aquello que nos solicitan sobre todo nuestros pacientes es el ser sostenidos en el conocimiento y en la intolerancia de su sufrimiento existencial. Por otra parte lo desconocido de nuestro futuro y nuestra dificultad para encontrar respuestas en los momentos de crisis y durante los pasajes de nuestra evolución alimenta fantasmas particularmente angustiosos.

Dra. Barbara Bianchini, Dr. Marina Capello, Dr. Lidia Vitalini
Membri dell’Associazione Arcipelago ONLUS
Centro di psicologia clinica per la coppia e la famiglia
Via Battistotti Sassi, 30, 20133 Milano Italy

Traducción del italiano: Lic. Irma Morosini

 

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