Los que vivís seguros En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango, 
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo. 
Quien muere por un sí o por un no. 
Considerad si es una mujer. 
Quien no tiene cabellos ni nombre 
Ni fuerzas para recordarlo. 
Vacía la mirada y frío el regazo. 
Como una rana invernal. 
Pensad que esto ha sucedido: 
Os encomiendo estas palabras. 
Grabadlas en vuestros corazones. 
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos. 
O que vuestra casa se derrumbe.
La enfermedad os imposibilite, 
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.

(Primo Levi, Si esto es un hombre, 1947,
(la negrita es nuestra)

 

Introducción

El uso de objetos mediadores en los grupos se muestra, cada vez más, como un recurso de trabajo necesario, cuando las condiciones que viven los sujetos en un grupo dificultan el acceso a la palabra o a lo simbólico, debido, fundamentalmente, a situaciones traumáticas. Éstas se definen como  rupturas repentinas que producen cambios en el transcurso de la vida, y que son provocadas por acontecimientos internos o externos sentidos como un derrumbe o una catástrofe. Estos acontecimientos violentos tienen su origen en las condiciones singulares (sociales, políticas, económicas) desestabilizadoras, y  en desastres de la naturaleza. Violencia que generalmente precisa ser silenciada, apagada para no dejar marcas o simular, aparentar que aún se es hombre, o se tiene fuerza, se es potente, se tiene valor. Cuando Primo Levi (1947) se pregunta ¿Si esto es un hombre?Prenuncia que el siglo XX no destronó dinastías o dictadores, sino que destronó al hombre de su condición de humanidad. En este contexto, el término “humanidad” significa poder mirar y escuchar al otro en su singularidad, poder mirar y escuchar al otro, y sentir junto con él aquello que lo aflige. Significa también poder mirar y escuchar al otro sin ser indiferente a su dolor, a su alegría, a su temor, a su afecto. Significa poder decir, poder transmitir, poder repetir para los hijos lo vivido, para evitar el derrumbe[1]. Este “poder decir” se produce cuando la condición de amor lo permite, cuando, al mirar al otro, me veo en su rostro y cuando este otro, al sostener mi mirada, puede captar, embalar mi dolor y decir estoy aquí contigo. El grupo permite y facilita que la experiencia pueda ser compartida, acogida y sostenida. Y, cuando la palabra está silenciada, los objetos mediadores que presentamos en este trabajo propician que esta palabra callada encuentre maneras de ser dicha, y evitar así el derrumbe.

La contemporaneidad, caracterizada por la irrupción de situaciones desestabilizadoras, fragiliza y fragmenta al individuo. El sentimiento de no adecuación, la sensación de falta de espacios de pertenencia, de contención, la imposibilidad de expresar los sentimientos, la inestabilidad de los lazos, la ausencia de solidaridad entre los individuos evidencian, en algunos casos, una dificultad y, en otros, una imposibilidad de poder representar y simbolizar las vivencias provocadas por los cambios imprevistos. En circunstancias de impacto, de súbitas transformaciones, con frecuencia, se observa que los sujetos se sienten impedidos de nombrar lo vivido, y el dolor puede descompensar o surgir como síntoma en el cuerpo. La palabra, así silenciada es víctima del terror. En estos casos, brindar una experiencia grupal, un espacio de acogida[2] con el uso del pictograma grupal, aquí propuesto permitiría que los sujetos puedan reconocer puntos de fractura, elaborar la situación traumática vivida, encontrar salidas posibles, y transformar el dolor en un momento productivo y creativo.

Otro aspecto observado es la rapidez de los cambios, el énfasis en el suceso, en la adquisición de metas que produce y valoriza a aquel que se ajusta con el perfil de “excelencia”, y descarta quien no se adecúa a este patrón. La maquinaria de la productividad y la eficiencia propia del taylorismo está bastante arraigada y es cada vez más sofisticada. Evidentemente, esta condición produce una gran dificultad para que un sujeto pueda formar parte de un colectivo, participar y transformar su entorno. Desde el ámbito laboral, se observa que si trabajar es fuente de placer y también de sufrimiento, hoy parece prevalecer el sufrimiento del sujeto en el trabajo. Dejours (2009) apunta la alarmante

cifra de suicidios en el local de trabajo, en las últimas dos décadas[3]. Observa que a partir de 2007, se inicio una campaña de divulgación de suicidios en algunas industrias importantes como la Renault, Peugeot, la Telecom, entre otras. Una lectura posible es el incremento de las presiones corporativas, organizacionales, así como la irremediable descompensación de un sujeto, que se siente sin salidas posibles y que, al suicidarse, deja impregnado el espacio del trabajo, con la marca de que la organización es fuente de displacer y destrucción. Para el autor, todo acto humano tiene una dirección, y entiende que, el suicidio sobreviene como respuesta al sentimiento de descalificación y de no reconocimiento. El reconocimiento permitiría transformar el sufrimiento en placer en el trabajo (Dejours, C., 2010,  pág. 41).

Otro aspecto, que cabe denotar es que en las organizaciones, cada vez más, se encuentran sujetos que, sin llegar al suicidio, son víctimas de sufrimientos psíquicos, afectados por accidentes inexplicables, síntomas psicosomáticos, depresiones que les impiden producir y enmarcarse en el padrón de excelencia exigido (productividad, liderazgo, eficiencia, puntualidad, competitividad, prontitud, creatividad, entre otros). En este sentido, el mundo del trabajo, tal vez, sea uno de los espacios más afectados por la contemporaneidad. La identidad afincada en el pasado en una función profesional, hoy exige sujetos maleables, funcionales, dispuestos a construir y re-construir continuamente su identidad profesional.

En este trabajo, nos interesa destacar en particular al trabajador de la salud mental, que no es apenas afectado por la organización, las condiciones laborales, las exigencias de productividad y, si fundamentalmente por cuidar de quien sufre psíquicamente. Estos trabajadores se enfrentan a pacientes y familiares que frecuentan los servicios públicos con exigencias y demandas no siempre posibles de ser resueltas, con dificultades para aceptar los limites propios de un encuadre de trabajo, con actitudes que revelan usos perversos del servicio y que, frente a la impotencia vivida, colocan al trabajador y al servicio como responsables de resolver la vida del paciente. Es muy fácil que la impotencia se revele a través de actuaciones desprovistas de elaboración o comprensión, con descompensaciones y manifestaciones de hostilidad. El trabajador también es presionado por instancias jurídicas, escuelas, albergues de niños que, en lugar de actuar como redes de apoyo, muchas veces, funcionan para culpar al servicio de salud mental y tildarlo de ineficiente o incompetente. Deslindar aspectos de manejo clínico e institucional en estas circunstancias es, obviamente, necesario, pero es preocupante constatar que parecen perfilarse sujetos cada vez con menos condiciones de elaboración psíquica. Una experiencia reciente narrada por profesionales de un ambulatorio de salud mental, para quienes estaba aún muy cercano el impacto del asesinato en serie de alumnos en una escuela en Río de Janeiro, relatan los momentos de terror que vivieron cuando un paciente que acababa de salir de una internación en un pronto socorro fue derivado al ambulatorio, y al llegar entró a la sala del médico psiquiatra que lo atendía, le dio un golpe que lo dejo desmayado, y luego salió a la calle y rompió el espejo del automóvil de uno de los profesionales. Después de esta secuencia de actuaciones en el espacio institucional, cuando llega la policía se calma y dice así mismo, repitiendo“no quiero que me internen” “no paso nada”.

René Kaës (2007, 2008) destaca la manera como las nuevas patologías están marcadas por un precario trabajo del preconsciente y de las funciones intermediarias.  Esto lleva  a pensar que se requiere introducir recursos o instrumentos que permitan abordar al sujeto y al grupo a través de otros medios, que faciliten restaurar las funciones intermediarias a través de recursos lúdicos, mediadores entre lo interno y lo externo, entre lo individual y lo social, entre lo singular y lo plural. Todos estos recursos median el acceso a una palabra “bien dicha”[4], significada y, por la vía de la asociación, re-significada. Una palabra que puede contornear el impacto del susto, del sufrimiento, del dolor, lo innombrable, aquello vivido con horror. A pesar de que es innegable el valor de la palabra descubierta por el psicoanálisis en la experiencia con personas víctimas de situaciones traumáticas la palabra es callada, silenciada. Freud introduce la cura a través de la palabra y es a través de la asociación libre, por la vía de la palabra, que se manifiesta el inconsciente y crea el método psicoanalítico; descubre los procesos primarios y los procesos secundarios. Otras observaciones, como los actos fallidos, muestran la atención que Freud da al acto como representación de contenidos inconscientes. Es por esta vía que también reconoce las marcas del inconsciente.

Cabe resaltar, que a pesar de que el psicoanálisis inicialmente fue un recurso para “tratar” al enfermo de los “nervios”, el mayor legado que Freud deja es el método psicoanalítico, que tiene como principio la asociación libre, la escucha en atención libremente fluctuante en una relación de transferencia y contratransferencia. Será el psicoanálisis con niños y con psicóticos el que permitirá reconocer otras formas de representación que no utilizan exclusivamente el decir, entredecir, interdecir, propios de la palabra dicha para un otro u otros. De esta manera, puede afirmarse que la práctica psicoanalítica con niños, psicóticos y grupos se enriquece, ya que indaga y profundiza conceptos teóricos y clínicos esbozados en Freud. Estas transformaciones en la técnica ocurren en dos sentidos: 1) la prioridad de la palabra dicha al valor de otras maneras de simbolizar, representar con el uso del jugar, modelar, pintar, dibujar; y 2) la relevancia de la relación intersubjetiva para el trabajo analítico, en especial en los encuadres vinculares.

Moustapha Safouan, (1982) en su libro El inconsciente y su escriba se pregunta sobre los orígenes de lo escrito y afirma que “allí donde hay lenguaje, hay necesariamente una forma de escritura”. El pictograma antecede a lo escrito y se denomina “escritura sintética”. La pictografía, antecede a la palabra escrita, producido para ser leído: “en una palabra, la pictografía no simboliza ideas, pero transmite frases, enunciados” (Safouan, M., 1985, pág. 31). Los dibujos, los trazos que componen el pictograma son como la escritura de una frase hecha con palabras; las imágenes dibujadas recuerdan al sueño con su polifonía de sentidos. Trabajar el pictograma como Freud enseña a trabajar el sueño es una tarea difícil, ya que el dibujo fue utilizado como una técnica proyectiva, y con criterios constantes de evaluación, estandarizado con parámetros que establecen correspondencias entre trazos y significados. Utilizar el pictograma como un sueño, contextualizar el mismo con la situación transferencial y trabajarlo como material inconsciente es una tarea iniciada por F. Dolto y D. Winnicott en el trabajo psicoanalítico con niños.  Por su parte, Sami-Ali (1974) utiliza el dibujo con adultos en el contexto de entrevistas libres con mujeres en una prisión. Para este autor, la hoja en blanco sería una invitación para que múltiples estructuraciones y representaciones puedan surgir (Sami-Ali, 2001, pág. 81).

El dibujo producido en grupo es denominadopictograma grupal, debido a ser una representación que transmite significados y sentidos, como las frases de un texto escrito. Se denominaen este trabajopictograma grupal a los dibujos o imágenes pictográficas producidas colectivamente, dentro de un encuadre psicoanalítico vincular, y que permiten ser escuchados y abordados como frases o palabras. El pictograma permitiría acceder a representaciones de contenidos inconscientes reprimidos, recalcados, o forcluídos. Es probable que, en la época prehistórica, el hombre de las cavernas produjese sus pictogramas —dibujos dejados en las cavernas que retratan la vida, la caza, la cosecha, los rituales— a tres o cuatro manos, para comunicar, dejar un legado y representar pictográficamente aquello que vivía y que no podía ser transmitido a través de la palabra o la escritura. De hecho, el pictograma precede históricamente a la escritura, como ya se ha señalado.

La hipótesis que se presenta en este trabajo es que el pictograma grupal facilitaría la comunicación entre los miembros de un grupo; promovería asociaciones libres verbales y gráficas; presentaría fantasías<, deseos, miedos comunes y compartidos; relataría aspectos individuales, singulares y aspectos grupales, institucionales. El pictograma grupal, como objeto mediador, permitiría acceder a contenidos reprimidos, construir sentidos y elaborar situaciones de crisis vividas por un conjunto vincular (familia, grupo, institución). Este recurso parece mostrarse útil principalmente cuando el “decir” resulta amenazador. Al mismo tiempo, puede ser muy útil para trabajar en contextos institucionales, en especial dispositivos de salud mental, en intervenciones con sujetos que viven una situación traumática, en grupos de acogida, en procesos psicoterapéuticos con pacientes que precisan de recursos mediadores para acceder a representaciones de palabra, entre otros.

 

1. El Mundo Contemporáneo y las Situaciones de Crisis

El psicoanalista, actualmente, no necesariamente es llamado para cuidar de un paciente: puede ser llevado para intervenir en el espacio familiar o social, en circunstancias donde surgen situaciones de falla o trauma en un conjunto vincular, grupal, comunitario o institucional. El malestar del mundo moderno requiere de un psicoanálisis que piense la clínica, los conceptos y procese la manera como dicho malestar introduce nuevas formas de sufrimiento. Desde la clínica, parece necesario introducir objetos mediadores, sin alejarse de la esencia del método psicoanalítico, como el espaciograma, el fotolenguaje, el pictograma, que permitirían restituir funciones psíquicas quebradas por el impacto del dolor o de la crisis. Es necesario permitir que los sujetos sean capaces de encontrar aquello que nutre los sueños y aquello que los impide soñar e ilusionarse — ilusión fundadora del estar junto con — en el sentido que Didier Anzieu propone.

El psicoanálisis descubierto por Freud evidenció el paradigma de la histeria y los procesos neuróticos como modelos de sufrimiento psíquico, descubrió el valor del decir para sí, para otro, en transferencia, y de resignificar lo dicho y lo no dicho, lo repetido. El paradigma psicoanalítico clásico valora la palabra y el trabajo con un individuo y con sus complejos intrapsíquicos propios del sufrimiento neurótico. En la actualidad, sobre diversas nominaciones, nuevas maneras de sufrimiento psíquico aparecen como patologías descritas desde el psicoanálisis: el vacío, las adicciones, la actuación. En las patologías del actuar, predomina  principalmente la negación del “Otro” para quien se dirige la queja. Se niegan la realidad interior, las representaciones mentales, el sentido de la historia, los afectos y se valoriza el desempeño del “comportamiento”. Estas patologías, según R. Kaës, traen la marca de fallas en las funciones y en los procesos intermediarios, “entre” instancias, “entre” funciones, “entre” el sujeto y el Otro. En particular, se resalta la falla en las funciones del preconsciente, ancoradas en el lugar del Otro.

En la Conferencia “El Malestar del Mundo Moderno, los fundamentos de la vida psíquica y el Marco Metapsíquico del sufrimiento Contemporáneo” (2007), René Kaës afirma que para el psicoanálisis la indagación sobre el malestar no es nuevo, ya que Freud apunta cuestiones fundamentales entre 1927 y 1939. El enfoque freudiano está basado en indagaciones que parten de la clínica de la neurosis y de la escucha al individuo. El panorama constata: 1) nuevas patologías que cuestionan el efecto de las sociedades post-modernas; 2) el trabajo con grupos, parejas, familias, “transformó las condiciones de acceso al conocimiento del inconsciente y de sus efectos de subjetividad”. En estas condiciones parece difícil continuar sustentando una concepción endógena de la psiquis.

El trabajo psicoanalítico en situación de grupo muestra en efecto cómo lo que denomino garantes metapsíquicas de la vida psíquica forman el marco y el trasfondo de ésta. Quiero decir con esto las prohibiciones fundamentales y las leyes estructurantes, las marcas identificatorias y las representaciones imaginarias y simbólicas, las alianzas, los pactos y los contratos que aseguran a la vez los principios organizadores del psiquismo y de las condiciones intersubjetivas sobre las que se apoya. (Kaës, R., 2007, pág. 3)

Constatar que para que un individuo se constituya como sujeto es fundamental el vínculo con el otro, el lazo social ya había sido esbozado por Freud en Psicología de las Masas y análisis del yo (1920). Aquello que Kaës enfatiza es que una parte del trabajo de la vida psíquica se inscribe en los vínculos intersubjetivos primarios y en el lazo social. Utiliza y define los garantes metapsíquicos como “las formaciones y los procesos del medio psíquico circundante sobre los que apuntala y se estructura la psiquis de cada sujeto”  (prohibiciones, leyes, marcas, representaciones, alianzas, contratos). Concluye que las fallas, faltas o desorganización de aquello que garantizaría el lazo social (alianzas, pactos, contratos) coloca en crisis los “garantes metapsíquicos”. “afecta las organizaciones psíquicas más sensibles a los efectos de la intersubjetividad: las prohibiciones fundamentales implicadas en la formación de las identificaciones y de los procesos de simbolización, en el acceso a la palabra y al pensamiento, […] en la constitución de la alteridad interna y externa (Kaës, R., 2007, pág. 15).

René Kaës (2003), en el artículo “Lo Intermediario en el Abordaje Psicoanalítico de la Cultura”, presenta el concepto de intermediario y discute algunas cuestiones propias del malestar del mundo moderno y de sus principales transformaciones. Subraya que el malestar del mundo moderno presenta cambios en las estructuras familiares, fracturas de los vínculos intergeneracionales; mudanzas en las relaciones de género; transformaciones en los lazos de sociabilidad y estructuras de poder; enfrentamientos culturales (raciales, religiosos). Todas estas transformaciones “comprometen los fundamentos de la identidad” y esencialmente afectarían las funciones de lo intermediario en el campo de la vida social y cultural (Kaës, R., 2003, pág. 15). La falta o falla se produce en la articulación de las denominadas funciones intermediarias.

La patología a la cual nos referimos concierne cada vez más frecuentemente a una falla (défault) en los procesos de apoyo, las perturbaciones de la continuidad y de las fronteras del sí mismo, las carencias de funciones intermediarias y sobre todo de las funciones mediadoras del preconsciente. En la medida que las formaciones intermediarias no realizan más su papel, estas perturbaciones y estas carencias agravan una serie de situaciones. Nos referimos a las dificultades de integración de las pulsiones en el espacio psíquico y en el espacio social; el exceso de estimulaciones que colocan en jaque la formación de la represión; la violencia descontrolada; las perturbaciones del pensamiento y la sumisión abrumadora de los ideales arcaicos. (Kaës, R., 2003, pág. 16).

No se trata de un trauma psíquico, intrapsíquico, como el descubierto por Freud con el paradigma de la histeria. Kaës apunta a una falla en los apuntalamientos mutuos, en los conjuntos narcisísticos, los contratos intersubjetivos. El apuntalamiento sería el apoyo mutuo de yoes, que inicialmente se daría en el grupo primario y, posteriormente, en los grupos secundarios, como una red de apoyo. Para el autor, las patologías están vinculadas a fallas del preconsciente en sus funciones de intermediar. Estas fallas se expresan en dificultades y confusiones entre el decir y el actuar; prevalece el acto violento, el no pensar, reaccionar con rabia, gritar, insultar como modalidades que cumplen con la exigencia de no pensar.

En la conferencia “El grupo y el trabajo del preconsciente en un mundo en crisis” (1995), Kaës presenta el valor del preconsciente para trabajar y pensar los procesos grupales. El preconsciente es la instancia que permite la elaboración, transformación, regulación de los contenidos inconscientes y permite, gracias a los procesos asociativos, que aquello que es ininteligible sea transformado en un contenido legible. Lo intermediario, lo grupal y el sufrimiento estarían intrínsecamente interligados de esta manera:

La primera, que el sufrimiento psíquico del mundo moderno es un sufrimiento de las formaciones intermediarias, de los procesos de ligadura intrapsíquica y de las configuraciones de vínculos intersubjetivos. La segunda idea es que el estudio grupal del psiquismo puede aportar a la inteligibilidad del malestar del mundomoderno algunos datos originales, y que puede proponer maneras de tratar el sufrimiento, más precisamente los desarreglos patológicos que traban la capacidadde amar, de pensar, de jugar y de trabajar. (Kaës, R., 1995, pág. 77)

Kaës (1979) afirma que la vida del hombre transcurre entre crisis, rupturas y suturas: “[…] en este espacio del “entre”, de vivas, rupturas y mortales suturas, de fracturas mortificantes, de uniones creativas, en este espacio de lo transicional […] se juegan todos los avatares de lo social, lo mental y lo psíquico” (Kaës, 1979, pág. 11).  En la situación de crisis se observa que lo articulado y lo vinculado se rompen; la función de mediación y continuidad se torna discontinua; frente a las formaciones paradojales y de compromiso, surge el incremento de los antagonismos, desórdenes y conflictos catastróficos; frente a la ambivalencia, la escisión; en lugar de la organización, la desorganización; en lugar de la creación, la dispersión; en lugar del unir, juntar, agrupar la individuación. El trabajo de los sujetos en grupo cuando vivencian una situación de crisis permite el restablecimiento de las fracturas provocadas por la irrupción repentina provocada por la ruptura. J. Puget (1991) destaca al grupo como el espacio de la intersubjetividad,  lugar privilegiado de producción de articulaciones de lo discontinuo y de la diferencia. (Puget, J., 1991, pág. 15 – 16). Por su parte, Kaës (1979), en la Introducción al Análisis Transicional, enfatiza la desaparición de las garantías del orden, de lo humano, y alude a una crisis multidimensional a la que debiéramos sobrevivir. Resume que, en el sentido religioso, el hombre actual vive, tal vez, en constante “desesperanza”. Es la falta de deseo, la imposibilidad de pensar, de esperar que otro pueda dar soporte, sustento al sufrimiento.

Podría afirmarse que es “sin esperanza” que llegan los pacientes para ser atendidos a los establecimientos del servicio público (ambulatorios de salud mental, hospitales de día, centros de salud, clínicas escuela, entre otros). Probablemente, estos pacientes deban preguntarse si será posible “que alguien pueda escuchar mi sufrimiento”, “que encuentre algún sentido” o “que vale la pena pensar y encontrar algún sentido”, “que alguien podrá cuidar mis heridas”. En los servicios de salud, pueden encontrarse muchos pacientes que esperan ser atendidos en consultas médico-psiquiátricas que pueden demorar solo diez minutos. Estos llenan las salas de espera y las listas para ser atendidos, paradójicamente, con la esperanza de ser cuidados y de que su dolor sea aplacado con algún milagro prometido por los avances farmacológicos que ofrecen felicidad, vida sexual satisfactoria y potencia. De un lado, está la falta de esperanza; de otro, la imposibilidad de pensar.  Y considerar que una vez rotulados (síndrome de pánico, depresión, TOC) y medicados, los problemas se resuelven, como si no hubiese vida psíquica. Los pacientes se conforman con aplacar el sufrimiento con cualquier “pastilla” que les dé la sensación de no estar vacíos y que les permita tener la ilusión de que alguien los cuida. De otro lado, encontramos al profesional que atiende, generalmente, sobrecargado de demandas, con una exigencia de productividad, con una necesidad de cumplir metas numéricas, a quien también le resulta más fácil “medicar” en lugar de escuchar. Es desalentador, pero verídico, que un médico sea capaz de preguntar a una paciente “¿quiere hablar o quiere una receta?”. No es fácil reconocer que, al parecer,  no es sólo el paciente quien no desea pensar, sino que también el profesional, saturado de demandas, elige medicar, ocultar el problema y no mirar “la herida”.

 

2. El trabajo con grupos y los objetos mediadores

Trabajar las situaciones de crisis en grupo es fundamental, debido a que la presencia del otro facilita reconstituir las fallas causadas por el rompimiento del “entre” propio de la ruptura provocada por la situación de crisis. René Kaës (2010), entrevistado por Ezequiel Jaroslavsky, señala:

En el plano terapéutico, podemos comprender que los dispositivos de grupo ofrecen grandes posibilidades de neo-apuntalamiento y en particular para los sujetos que sufren de patologías límites en los cuales los déficit de la estructura narcisista reenvían a las fallas en el contrato narcisista de base. Esta propiedad del grupo de promover procesos de apuntalamiento psíquico elementales, a veces con el riesgo de alienación y de falso self (hacer cuerpo y participar en un esprit de corps, acordar mutuamente un lugar, autogenerarse, vivir la ilusión grupal) ha sido largamente utilizados por las terapias grupales llamadas “corporales”, o por los objetivos re-adaptativos o correctivos. El trabajo psicoanalítico en situación de grupo tiene otro objetivo: devolver al sujeto presente la historia dolorosa de sus apuntalamientos y disponible para sus propios procesos de auto-apuntalamiento, sin alienarse en el grupo. Las técnicas de mediación son a menudo un buen medio de proveer un apoyo sensorial a este proceso. Pero siempre es necesario tener presente “in mente” que el apuntalamiento es mudo, o fuera de la palabra, y es este déficit de la palabra verdadera que ha acompañado la carencia fundamental de estos sujetos. (Subrayado nuestro) (Revista electrónica: Psicoanálisis intersubjetividad, Numero 5, 2010)

En el trabajo con grupos de sujetos que vivieron una situación repentina e impactante se observan síntomas corporales; pasajes al acto; e imposibilidad de nombrar lo vivido. En estos casos, brindar un espacio de acogida grupal con el uso de objetos mediadores como la dramatización, el fotolenguaje y el pictograma grupal permite que las personas puedan representar, simbolizar y expresar el sufrimiento; que puedan reconocer los puntos de fractura y elaborar la situación traumática vivida. De esta manera, pueden encontrar salidas posibles y promover la transformación del dolor en un momento creativo. En este sentido, el grupo es un espacio ideal de articulación de la malla o del tejido roto con la crisis. Cuando los miembros de un conjunto vincular (familia, grupo o institución) ya constituido o por constituirse viven una situación de crisis, se observa una dificultad enorme para expresar lo vivido, por lo que usar objetos mediadores permite la emergencia de representaciones figuradas y sensoriales que favorece procesos de elaboración de lo silenciado.

Como situación límite del silencio, del impedimento de hablar, se recuerda una intervención de cuidado y preparación con un grupo de jóvenes y adultos que realizarían un viaje comunitario denominado Marcha de la Vida[5]. Se propuso que el grupo, dividido en pequeños grupos, pudiera pensar y dramatizar una situación que representase alguna escena que ellos imaginaban que podrían vivir. En todos los grupos se representaron escenas semejantes, sin ellos haberse puesto de acuerdo: el grupo solo se comunicó a través de gestos de horror y espanto, y los integrantes se miraban buscando en el otro una mirada que los sostuviera. Esta dramática representación evocó en ellos la ausencia de palabra, el silencio de los abuelos, la pregunta no respondida, el aturdimiento de los padres que nada comprendían ni preguntaban, debido a que, desde niños, se les prohibió tocar determinados asuntos, entre ellos el origen del padre o de la madre. Ellos pudieron expresar también el deseo de poder rescatar un pedazo de la historia perdida, recortada y apagada, una historia que, evidentemente, era parte fundamental de su vida y que no podía ser dicha.

El término objeto mediador, etimológicamente, viene de la palabra mediación, del latín médiare, que significa ‘mediante’, ‘al medio de’, ‘entre uno y otro’. La mediación tiene la función de separar y de religar; es decir, posee una función de intermediar. El objeto mediador, de acuerdo con René Kaës (2002), tiene las siguientes funciones: 1) restablece un lazo de sentido, que transforma, conjuntamente y correlativamente, el espacio intrapsíquico y el espacio intersubjetivo; 2) implica una representación del origen entre el padre y la madre, una figuración de la conjunción y de la disyunción; 3) se inscribe en las fronteras y demarcaciones, los filtros y los pasajes; 4) se opone a la inmediatez en el espacio y en el tiempo del registro de lo imaginario, de la violencia del cuerpo a cuerpo, del pasaje al acto; 5) suscita un marco espacio-temporal, un espacio entre dos o más, que genera una temporalidad y una sucesión, y se inscribe como proceso de transformación; 6) oscila entre la creatividad y la destructividad, lo que permite explorar el espacio interno y el espacio externo, el espacio singular y el común y compartido ( en Chouvier, B.,  Kaës, R., 2002, pág.13-14)

En el célebre “juego del carretel” presentado en el “Más Allá del Principio del Placer” (Freud, 1920), como sugiere Kaës, el juego representa la ausencia y la presencia materna. El carretel es usado como un objeto intermediario o un objeto mediador que permite aliviar la angustia frente a la ausencia, establecer un pasaje entre el padre y la madre, figurar la conjunción y la disyunción, convocar la presencia del ausente (padre y madre). Conceptualmente, los procesos o funciones intermediarias, así como la mediación, asumen funciones de: restablecer un puente entre dos espacios quebrados, renovar, transformar y permitir la simbolización.

Los objetos mediadores utilizados en procesos terapéuticos, como jugar, modelar, la música, el collage, los cuentos, el fotolenguaje, son herederos del sueño; ellos permiten restablecer la capacidad de soñar. Utilizar objetos mediadores en un grupo que pasa por una situación de crisis tendría el sentido de poder restablecer y transformar el dolor y el sufrimiento en un soñar, construir y crear. De esta manera, los objetos mediadores son recursos de trabajo grupal, que, de manera semejante al objeto transicional de Winnicott, permiten que los miembros de un grupo puedan usarlo, compartir juntos una experiencia lúdica y metaforizar el dolor. Algunos objetos mediadores, como el psicodrama, son bastante conocidos y trabajados desde el psicoanálisis con grupos (D. Anzieu, D. Widlöcher, A. Missenard, B. Duez en Francia; C. Martínez Bouquet, E. Pavlovsky en Argentina). Por su parte, psicoanalistas franceses como Claudine Vacheret y Pierre Benghozi teorizan el objeto mediador a partir del concepto de objeto transicional de Winnicott. Los objetos mediadores comparten con los objetos transicionales la idea de estar ahí como objeto para ser hallado o encontrado, para hacer surgir lo creado. El objeto transicional no es interno ni externo, aunque se sitúe externamente, es una primera posición no-yo. Surge como creado-encontrado. Permite el surgimiento de lo simbólico.

En el caso de la psicoanalista francesa Claudine Vacheret, esta trabaja con las fotografías como un objeto mediador, técnica conocida como fotolenguaje y creada en Lyon en 1965, por Clara Belisle y Alain Baptiste con el objetivo de facilitar la expresión de vivencias personales con jóvenes adolescentes de medios poco favorecidos y que presentaban dificultades para expresar sus experiencias. El método consiste en elegir con la mirada una foto del conjunto propuesto por el coordinador; luego se deja la foto para que los miembros restantes puedan elegirlas. En un segundo momento, los participantes reunidos toman la foto elegida y hablan de ella, para lo cual se les sugiere que digan lo que deseen e intervengan si así lo desean. Se enfatiza que la foto es un mediador, que ocupa un lugar de tercero entre el sujeto y el grupo. Es claramente expuesto que se puede hablar sobre las fotos, sobre lo que ellas evocan, pero no sobre las personas. La autora propone que las fotos funcionan como objetos transicionales, que forman parte del medio, de la herencia social y cultural, y es en ellas que los sujetos pueden depositar sus propios aspectos internos y atribuirles sentidos. Parafraseando a Winnicott, “en una búsqueda del objeto encontrado-creado”, las fotos funcionarían como un ir y volver, estar dentro y fuera, y facilitarían la emergencia de representaciones en el campo de la conciencia. En ese sentido, el grupo funcionaría como un portador y un contenedor, ya que las representaciones que cada sujeto tiene de sí se apuntalarían en las representaciones grupales.  Este recurso sirve para trabajar con grupos amplios, en situaciones de crisis sociales y en la clínica con adolescentes, pacientes difíciles, como, por ejemplo, dependientes químicos.

Benghozi (2010) presenta el dibujo producido en la sesión familiar  y  propone el espacio-grama (dibujo del espacio familiar) y el geno-espacio-grama (dibujo del árbol genealógico familiar) como recursos mediadores. Ambos recursos son utilizados como la representación pictográfica o plástica del espacio familiar vivido y habitado por los miembros de la familia que consultan; trabaja con el dibujo del espacio familiar, que, como ocurre con la imagen del cuerpo, puede ir siendo construido por sus miembros. El autor considera estos recursos propicios para trabajar con pacientes con fallas en el proceso de figuración, que corresponden a fallas en los continentes psíquicos. De manera semejante al “squiggle game” de Winnicott, sugiere que ambos no sean una prescripción técnica y  usarlos cuando es preciso comunicar y vincular los dibujos al decir de los miembros del grupo familiar. Estos recursos permitirían abrir el camino para la representación y el discurso asociativo: “las asociaciones respecto de una figura no son individuales, ellas dan lugar a una movilización del preconsciente como un dibujo o un sueño narrado en una sesión familiar” (Benghozi, P., 2010, pág. 185).

Por su parte, Cuynet (2002) solicita al grupo familiar el dibujo del árbol genealógico, el cual representaría a cada miembro y al colectivo grupal, así como el papel del porta-dibujo representaría a las diversas fases del grupo, el individuo y el conjunto. El autor describe que es un miembro de la familia quien dibuja e introduce la producción durante el proceso, de manera diferente al uso del pictograma, como un pedido para que todos los miembros del grupo participen del dibujar.

 

3. El pictograma grupal

Se denomina pictograma grupal al dibujo o dibujos producidos en una hoja de papel blanco, por los miembros de un conjunto de personas invitadas a dibujar juntas en el mismo espacio. El dibujar conjuntamente abre la posibilidad de nominar, colocar palabras, ideas, sentimientos, deseos, miedos, sueños comunes y compartidos. A través de este recurso mediador, es posible comunicar aspectos que, hasta ese momento, aparentaban ser desconocidos o no compartidos entre los miembros. El pictograma grupal está compuesto, generalmente, por dibujos o imágenes pictográficas que recuerdan una colcha de retazos formada por varios dibujos producidos por cada participante o también puede surgir una composición única. En niños, en psicóticos, en algunas familias y en grupos de adultos que no comparten entre sí tareas comunes, es común encontrar producciones que recuerdan una colcha de retazos. Dentro de un encuadre psicoanalítico vincular, lo pictográfico puede ser escuchado, abordado como frases, palabras, actos fallidos o lapsus. El pictograma posibilita acceder a representaciones de contenidos inconscientes reprimidos, recalcados o forcluidos. El dibujo producido en una misma hoja de papel a varias manos parece favorecer y posibilitar el diálogo entre los trazos, esbozos, dibujos, palabras y narrativas. Dibujar junto con otros sujetos operaría de manera semejante a una comunicación verbal en un  grupo, ya que se establecen cadenas asociativas; surgen elementos asociativos que marcarían límites e interdicciones, pasajes de manera semejante al decir, interdecir y entredecir sugerido por Kaës (2005). Este objeto mediador es una propuesta para ser usado fundamentalmente con grupos en situaciones de crisis y como recurso en los dispositivos o espacios de atención de salud mental públicos, como hospitales, hospitales día, centros de atención psicosocial (CAPS), ambulatorios de salud mental, programas de salud de la familia, entre otros.

Piera Aulagnier en La Violencia de la Interpretación (1986) utiliza la palabra “pictograma” para describir el proceso que antecede a la expresión de la palabra, lo decible. Para ella, la imagen antecede a lo decible como representación original: “lo escénico sigue a lo pictográfico y prepara lo decible que le sucederá” (Aulagnier, P., 1975, 1997, pág. 88). El pictograma es aquello que Freud denomina representaciones pulsionales, y es frente a este tipo de representación que el afecto surge y la madre, por ejemplo, decodifica y le da un sentido o una palabra al grito o al movimiento del bebé. Representa el sello inaugural del encuentro del seno y la boca, una representación de placer que deja sentidos y marcas de proceso psíquico. La autora es reconocida por haber contribuido con su obra al psicoanálisis de grupo, con los conceptos de contrato narcisista, co-represión y el valor de la madre ser portadora de la palabra del infans. Los dibujos, los trazos que componen un pictograma grupal son como la escritura de una frase hecha con palabras, imágenes que recuerdan al sueño con su polifonía de sentidos.

 

3.1 El dibujar en contextos vinculares

Dibujar en una situación vincular remonta, en el psicoanálisis, a la utilización del dibujo para expresar una situación vivida por un niño -el pequeño Hans- material que será enviado al profesor Freud para corroborar algunas hipótesis y descifrar algún sentido. Es en este momento cuando se inaugura el uso del dibujo en un contexto psicoanalítico (Freud, 1909). Estos primeros dibujos son producidos en el diálogo entre Hans, su padre y Freud de una manera bastante próxima a la desarrollada posteriormente por Winnicott. Max Graff – padre del pequeño Hans- con ayuda de los dibujos, expone para Freud algunas observaciones como la representación espacial de la residencia, la localización, camino entre la casa y el depósito, la posición del carruaje, para ejemplificar las dificultades de Hans para salir de la casa. En otro momento, al dialogar con Hans, introduce el dibujo de la jirafa después de la visita al zoológico de Schönbrunn y Hans, de manera semejante a la propuesta del Squiggle game de Winnicot, incluye un elemento, que considera que le falta al dibujo del padre y agrega: “la cosita era mayor”. En este contexto Hans argumenta con la evidencia de aquello que observó, diferencia de tamaño del pene en los animales. Analizando la situación vincular establecida por Freud, Hans y su padre, puede afirmarse que en este contexto de tratamiento se encontrarían los primordios del dibujo como mediador del diálogo en un encuentro transferencial, vincular psicoanalítico (Freud – padre – Hans). Esta representación pictográfica explicita algunas hipótesis sobre la sexualidad infantil, el desarrollo del síntoma y la fantasía.

Winnicott introducirá el juego del squiggle game o juego del garabato como una manera de entrar en contacto con el paciente en un encuentro único, no reproducible, en la medida en que ambos, paciente y terapeuta, encuentran y descubren juntos contenidos significativos que solo podrían ser descubiertos gracias al juego de garabatear – dibujar. Este juego se instala en un área intermediaria propia del jugar, de la ilusión, del experimentar, del indagar sobre sí mismo y sobre aquello que en el juego aparece o re-aparece trayendo elementos nuevos y, al mismo tiempo conocidos. A partir de la no forma del garabato, es generada  una forma;  se da vida y un cuerpo al garabato que se torna una representación generadora de sentido y contenido a ser trabajada en el encuentro analítico. Esta experiencia fundamental inspira introducir el dibujar junto con en un encuentro vincular  que en este trabajo se presenta como “pictograma grupal”.

 

3.2. Contexto y uso del pictograma grupal

Introducimos en la década de 80, los grupos de diagnóstico con niños y, posteriormente, los denominamos grupos de acogida, con el objetivo de recibir y acoger niños en grupo, evaluar el potencial para beneficiarse de una terapia en grupo, y agilizar la entrada para un tratamiento individual o grupal. De esta manera, evitábamos las listas de espera y abandonos. Otra ventaja es que, en los primeros encuentros con el grupo de acogida, se podía escuchar, significar, comprender el sufrimiento y proponer la indicación más pertinente (terapia individual, del lenguaje, grupal, terapia ocupacional, entre otros). El dibujo grupal permite reconocer cómo los niños dialogan entre sí y también observar otros aspectos, como el nivel grafo-perceptivo-motor, la madurez, y los contenidos que pertenecen a cada niño y al conjunto peculiar para cada fase.

En estos grupos, la propuesta es recibir a los niños para ser escuchados y reconocer sus quejas y demandas, sin la consabida espera a la que son sometidos en las instituciones públicas o en las clínicas escuelas. Los niños, al dibujar juntos, establecen un diálogo entre ellos y pueden mostrar aquello que los aqueja o incomoda, reconocer en el dibujo del compañero elementos que les son comunes, al contar una narrativa sobre lo producido o cuando hablan de aquello que los lleva a la consulta. Al dibujar, parecen exponer más rápidamente los puntos de conflicto, aquello que los aqueja. El profesional que atiende puede reconocer, con mayor facilidad, las necesidades, las urgencias, saber de qué manera abordar al niño, si es agrupable o no, si precisa de una atención individual o si requiere de una derivación específica. El acogimiento de los niños en grupo es una propuesta, un dispositivo institucional que permite mostrar el valor y la utilidad del grupo ofrecido por la institución, reconocer las ventajas de este dispositivo y dar una resolución institucional más rápida a las listas de espera común en los servicios públicos. Este recurso es una alternativa al proceso de selección y agrupamiento de sujetos atendidos individualmente en entrevistas preliminares.

El dibujo realizado por los niños en estos primeros encuentros permitió verificar que, a pesar de que estos establecían límites y delineaban el espacio imaginario o real de su propio dibujo, dentro de la hoja grande, existían, en los dibujos, elementos que aparentemente parecían una “copia” del dibujo del compañero, temáticas recurrentes en el grafismo. Además, se observó que cuando solicitábamos que contasen una historia de los dibujos realizados, los niños producían en la historia 1) una secuencia relacionada a los temas abordados por el compañero que lo antecedía; 2) una resolución de algunas cuestiones dejadas sueltas por algún otro; y 3) una utilización concreta de elementos gráficos del dibujo del vecino para iniciar la propia historia. La historia libre mostraba una cadena asociativa grupal: “entonces el sol ya había salido, solo tiene arco iris, este perro asustó al niño que mira por esta ventana”. El proceso observado y descrito permitió conocer que un grupo se va configurando y que cada individuo va incluyendo sus propias fantasías y tejiendo junto con el otro algo nuevo e inédito.

En cursos de formación de grupo con profesionales, introdujimos el dibujo grupal como un recurso para explorar las representaciones de lo grupal, cuales los organizadores[6]figuraciones; poder reconocer cómo trabajaban juntos, cómo sería estar en grupo; qué modalidades utilizan para abordar la tarea: si cada uno dibuja y elabora una cuestión particular, si realizan una producción conjunta a partir de  acuerdos o de manera aleatoria. A partir de este recurso, recogíamos elementos para construir juntos aquello que define un grupo. En este contexto, se pudo observar que la producción servía de disparador para iniciar un diálogo sobre las expectativas e ideas sobre lo grupal, que incluían recelos, miedos, deseos, sueños e ilusiones. El dibujo favorecía dialogar, cuestionar la disposición para estar juntos, la comunicación entre los miembros, entre otros aspectos.

Cuando una institución realiza un pedido de ayuda, generalmente lo hace cuando vive una situación de crisis, provocada por circunstancias no siempre explícitas, vividas con malestar, y que durante el proceso precisan ser descubiertas y verbalizadas. El pictograma grupal posibilita tornar cristalina la emergencia de contenidos desconocidos y la situación de conflicto. En los encuentros iniciales, es común que las personas tengan miedo de hablar, recelos de exponer frente a un colega o a un jefe. Frente a esto, dibujar parece ser menos comprometedor. El proceso de intervención favorecería establecer puentes entre la situación actual y la historia del grupo, entre la necesidad de ayuda y dejar la situación como está, entre el pasado y el futuro, entre el individuo y el grupo, y entre el grupo y las instancias institucionales. La pictografía grupal parece retratar lo vivido por cada uno de los miembros, el grupo y la institución. En esta experiencia, es sorprendente ver surgir a través de dibujos, en pequeños detalles, en  frases asociadas de poco valor, la esencia del sufrimiento institucional o aquello que había suscitado la demanda de ayuda.

En un primer encuentro en una institución de abrigo para niños en situación de vulnerabilidad, se pudo detectar la dificultad vivida por el equipo que sentía  la institución dividida entre aquellos que la dirigían y tenían cargos valorados positivamente, y aquellos dedicados a la mano de obra, los cuidadores de los niños. Ellos produjeron el dibujo de un árbol que separaba, de un lado, a los niños que jugaban con los cuidadores y, de otro, a los educadores y el director en una casa separada por un tronco muy ancho. En cuanto describían y narraban una historia, un miembro del grupo comenzó a trazar un camino que unía ambos espacios y se establecieron algunas asociaciones referidas a la intervención, aquello que esperaban, los miedos y los deseos de una institución con un mayor flujo en las relaciones, con una mejor comunicación entre las instancias vistas como separadas. Ellos también pudieron hablar de algunos “ruidos” institucionales, de aquello que los paralizaba y de aquello que motivó el  pedido de ayuda.

 

4. El pictograma grupal como propuesta para el trabajo con grupos en servicios de salud mental

Es en las entidades de servicio público donde la experiencia con grupos nace, con  H. Pratt (1905) en un hospital para tuberculosos, Trigant Burrow (1914), Moreno (1930). En Latinoamérica, nacerá también en los hospitales, con Pichon Rivière (Experiencia de Rosario) y Bleger  en la década de 50. El trabajo con grupos en instituciones de salud mental, a pesar de ser parte de propuestas programáticas en las últimas cuatro décadas en el Brasil, aún parece ser foco de resistencia del lado de los pacientes y de los trabajadores, y, por ello, son insuficientemente reconocidas. En servicios de salud mental algunas situaciones son evidentes: 1) la mayoría de los pacientes que consultan desean ser tratados en el espacio íntimo y particular de una atención individual, debido a que no conocen los beneficios de estar en un grupo, por no haberlo experimentado o por preconcepto; 2) los trabajadores no valorizan el trabajo con dispositivos grupales y acaban atendiendo individualmente; 3) cuando atienden en grupo, generalmente, escuchan y abordan a cada sujeto de manera individual, sin tomar en cuenta al grupo o contextualizar la producción asociativa; 4) como referencial teórico, prevalece una manera de entender la sicopatología como proveniente de una falla en la constitución del mundo interno, sin considerar la intersubjetividad, al Otro en la constitución del psiquismo y del sufrimiento.

Los límites para trabajar con grupos, al parecer, provienen de algunos preconceptos y desconocimiento de la población, y la insuficiente formación profesional -psicoanalítica o no- que valoriza una lectura del sufrimiento psíquico sin considerar al  otro como constituyente. En el trabajo con niños y con psicóticos, la familia, muchas veces, es reducida al lugar de ser quien produce el sufrimiento, debido a que “el padre o la madre fueron insuficientes”, “porque no frustraron”, “porque no colocan límites”. Dentro de esta lógica, solo le cabe al profesional colocarse en el lugar del saber y es usual la tendencia a considerar necesario orientar, indicar procedimientos o maneras de “corregir” desvíos. En algunos servicios, se trabaja con grupos, que esencialmente tienen connotaciones pedagógicas, en talleres de actividad realizados, muchas veces, por psicólogos sin intervenciones terapéuticas. Otro aspecto que cabe destacar es la prioridad del uso de la palabra en los tratamientos: se agrupa, generalmente, a aquellos con mejores recursos, los menos regresivos. Cabe preguntarse por qué se atiende tan poco en grupo si, desde la década de 80, en el Brasil, las acciones programáticas rescataban el valor del trabajo con grupos. Si hablar es difícil, ofrecer espacios lúdicos que den espacio al “como si” podrían ser alternativas posibles para trabajar con pacientes graves o con un conjunto vincular dentro de las instituciones de salud mental.

Un grupo de enfermeros y técnicos de enfermería de un hospital psiquiátrico, que participaban del reinicio de una supervisión, cuando fueron invitados a dibujar, produjeron cada uno un dibujo. Todos ellos remitían a la naturaleza (flores, árboles, una casa en medio del campo, como una chacra). Una vez concluido el dibujo e invitados para asociar, ellos pudieron enunciar inicialmente algunos aspectos que los remitían a ellos mismos: “esa flor muestra como soy, me gusta la belleza, la calma”; “este lugar me recuerda mi infancia”; “esta es una rosa, con flor y con espinos, a veces soy una flor y veces solo soy espinos”; “esta casa me recuerda a mi infancia, pero ahora viéndola me parece que está en un pantano o que pasó un tsunami”. A partir de lo producido por el grupo, las personas pudieron decir cómo ellos vivían el trabajo con pacientes psiquiátricos, los desafíos del día a día; los cambios de humor de los pacientes y cómo estos podían interferir en el trato con los colegas de trabajo. La manera como surgían situaciones límite e imprevisibles que parecía que los sumergía en un pantano o un tsunami.

En otro contexto, un grupo de profesionales de salud mental, compuesto por seis psicólogos, nos solicitó discutir el trabajo con grupos. El equipo contaba con psiquiatras que no participaban de las reuniones de equipo; ellos apenas medicaban a los pacientes y difícilmente discutían los casos comunes. Todos los miembros de este equipo trabajaban con grupos, requerían nuestra presencia para poder pensar sobre su trabajo, discutir algunas prácticas y que les sugiriese algunas lecturas. Se estableció un contrato de 7 encuentros, que podrían ser renovados. En el primer encuentro, les propusimos que dibujasen juntos, en una hoja de papel. Se extrañaron muchísimo con la propuesta: se miraban, no sabían si sentarse en el suelo o no; buscaban dónde dejar los cuadernos, los notebooks; y, un tanto incómodos con la propuesta, aceptaron hacerlo. A pesar de este aparente malestar, se incorporaron sobre el papel, y comenzaron a mirarse sin pensar o dialogar sobre una propuesta que estableciera un rumbo de lo que debían hacer. Casi automáticamente, ellos comenzaron a dibujar en el papel con los crayones y formaron trazos redondeados, como formas que iban inicialmente al encuentro de sí mismas, cerradas hacia adentro. Un miembro marcó una flecha dirigida al encuentro de una forma y así comenzaron a entrelazar los garabatos y trazos multicolores, lo que creó un efecto de una “pintura abstracta”, llena de color y de vida. Después de concluir, algunos comentarios se destacan: “monte de cosas, un trabajo enmarañado, las cosas no son muy claras o definidas, un poco confuso, hay belleza, colores vivos”. La preocupación que surgió giraba en torno a si se estaba invadiendo los límites del compañero. Uno de ellos dijo que quiso entrar en los dibujos de los otros, con la intención de “juntarme a los otros”, una “mezcla” un intercambio”. En este momento, el grupo comenzó hablar de los límites, de la necesidad de tener las propuestas mas claras, de cómo había espacios de confusión dentro del servicio y la necesidad de poder establecer límites al trabajo, con propuestas y delimitar funciones entre cada uno de los participantes del equipo. La impresión era que se sentían “sueltos”, “perdidos” en una maraña de situaciones que no estaban muy claras ni definidas y que provocaban cierta confusión.

El día del cierre del programa establecido con ellos –discusión de casos y estudio de algunos textos sobre grupos–, tuvimos nuevamente una sesión con el uso del pictograma grupal. Esta vez, el equipo se organizó y comenzó a hablar y definir lo que les gustaría realizar juntos: una casa, con una chimenea de la que sale humo. No dibujan nada animado, y comentaron que, a pesar de no haber personas, había humo, que significaba que algo se cocinaba o quemaba, y que, por tanto existían actividades y vida humana. Uno de los miembros recordó la casa de los tres chanchitos, que era de ladrillos, fuerte para que el lobo feroz no se la llevara de un soplo. Comentan la necesidad de colocar nombres a lo que se hace, de delimitar espacios, de poder hablar de lo que hacen juntos, establecer tareas que son comunes y son específicas. Dibujan un sol y unas gotas de lluvia, y aluden a las presiones que reciben y al calor que muestra que no siempre las tareas son pesadas, y que, muchas veces, se sienten a gusto entre ellos. Del dibujo inicial de diversas formas entrelazadas, esta vez delinearon y construyeron espacios, conversaron sobre aquello que necesitarían para constituirse en un equipo y no estar cada uno suelto en su propio espacio; precisaron que sería necesario establecer algunas alianzas y pactos con los diversos profesionales de los diversos sectores, y no permanecer aislados dentro del espacio que compartían con los otros sectores del hospital donde trabajaban.

 

5. Conclusiones

  1. El mundo contemporáneo, como destaca Kaës, evidencia situaciones con un precario trabajo del preconsciente y de las funciones intermediarias. Si la ruptura conlleva fallas para expresar y elaborar lo vivido, introducir el estudio de un objeto mediador como el pictograma sugiere y contribuye con nuevas estrategias de abordaje de grupos en situaciones de crisis, rupturas provocadas por la precariedad de los garantes psicosociales.
  2. El pictograma grupal producido en situaciones de crisis muestra ser un objeto mediador útil, debido a que facilita la emergencia de contenidos inéditos y significativos que pueden ser trabajados como manifestaciones del sentir, del pensar y del actuar del grupo. El objeto mediador, así como el objeto transicional de Winnicott, permite reunir lo interno y lo externo, lo propio y lo compartido, lo semejante y lo diferente, lo individual y lo grupal, lo grupal y lo institucional. Asimismo, los pictogramas representan elementos inconscientes y conscientes, sentimientos y vivencias compartidas, formaciones que representan el espacio vivido y el espacio común compartido.
  3. Elementos sorprendentes surgen a través de un “dibujo” que aparenta no tener nada que ver con el conjunto; de una “palabra o una frase” que asociada al dibujo permite reconocer elementos inéditos, desconocidos, no pensados.
  4. El dibujo producido en una misma hoja de papel a varias manos facilita entrar en diálogo a partir de los trazos, esbozos, dibujos, palabras, narrativas. El pictograma grupal propicia, simultáneamente, elaborar y transformar el sujeto singular, las relaciones intersubjetivas, el grupo y la institución, gracias a los efectos de la intersubjetividad e interdiscursividad.
  5. Este recurso es bastante útil cuando los miembros del conjunto vincular —equipo de trabajo, un grupo de pacientes, una familia— atraviesan dificultades en verbalizar y elaborar lo vivido, debido al impacto del sufrimiento psíquico.
  6. En el trabajo con profesionales que cuidan de pacientes psíquicamente perturbados, utilizar este objeto mediador contribuye para que estos profesionales puedan explicitar las dificultades que viven con sus pacientes, como equipo, y puedan verbalizar y reconocer salidas posibles. Simultáneamente, estos profesionales pueden ser capaces de constatar la eficacia del recurso e implementar el mismo en el trabajo con grupos de pacientes o grupos de familia.

 

María Antonieta Pezo del Pino
Psicoanalista – Supervisora clinico-institucional

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Resumen

Este trabajo presenta el uso del pictograma grupal como un objeto mediador que propicia la comunicación entre los miembros de un grupo, que viven una situación límite, traumática o de crisis. El acceso al decir, a la palabra es difícil cuando el sujeto es impactado por el sufrimiento, por lo innombrable. El dibujar junto con otro establece una comunicación de sentido y favorece el acceso a contenidos inconscientes. Los objetos mediadores parecen ser recursos de utilidad, como vienen demostrando los aportes de C. Vacheret, con el fotolenguaje; y P. Benghozi, con el espacio-grama. Teóricamente, se fundamenta en aquello que R. Kaës identifica como rasgo de nuestra contemporaneidad: la falla de las funciones del preconsciente y de los apuntalamientos mutuos (en las patologías límites, en la crisis). Por ello, los grupos tendrían la ventaja de ser espacios de neo apuntalamientos que se beneficiarían con “técnicas de mediación” que darían un apoyo sensorial al proceso, necesario cuando la palabra es silenciada, como se constata en la práctica con sujetos que viven situaciones límite.

Palabras clave:

Pictograma grupal –  objeto mediador – situación de crisis – trabajador de la salud mental.

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Resumo

Este trabalho apresenta o uso do pictograma grupal como um objeto mediador que propicia a comunicação entre os membros de um grupo, que vivem uma situação limite, traumática ou de crise. O acesso ao dizer, à palavra é difícil quando o sujeito é impactado pelo sofrimento, pelo inominável. O desenhar junto com outro estabelece uma comunicação de sentido e favorece o acesso a conteúdos inconscientes. Os objetos mediadores parecem ser recursos de utilidade, como vem demonstrando os aportes de C. Vacheret, com a foto lenguaje; y P. Benghozi, com o espaço-grama. Teóricamente, se fundamenta em aquilo que R. Kaes identifica como marca da nossa contemporaneidade: a falha das funções do preconsciente e dos apoios mutuos (nas patologías limites, na crise). Por isso, os grupos teriam a vantagem de ser espaços de neo apoios que se beneficiariam com “técnicas de mediação” que dariam um apoio sensorial ao proceso, necesario quando a palabra é silenciada, como se constata na prática com sujeitos que vivem situações limite.

Palavras chave:

Pictograma grupal – objeto mediador – situação de crise – trabalhador da saúde mental.

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Abstract

This work presents the use of pictogram group as a mediator object which facilitates communication among members of a group, living a limit, traumatic or crisis situation. The access to say a word is difficult when the subject is impacted by suffering, by the unnamable. Drawing together with another one sets a communication of meaning and encourages the access to unconscious contents. The mediator objects seem to be resources utility, as demonstrated by C. Vacheret contributions, with the photo language; and P. Benghozi, with the space gram. Theoretically, based on what R. Kaës identifies as a feature of our contemporary: the lack of the functions of the preconscious and the mutual (in the limit pathologies, in the crisis).Therefore, the groups will have an advantage of being placed in techniques of mediation that will give a sensory support to the process, necessary when the word is silenced, as it was demonstrated in the practice with subjects living in limited situations

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Key words

Group pictogram –  mediator object – crisis situation – worker of mental health.

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Notas

[1] Primo Levi,  se refiere repetir a los hijos o que la casa se derrumbe. En este caso, el repetir  es una forma de elaborar el trauma de manera semejante a lo propuesto por Freud (1920). Por otro lado, desde Winnicott el  derrumbe – fractura y caída – se refiere a una experiencia ya vivida cuando aún se es incapaz de elaborar el trauma. Esta sensación es semejante al miedo a la locura, a la muerte, al aniquilamiento. Esta experiencia no es accesible a la palabra o al recuerdo, sólo es posible ser trabajada a partir de la experiencia analítica.[volver]

[2] Usamos la palabra  acogida, acogimiento, para referir a la función de holding del terapeuta, de la institución. Con el término holding, Winnicott se refiere a la madre que puede identificarse con su bebé y ser capaz de proveer un ambiente físico que dé soporte. Es una situación análoga a cuando el terapeuta es capaz de identificarse con su paciente y proveer un ambiente de amparo, una función contenedora.[volver]

[3] En nota, un suicida de la  France Télécom escribe: “Me suicido a causa de France Télécom. Es la única causa de mi muerte voluntaria. No puedo más con las urgencias permanentes, el trabajo excesivo, la ausencia de formación, la desorganización total de la empresa. Los directivos practican el “management” del terror. Esa manera de trabajo ha desorganizado mi vida, me ha perturbado. Me he convertido en una ruina, un desecho humano. Prefiero acabar. Poner fin a mi vida”. En total, más 25 funcionarios de la misma empresa optaron por dar fin a su vida.[volver]

[4] “Bien-dicha” para traducir el sentido de “bendita” o bendecida. Palabra que trae a la luz de la oscuridad lo reprimido, recalcado, forcluído.[volver]

[5] La Marcha de la Vida es un proyecto de la comunidad judía, que  se propone rescatar la memoria colectiva y colocar en práctica la idea de recordar para no repetir. Propone estar atentos a señales que, evidentemente, las generaciones anteriores ignoraron.[volver]

[6] Kaës, en el Aparato Psíquico Grupal (1976) plantea que existen organizadores psíquicos y socioculturales.[volver]