Es una forma arcaica de identificación que se establece en los primeros tiempos de vida del bebé, cuando después de la separación del cuerpo de la madre dada por el nacimiento, busca la seguridad que le brinda el contacto con ella. Se trata de un modo de dependencia con el objeto continente, por el que accede a ese primer nivel de identificación narcisista. Lo que en un primer período es necesidad de continencia, va amenguando con las respuestas de seguridad afectiva, constancia en la presencia, decodificación apropiada por parte de la madre. La fantasía del bebé es retenerla y recrearla con la adherencia a ese objeto de amor.
La identificación adhesiva cuando persiste más allá de ese primer tiempo del vínculo temprano es señal de un sufrimiento, que se manifiesta por medio de actitudes de aparente independencia del objeto primario y adherencia a objetos sustitutos. La inconsistencia del vínculo temprano queda fijada en su personalidad que muestra lo que no es, lo que no tiene, lo que no logra (“falso self”, “como si”).
Antecedentes del concepto
Encontramos la idea de adherencia en Imre Hermann al mencionar la acción de los instintos de “apegamiento y exploración” (1920 – 1936). Más tarde al trabajar con pacientes psicóticos (1940) describe lo que llama conductas de aferramiento, a las que denominó “instinto de aferramiento” debido a la inseguridad y vacío generado por fallas en el vínculo temprano. Hermann señala la importancia de una actitud terapéutica maternante que pueda contener al paciente en sus angustias y ansiedades desorganizantes. Este concepto deriva de sus observaciones con lactantes en “unidad dual” con su madre. Hermann compartía con Balint la idea de vínculo temprano entre madre e hijo, descartando que hubiera un período anobjetal.
Michel Balint (alumno dilecto de Ferenczi) influenciado por los trabajos de Hermann, estudió las secuelas que quedaban en el bebé, cuando durante los primeros tiempos de su vida le falta la continencia propicia de su madre. Así acuña la expresión de “falta básica” (1940), en referencia a una estructura insuficiente del objeto cuidador (la madre o figura sustituta), quién no le ha aportado las bases necesarias para ser.
De las observaciones que Hermann realiza respecto a las características del vínculo temprano en unidad dual, destaca dos modos de identificación que operan en sentido inverso: la “identificación inundante” por la cual el bebé intenta retener indefinidamente esa unidad y la “identificación introyectiva” por la cual disuelve la unidad primaria. Tanto una como otra no le permiten una elaboración exitosa de la separación, sino que en el tiempo repiten uniones destructivas por el monto y cualidad agresiva. La adherencia está dada en forma de adicciones a objetos, sustancias, y a la modalidad repetitiva circular. Balint describe esta adherencia a los objetos como “estados ocnofílicos”.
Melanie Klein (1927) propuso el término “identificación proyectiva”para referirse a fantasías de ataque al cuerpo materno, concepto que luego utilizó como «una forma particular de identificación que establece el prototipo de una relación de objeto agresiva» y que especificó propia de la posición esquizoparanoide.
Esther Bick(1968) inspirada en los trabajos de Balint y de M. Klein, observando el mundo inicial de los lactantes y su relación con los objetos, comprueba como éstos “se aferran” a una voz, una luz, un ritmo, un olor, un sabor, un contacto, con los que el bebé accede a una cierta idea de presencia y continuidad. Se trata de una experiencia que se cumple a través de la sensorialidad del niño en el contacto con su madre, con la cual adopta una “posición adhesiva”, la que para Bick sería previa a las dos posiciones desarrolladas por M. Klein.
Este concepto de E. Bick, sobre la posición adhesiva en los tiempos tempranos, lo encontramos también destacado en J. Bleger(1967) quien habla de una “posición glischocarica”, de un “núcleo aglutinado” indiscriminado entre el bebé y su madre, vale decir un sincretismo que permanece en la base de toda relación y que aflora ante situaciones desestabilizantes en las que se altera y hasta puede perderse el marco o encuadre continente y asegurador.
Por su parte y en tiempos paralelos D. Meltzer (1974) afirma que la identificación adhesiva es un tipo de identificación narcisista y que es previa a la identificación proyectiva. Explora los comportamientos de niños autistas observando como ciertas formas de adherencia se presentan no sólo en el vínculo temprano sino que persiste de modo significativo en los cuadros de autismo patológico, en los que el aparato perceptual pareciera haberse desarticulado, brindando un collage disperso entre partes y donde la gran dificultad atraviesa la desconexión con lo emocional. Asimismo Meltzer (1983) piensa el sustrato que opera en el funcionamiento llamado “folie a deux” como un grupo de dos que seguiría los supuestos básicos (esencialmente la adherencia por dependencia) planteados por Bion para comprender la dinámica grupal.
M. Mahler (1977) y F. Tustin(1987) rescatan la idea de “etapa autística normal” propia de los tiempos primeros de la vida extrauterina, manteniendo la ilusión de unidad primaria. La ubican como una posición previa a las que menciona M. Klein, ya que éstas requieren de una incipiente noción de separación entre el cuerpo del bebé y el cuerpo materno.
D. Anzieu(1974) publica “El yo – piel”. Describe la importancia de la piel como envoltura ya que por medio de las experiencias de contacto inicial con el cuerpo de la madre, comienza a formarse el psiquismo del bebé.
Enumera las funciones como sostén, (no sólo músculo-esquelético sino el holding materno que luego va a interiorizar); continente(handling, modo de la continencia); protección de la excedencia de estímulos, que requiere equilibrio para no caer en los extremos dados por un desborde de lo persecutorio o una caparazón que lo aísle sin posibilidad de hallar caminos de contacto; de constancia en la presencia y seguridad; de individualidad demarcando un contorno propio que lo recorta del resto; de receptor y transmisor sensorialque permite comprender sentidos y encontrar coherencia; es una vía para el placer y para el dolor, para la plenitud y el vacío lo que enlaza la sexualidad con la sexualización, y da lugar a la recarga energética libidinal; finalmente encamina la inscripción de significados atribuibles a las experiencias atravesadas por el yo- piel.
Estas funciones son las que para Anzieu sustentan el necesario apego del niño a su madre, en un vínculo recíprocamente gratificante que aseguran al bebé en su idea de ser y de existir en un continuo.
Con otro enfoque –el etológico- observando el comportamiento animal y basándose en algunos aspectos de los estudios de Lorenz, J. Bowlby (1985) desarrolla su “Teoría del Apego” (1969 – 1980). J. Bolwby y M. Aisworth observan las reacciones del niño ante la separación de su madre en tanto figura de apego y plantean diversas formas de reacción según haya sido la cualidad continente de la madre.
Articulando conceptos
La identificación adhesiva se comprende al desarrollar el concepto de envoltura y de función continente. Esto es lo que sucede en el espacio del “entre” la madre y el bebé, en el vínculo temprano y primordial.
La madre recupera a su hijo al salir de su vientre construyendo para él una primera cuna entre sus brazos; allí lo mece, lo amamanta, desde allí lo mira, le habla, lo acaricia, lo calma, le sonríe. El bebé por su parte también recupera el paraíso perdido en ese reencuentro cálido y protector que lo ampara por medio de estímulos que “reconoce”, que tienen un ritmo espacio-temporal cíclico y que coincidentemente aparecen cuando experimenta desasosiego por hambre, frío, necesidad de movimiento y de palabras que lo rescaten.
El contacto piel a piel entre la madre y el bebé inicia un proceso que reúne sensaciones y registros, los que alimentan la idea de continuidad entre uno y otro.
Ambos polos se necesitan y se buscan de diversa manera, pero en reciprocidad. Si uno no está como el otro lo requiere el encuentro empalidece, pero es aquí donde la madre en ejercicio de sus funciones contenedoras presta psiquismo y se adapta al bebé cómo y cuándo éste la precisa.
La continuidad de la presencia, la estabilidad emocional, la coherencia de las actitudes, la solidez afectiva, organizan el mundo del niño asentando las bases para ser. Es en el vínculo seguro y por medio de los sucesivos procesos identificatorios tróficos (identificación adhesiva, narcisista primaria y secundaria) como se accede a una identidad. La madre inviste al hijo y lo emplaza en un contexto mayor que es la familia. La madre es envoltura con su capacidad de sostén, contención y transformación, pilares del vínculo y es quien transmite a su hijo en una misma realidad psíquica continuada entre los eslabones generacionales.
Freud (1914) en “Introducción al Narcisismo” postulaba que el narcisismo del hijo es herencia y prolongación del narcisismo de los padres, por lo cual ese indiscriminado narcisismo primario es atinente a lo familiar y envuelve a todo el grupo, y en este sentido Anzieu lo relaciona con el funcionamiento psíquico grupal.
Es en el contacto que el bebé percibe la piel como una superficie, un límite entre lo interno y externo y se forma el sentimiento de integridad corporal.
Las dificultades que se dan en las experiencias primeras de contacto, centradas en la inestabilidad de la función continente materna y paterna entorpece la vivencia de mundo seguro y la interiorización de los objetos; esto no facilita el gradual pasaje de una total dependencia hacia una paulatina independencia. Crece por el contrario el temor a la pérdida de unidad cohesiva, al desmembramiento y a las vivencias catastróficas de desintegración.
La vivencia de continuidad entre el continente y el contenido permite que el bebé interiorice al otro como una pertenencia, una prolongación y hasta como dice Winnicott una creación de sí. Permite la instalación del self.
Las fisuras o grietas en la continencia como función hacen que la madre no interprete lo que el bebé necesita, “no lo entiende”; al no entenderlo se genera un ruido entre ellos que entorpece la comunicación y el encuentro, por lo que no se cumple ni la descarga tensional (el bebé no encuentra calma), porque como lo señala Bion la función alfa[1] de la madre en estos casos no alcanza a transformar los elementos beta (contenidos proyectados en bruto), la madre no le presta su psiquis al niño hasta que él pueda contar con su propio aparato de pensar y procesar. La función de reverie materna no se cumple.
De este modo el bebé reintroyecta la no contención materna quedando librado al desamparo. Esto es lo que Bion (1963) denominó “terror sin nombre”.
La reintroyección de miedos y ansiedades no procesadas ni transformadas por las fallas en la función continente materna, pone en marcha las identificaciones proyectivas tóxicas.
Meltzer diferencia la identificación proyectiva normal o trófica de la identificación proyectiva intrusiva o “claustrum” (identificación proyectiva tóxica). (1992)
La importancia clínica de la idea de claustro permite observar cierto espacio propio de la madre interna, el que al ser ocupado por la identificación proyectiva intrusiva se manifiesta en ansiedades fobígenas para con el espacio, temor a quedar encerrado y no poder salir o el miedo a los espacios abiertos. En ambos casos (lo claustrofóbico y lo agorafóbico) afecta los bordes de ese espacio, los límites que separan el adentro del afuera.
El primer espacio compartido entre madre e hijo es el corporal y la zona de contacto (receptor y emisor de estímulos sensoriales) es la piel, frontera entre uno y otro, adentro – afuera, continuidad – intervalos de no presencia – transicionalidad.
Todo ello construye la experiencia de la “primera piel”, según Bick: piel psíquica.
Estas son experiencias que se dan en el espacio entre la madre y el hijo, que resuenan en ambos a modo de una continuidad del uno en el otro. Es por tanto propia del vínculo temprano.
Las fallas de la función continente, de sostén y la incapacidad para procesar y transformar las necesidades en provisión y calma, llevan al niño a formar una “segunda piel” que altera la natural dependencia hacia la madre continente seguro, trocándola en una independencia aparente, apelando a aferrarse a una piel sustituta.
Los objetos – sensación son aquellos que atraen y que ocupan y cumplen la función materna, esto exige un trabajo suplementario por parte del niño y está destinado a la inevitable caída en tanto son objetos y no personas que deseen ocupar ese lugar y función.
Esta segunda piel es como la caparazón de la que habla Tustin, los movimientos de rigidez tensional que expresa con su cuerpo, ciertos ritmos repetitivos, evocan el desdoblamiento funcional que el niño intenta cumplir para sí, defendiéndose de la angustia catastrófica.
La observación clínica de niños en esta situación, nos muestra por una parte a niños en permanente movimiento, violentos, quejosos, insatisfechos, que no encuentran porque lo que buscan no está a su alcance. La palabra no contiene los desbordes, la piel pareciera lacerada – en términos metafóricos- por lo que resulta dificil acertar con aquello que pueda contenerlos. Todo les resulta irritativo.
Hay otros niños que parecen estar más calmados pero que se acompañan de objetos “autocalmantes” (Gerard Szwec) de los que no pueden separarse. Se aferran a ellos como portadores de seguridad afectiva. Su comportamiento parece disociado entre lo que piensan y sienten, resultando fácil acceder a lo primero, repitiendo ideas leídas o escuchadas con cierta solvencia, pero que distan de ser experiencia afectiva.
Estos son casos de “falso self”, que se mueven en el mundo “como si” fueran quienes aparentan ser. Esta segunda piel comprende los movimientos y la tensión con que se moviliza la angustia catastrófica (“angustia de no asignación” para R. Kaës).
La función continente tiene la cualidad de contar con la aptitud de anticipación, se adelanta sólo un poco a la necesidad pero lo suficiente como para que el tiempo entre el reclamo y la satisfacción no permita la caída del bebé en lo que D. Houzel llama “la angustia de precipitación”. Cuando la función continente falla no ofrece al bebé la constancia de estabilidad, lo que antecede a una estructura posible, la adherencia a los objetos atractores se debe a su permanencia, lo estable entre lo cambiante y es en ese sentido que se los puede entender como “organizadores” para el psiquismo. Houzel, cita la “Teoría de las catástrofes” que formula el matemático René Thon, quien destaca el papel que juegan los atractores como “parte estable de un sistema dinámico” y la importancia de la “elección de caminos” señalando que los mejores son aquellos que sortean las discontinuidades, los que son más suaves y con menor riesgo de colisión. En el psiquismo sucede lo mismo.
G. Haag(1991 – 1997)destaca la importancia de la mirada atenta y satisfecha de la madre que conduce a un intercambio progresivo en reciprocidad. Como en un movimiento espiralado se construyen y despliegan los “boucles de retour” por los que vuelve sobre sí, sumergiéndose en la mirada materna, en su sonrisa, y la retiene en una elación simbiótica. Cuando el bebé no cuenta con esa mirada y actitud contenedora, se afirma gradualmente en su propia rigidez muscular. Sus movimientos, su tensión arman una coraza que a la vez que lo aísla, lo preserva.
Jean Pierre Caillot con la colaboración de G. Decherf (1982) elaboran el concepto de “Posición narcisista paradojal” como presentación teórica del conflicto originario en su modalidad paradojal, y la ubican genéticamente anterior a la posición esquizo – paranoide de M. Klein, señalando que pertenece tanto al orden de lo corporal como de lo mental. Este concepto teórico se relaciona con el “sistema protomental” deW. R. Bion, con la “posición glischocarica” deJ. Bleger, la “identidad adhesiva” deE. Bicky los “fenómenos integrativos primarios” deF. Tustin.Caillot (2008) escribe en su artículo “La Posición Narcisista Paradojal”: “… Es el lugar de transformación psíquica de la sensación como objeto confundido con la sustancia corporal del objeto, en objeto continente, es decir, de la transformación del objeto sensorial u objeto – sensación en objeto consensual. Es en esta posición que se construye la fantasía de una piel común entre la madre y el bebé. Es constitutiva del aparato psíquico originario… Las fantasías de ilusión gemelar de la pareja, o aquellas de la ilusión familiar y grupal participan de un aparato psíquico de agrupamiento, perteneciente a esta posición. La posición narcisista paradojal se sitúa en el registro de la adhesividad, de la seducción narcisista y de la influencia. Es bidimensional…”
La relación paradojal en el vínculo familiar se puede observar por la oscilación entre dos polos:
– el polo narcisista, que es el de la identificación narcisista adhesiva que favorece el funcionamiento familiar indiscriminado y
– el polo anti-narcisista dado por la ruptura con todo lo que representan los otros del grupo familiar, el rechazo, la desligadura.
Con y entre ambos polos se desorganiza el equilibrio del Aparato Psíquico Familiar (Ruffiot).
Conclusiones
Del concepto de envoltura se comprende el proceso de interiorización del objeto continente y la importancia de su función. Estas funciones cuando responden adecuadamente a las necesidades del bebé lo protegen de la desorganización y puede participar en las experiencias que lo encaminan hacia el sentido de ser.
En el proceso de interiorizar el objeto continente, se requiere de una fluida y suficiente identificación proyectiva, invistiendo e investigando el espacio mental propio y el del otro, aprendiendo a descifrar. En el recorrido de este proceso el bebé apela a sensaciones, a objetos, a ritmos a los que se adhiere para apropiar, para conocer hasta poder dejarlos en su avance hacia otros. Este es el campo de la identificación adhesiva normal y necesaria para acceder al sentido de ser, mientras que la identificación adhesiva autística, aniquila la percepción del otro por lo que entorpece la posibilidad de establecer relaciones objetales. La manifestación de “adhesividad” -por lo que revisamos con los autores mencionados – la hallamos con frecuencia en la clínica. –
Notas
[1]Función alfa
La función alfa forma parte de las funciones maternas cuando la madre dispone de la capacidad para procesar los estados primitivos de su bebé y transformarlos. Estos estados protomentales primitivos engloban sensaciones físicas, registros sensoriales y estados emocionales que en este tiempo son caóticas para el bebé, pero que su madre por el proceso de “reverie” los metaboliza y da sentido desde su propio aparato de pensar. Le presta psiquismo al bebé hasta que el suyo esté en condiciones de esclarecer el caos.
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