Nuevos desafíos

El campo del psicoanálisis conoce hoy en día una suerte de agitación como no se ha experimentado desde hace largo tiempo. Importantes escuelas se desarrollan en los EEUU que proponen nuevos paradigmas. Me refiero a las corrientes de la intersubjetividad.

Nos interesan en la medida en que la terapia familiar psicoanalítica (TFP) ha participado en estos desarrollos al sostener a su modo una perspectiva de psicoanálisis de los conjuntos humanos, un psicoanálisis colectivo, al subrayar que los miembros de una familia están en inter-funcionamiento inconsciente, y al hacer de ello su objeto de estudio privilegiado. Nuestro campo existe desde al menos 30 años.

Parece esencial que nosotros nos ocupemos de estas corrientes. Las mismas han sido influenciadas por la psicología del apego, los sistémicos, los constructivistas, y ciertos filósofos sensibles a estas mismas teorías como Jürgen Habermas (1983); los seguidores de la hermenéutica como Hans Gadamer (1975) y Paul Ricoeur (1983), o aún Jacques Derrida (1996), quien habla a su manera del vínculo diferenciándose de este modo de la fenomenología husserliana o heideggeriana, demasiado centrada sobre el ser.

Hoy se puede ubicar en los EEUU tres centros de apogeo del intersubjetivismo: en Nueva York, los continuadores de Stephen Mitchell (1993) quienes pertenecen a la corriente interrelacional, entre los cuales Lewis Aron (1996), Jessica Benjamín (2004), Phillip Bromberg (1994), los intersubjetivistas más radicales, Robert Stolorow y George Atwood (1992), Donna Orange (2002), y en la costa oeste los adeptos a una postura que no desea romper los puentes con el psicoanálisis como los autores de los dos primeros grupos aunque ellos permanezcan críticos con respecto a la enseñanza freudiana: Thomas Ogden (1994, 2003, 2004),Owen Renik (1998)1. .

La mayoría de las investigaciones y críticas de los intersubjetivistas americanos conciernen el proceso de la cura analítica; defienden una «psicología bi-personal» (a two person psychology), de la cual Michel Balint, 1964, fue uno de los precursores. Estos últimos, por otra parte, no tratan de diferenciar terapia y análisis. Si lo sexual es importante y tiene una fuente biológica, admite S. Mitchell (op.cit), esto no surge sino en el contexto relacional y está condicionado por el mundo de los objetos.

Ello es así también en el caso de la agresividad: pero tanto lo sexual como la agresividad serían los motores en el establecimiento y en el sostén de la dinámica relacional.

Sin embargo, la noción de intersubjetividad no suele ser invocada para recomponer el campo de la psicopatología, aún cuando urge el volver a pensar el hecho de enfermarse. Tampoco han realizado estas corrientes un estudio del funcionamiento mental o no lo han hecho suficientemente. Se han subrayado especialmente las interacciones madre – lactante para apuntalar la perspectiva intersubjetivista, argumento ampliamente utilizado por todos los que desean denunciar el solipsismo en el cual ciertos analistas se encerraron. Esta opción está, según los intersubjetivistas, en relación con su deseo de permanecer neutros como observadores expertos y relativamente objetivos ante el paciente en la sesión. Esta tarea resulta utópica porque la realidad psíquica de este último no puede ser captada sino a partir del ángulo subjetivo del analista, quien debería comportarse fundamentalmente como un colaborador que ayuda al paciente a descubrirse a sí mismo y a revisar «sus construcciones» (O. Renik y E. Bott Spilius, 2005).

Pero inclusive Daniel Stern (1985, 1998) es criticado porque si bien él le da todo su lugar al proceso intersubjetivo, a la vez está preocupado por la integración subjetiva en el niño de la experiencia vivida, más precisamente por la constitución de esquemas representacionales del » estar – con», lo que los intersubjetivistas miran siempre con suspicacia. Stern trata de resolver con toda legitimidad el problema de la localización y la fuente inconsciente de la experiencia intersubjetiva entre los sujetos del vínculo (cf. J. Bowlby, 1969 – 1973). El habla del mundo representacional con capacidad operante con respecto al mundo exterior.

Esta idea está cercana de aquella del mundo (o de grupo) interno, el que está configurado por los vínculos de representaciones inconscientes de objetos que interfuncionan entre sí. Este mundo interno permite que el sujeto «entre en vínculo» con los otros según modelos inconscientes más o menos precisos y los influencia, a la vez que se enriquece a partir del exterior2

El mundo interno de los vínculos entre los objetos incluye también la representación de las transformaciones que el inconsciente del otro realiza a propósito de los mensajes recibidos por las personas que lo rodean incluido el propio sujeto. En este orden de ideas, planteamos que nosotros captamos e introyectamos el reflejo de nuestra imagen que se forma en este otro, tanto como su reciclaje y metabolización.

Algunas diferencias deben subrayarse entre los grupos intersubjetivistas, Señalarlas nos permite discernir mejor sus concepciones.

Benjamín (op. cit.) dice: «Yo considero como Stern que el reconocimiento de la subjetividad del otro es una ventaja evolutiva crucial. Pero a diferencia de Stern, he considerado todos los aspectos de la interacción con el otro como engendrados recíprocamente, desde la contemplación recíproca precoz hasta los conflictos sobre el reconocimiento mutuo, que forman parte de este desarrollo intersubjetivo».

Los intersubjetivistas radicales reaccionan con reserva frente a las posiciones de J. Benjamin. Ellos le reprochan buscar selectivamente que el paciente reconozca la subjetividad del analista a expensas de la propia (según D. Orange, op. cit., quien estima que las dos subjetividades deben tomarse en consideración de manera equivalente). Para defenderse de esta crítica, J. Benjamín (op. cit. 2004) responde que en el trabajo terapéutico tanto el analista como el paciente compenetran sus subjetividades y no únicamente el paciente hacia el analista. Ella dice: «Considero antes bien que la llamada implicación en el mutuo reconocimiento del otro emerge de manera natural a partir de la experiencia de ser reconocido por el otro, como un componente esencial de las respuestas al apuntalamiento y que requieren una regulación y sincronización mutuas y por ello mismo, en definitiva, ellas suponen más un placer que una obligación.»

J. Benjamín (1988) se ha hecho conocer por el interés que ella le da al reconocimiento mutuo. A este propósito evoca extensamente las paradojas del vínculo intersubjetivo. «El yo tiene necesidad del otro pero intenta fundarse a sí mismo como absoluto, una entidad independiente, mientras que debe reconocer que el otro es un ser como él, a fin de ser reconocido por éste. Él debe ser capaz de encontrarse en el otro. El yo no puede ser reconocido más que por sus actos – y sólo si sus actos son significantes para el otro es como devienen significantes para él. Sin embargo cada vez que él actúa, el yo niega al otro, es decir que si el otro está allí afectado, él no es más idéntico a lo que él era antes (…)» (p. 38). Y más adelante en ese texto agrega: «Establecer un yo (…) quiere decir ganar el reconocimiento del otro y esto a su vez implica que yo debo admitir finalmente que el otro existe por él mismo y no simplemente por mí» (J. Benjamín, op cit. p. 42).

Entre los partenaires de un vínculo, sin embargo los conflictos no serán excluidos. Comúnmente la causa de los estancamientos y de los malestares es atribuida a uno de los dos. Más aún, uno puede imputar al otro el deseo de seducirlo, abusarlo, tragarlo. Es por ello que lo querella como para «defender su territorio». Sin embargo es la señal de que la dualidad complementaria es vivida como sofocante y cada uno quiere huir de ella. Benjamín (2004, op.cit) considera que todos los estancamientos (impasses) analíticos deberían ser interpretados como temor a la dualidad complementaria. Toda dualidad implica el respeto de la especificidad de cada uno al mismo tiempo que su dependencia hacia el otro. Reconociéndola podrá encontrar su singular subjetividad.

 

Curiosas ausencias

Como se acaba de observar, en el caso de los intersubjetivistas, a veces realizan propuestas sobre el funcionamiento mental y el aparato psíquico, pero no efectúan, salvo excepción, el análisis sistemático de la metapsicología. Algunos, bajo la influencia de la crítica de la teorización que proviene de los analistas americanos, de hecho precursores de la intersubjetividad como Roy Schafer (1967) o Merton Gill (1994), se niegan siempre a realizar este examen que consideran especulativo, arbitrario, pero haciéndolos caer en un psicoanálisis individual que ellos suelen rechazar en general y del cual probablemente no dominan el conjunto de posibilidades. En todos los casos, no es tanto una cuestión de tópica como de experiencias en constante movimiento.

 

Es también curioso que no se realice alguna alusión concerniente a las teorías y prácticas psicoanalíticas familiares o grupales, las cuales pueden sin embargo confirmar los abordajes intersubjetivistas. En los trabajos de estos últimos, se circula únicamente en la esfera del aquí y ahora de la sesión. Lo transgeneracional no se cuestiona jamás, cuando, por el contrario, se puede entonces entender lo transgeneracional como un buen ejemplo de una transferencia psíquica que produce efectos y crea sentido o los traba.

¿Por qué estas posturas metodológicas? No pienso que los intersubjetivistas al ocuparse de la familia teman ser confundidos con los sistémicos – constructivistas familiares. En todo caso ellos le dejan este tema a estos últimos. Pero ello muestra, por otra parte, el poco lugar acordado por los analistas americanos a la TFP. Es hacer tabla rasa también de las particularidades de los vínculos familiares en relación con las otras modalidades de vínculo. Los objetivos de un grupo así como las leyes que lo gobiernan dan una coloración diferente a la intersubjetividad según el caso. Yo creo que las razones de semejante escotoma tiene como origen su opción metodológica: si una idea es verificada en la práctica de la cura, ellos suponen que es suficientemente como para sacar conclusiones sobre todos los problemas, incluidas la metapsicología y la psicopatología. Ahora bien la cura es un campo particular de relación humana, más bien inhabitual. Es el espíritu pragmático quien domina el procedimiento de los intersubjetivistas: los efectos se privilegian más que las causas, la intencionalidad está por encima del detrimento causado por la dinámica del conflicto, la eficacia sobre la coherencia lógica, la acción sobre la reflexión.

Es probable que los intersubjetivistas aún estén en el estadio adolescente de su movimiento. Refiriéndose a la teoría del apego en sus inicios, dice Peter Fonagy (2001): «Como en toda nueva teoría, las ideas innovadoras se recalcan más mediante la afirmación de una divergencia, aunque esto implique una simplificación exagerada».

Pienso que nuestra corriente de TFP se sitúa netamente en la continuidad de la obra de Freud (1921), el primero en haber subrayado el interés de la psicología colectiva y que ha pasado con el suceder de sus trabajos a tomar cada vez más en cuenta la relación de y con el objeto. Nosotros pertenecemos al campo del análisis y deseamos, si es posible, enriquecerlo con nuestros descubrimientos. En este sentido intentamos regularmente verificar nuestras hipótesis teóricas a la luz de la metapsicología. Lo mismo hacemos con nuestra práctica. Esta referencia no es meramente reverencial sino que apunta a mantener un diálogo y si es necesario permitir la introducción de modificaciones.

Para simplificar al extremo mi propósito y marcar analogías y diferencias con los intersubjetivistas a propósito del vínculo, planteo la cuestión de saber si se trata de la influencia de los psiquismos en lo que concierne al fantasma, es decir, que el fantasma de uno llama, induce, despierta aquel del otro- el cual no habría podido jamás salir de su estado inconsciente sin esta solicitud (A.M. Nicolò, 2005), creando primero una fomentación fantasmática seguida de una interfantasmatización; o si se trata además de otra cosa, digamos de la alteración del funcionamiento de las instancias psíquicas de los sujetos en vínculo y debido a sus recíprocas influencias. ¿Es el yo inconsciente quien se modifica o únicamente su imaginario? Si nosotros optamos por la primera respuesta, la que me seduce personalmente, debe ser efectuado un riguroso examen de conceptos tan diferentes como deseo, pulsión, realidad psíquica, representación o identidad. En nuestra teorización, hemos adelantado la idea de que nuevas instancias de funcionamiento colectivas pero no individuales, entran en juego ni bien hay un grupo: self familiar, aparato psíquico familiar. Estos operadores están de ahora en más disponibles para el trabajo psíquico.

En la cura, Th. Ogden (1994) los identifica y designa como tercero analítico. El vínculo es un tercero un tanto autónomo con respecto a los sujetos, que tiene a la vez un estatuto inconsciente en cada uno de ellos. Th. Ogden juega hábilmente con la palabra «tercero asujetizante»: los miembros no pueden liberarse del vínculo que tejen, pero éste les permite acceder al estatuto de sujeto. Recordemos que la ley o el superyó tiene un origen como tercero ya que se inspiran en los efectos de la ley sobre los padres. Ni bien se hace intervenir a los padres, el campo se abre, una multiplicidad de aspectos lo vuelve complejo.

No obstante permanece una dificultad. Nadie ignora de ahora en adelante la importancia de la comunidad de representaciones entre los miembros de toda relación. Ello se observa, por ejemplo, en la adhesión bastante generalizada entre los psicoanalistas a la idea de espacio intermediario. Entre dos sujetos o más, un espacio transicional conjunto se desarrolla como síntesis de lo que cada uno aporta de su propia transicionalidad. Cada uno es a la vez activo al buscar inducir los efectos sobre el otro, y pasivo al acoger la subjetividad del otro. El problema aparece cuando se piensa este campo intermediario como una terceridad uniformante, bajo los efectos de compromisos, incluso de convenios, como un campo sin asperezas, ni crisis ni conflicto y finalmente sin juego, mientras que esta idea reivindica un parentesco con la teoría del juego. Este campo intermediario implica ciertamente una dimensión de consenso, si se puede hablar de consensualidad para un proceso inconsciente, pero es también el teatro de una lucha.

La palabra originaria de Freud es Tummelplatz, dicho de otra manera el lugar de los juegos, el área de juego, que se ha vuelto espacio intermediario. Ahora bien, Tummelplatz significa lugar de palestras, la plaza de lizas, es el sitio donde en la edad media tenían lugar los duelos entre caballeros y otros juegos de destreza y de competencia. En las sucesivas acepciones de la expresión se ha escotomizado la dimensión de confrontación propia del modelo del combate deportivo, el que por otra parte está codificado con precisión, y que imita la lucha entre dos personas, lo cual conduce a cada una de ellas a dar lo mejor de sí mismas. (Tummel viene de tumulto, movimiento, platz, de plaza.)

Creo que el área de juego es un área de estimulante concordia entre subjetividades, de desenvoltura, de simbolización abierta, pero este espacio comporta la presencia de dos subjetividades, las cuales a veces entran en conflicto y que, en lo esencial, son diferentes, es decir que tienen deseos diferentes, y que están prestas a encontrarse más que a amalgamarse. A continuación de esta confrontación, cada uno apreciará mejor lo que puede y lo que vale. En ese interín habrá cambiado.

Si descuidamos esta perspectiva, seremos incapaces de reconocer los trastornos del quedar atrapado, del temor de uno por el otro y los anhelos de sujeción de uno sobre otro, lo que acecha a todo vínculo, aunque parezca sereno.

De todos modos, el vínculo se despliega y se construye, aún si se resisten a él.

Esta área intermediaria se teje por oscilaciones entre vínculos narcisistas y objetales. En primer lugar, lo idéntico es activado por la forma en la cual cada uno trata de captar lo que el otro propone al punto de borrarse, de olvidarse. Reaccionando luego, cada uno realza su diferencia, afirmando su deseo, adelantando su propia opinión o simplemente sus comportamientos. Él tiene en cuenta lo que ha podido captar de la expresión del otro y anticipa los efectos de su habla en el otro. Marcar así su diferencia es también permitirse la creatividad. En nuestro mundo interno de representaciones, la ligadura objetal (Yo /objeto) nos autoriza a ser imprevisibles, es decir a expresar una idea, un afecto o un gesto que no ha tenido jamás lugar. Aquello dependerá en verdad del margen consentido por los padres interiorizados que al estar en paz con su castración han tenido confianza en la espontaneidad del sujeto y han apoyado su inventiva dejándole alcanzar su plenitud.

¿Por qué un psicoanálisis familiar recreativo?

Yo diría que la recreación no debe ser comprendida únicamente como distracción, entretenimiento, recreo, sino como una nueva libertad que los miembros de la familia encuentran cuando ellos están en sesión de TFP y a medida que transcurren las sesiones.

Por el efecto de la transferencia/contratransferencia, ellos están atraídos por lo que allí pasa. Aquello les produce el deseo de regresar y prestarse a descubrimientos sobre su funcionamiento grupal y aunque sea habitual que teman las conclusiones que se puedan extraer de allí. Las sesiones se vuelven una ventana que les aporta aire, otro aire; aquello les permite evadirse de su cotidianeidad y vivir sus dificultades de otra manera, enriquecidos por una dimensión de conocimiento y de imaginario.

Yo no sé si esto es únicamente mi recuerdo personal o si este caso es frecuente. Recuerdo que los recreos en la escuela eran el momento de inversión de muchas cosas en relación con la hora de los cursos. Los chicos más inhibidos se desbloqueaban, los malos estudiantes se transformaban en los líderes, se apuntalaban otros saberes que aquellos ligados al estudio: al deporte, a la vida íntima de los otros, allí circulaban los chismes, etc. Son investiduras de este tipo las que ocurren durante la cura familiar.

En el mejor de los casos, los miembros de una familia la viven como una alternativa. El sosiego se asocia entonces al placer de saber. Ellos pueden sacar nuevas conclusiones sobre lo que los apena y encontrar una síntesis entre su estilo de vida y aquel que se desprende del espacio del proceso que ellos habrán creado en compañía de los terapeutas y adoptarlo.

 

Lugar del juego en la técnica

No se puede evocar el juego en TFP sin situarlo en un contexto más general, aquel de la técnica. Al presentarla, nosotros podríamos deducir la importancia que le otorgamos a la intersubjetividad y la manera según la cual la reconocemos y utilizamos para hacer avanzar la cura familiar.

La instauración de un encuadre estable con sesiones regulares (de frecuencia semanal a mensual) resulta útil en vista de reestablecer, ante todo, el funcionamiento de los preconscientes de los miembros de la familia, frecuentemente «desactivado» debido a vivencias desbordandes constrictivas y así dejar emerger recuerdos y emociones hasta entonces clivadas o reprimidas (cf. A. Eiguer, 2001). Estos podrán a su vez suscitar nuevas asociaciones y tomas de consciencia. Una técnica grupal debe favorecer la expresión y la circulación de fantasmas comunes, la verbalización de los afectos. El reestablecimiento de la comunicación entre los miembros de la familia, tan difícil de establecer, reposa sobre la posibilidad de que las personas se escuchen, que ellas se vuelvan sensibles a lo que el otro siente, a sus dolores y enojos; éste es un paso importante. ¿Qué función de la familia es más rica que aquella de aprovechar de una intimidad en la cual cada uno reconocerá que es única y permitirá que se restaure el amor de sí tan frecuentemente atropellado por la vida social y profesional? «Escuchar el dolor» vale mil recomendaciones sobre las conductas a sostener, lo que sin embargo privilegian muchas personas: porque escuchar al otro significa implicarse en su vivencia, sentirlo dentro de sí. Esto es, en realidad, lo que más esperan los integrantes de la familia.

Nuestro método terapéutico es psicoanalítico; propone interpretaciones que conciernen los mecanismos inconscientes comunes al grupo familiar, su prehistoria e historia común y la transferencia sobre el o los terapeutas, de representaciones imagoicas y figuras significativas. Es a la vez cuestión de «reedición» de antiguos vínculos con los objetos y novedad, «edición» (según la feliz formulación de Jaime Lutenberg, 1998) puesto que la terapia es un crisol donde se crean nuevas alianzas. La terapia edifica un neo-grupo (E. Granjon, 1998), que es fuente de innovación, donde se reencuentra y se aprende a conocerse, a pensar juntos sin que las individualidades pierdan su singularidad; más bien al contrario ellas podrán tener un brillo particular.

Los terapeutas reactivan un movimiento interrumpido, ellos van a nombrar los gritos y los llantos sofocados e inclusive soñar los sueños que la familia se ve «en la imposibilidad de soñar» (Th. Ogden, 2003). En los terapeutas, los ensueños en los momentos de inatención, el detenerse sobre detalles insignificantes de su cotidianeidad, recuerdos imprevistos, afectos inhabituales con respecto a los otros, mismo el exasperarse hacia los co-terapeutas o la institución, son movilizados por la intersubjetividad inconsciente familia–co-terapeutas. Estos últimos pueden darle forma a los contenidos informes, cuyo descubrimiento contribuye a la construcción de sus intervenciones. Entretanto, los terapeutas podrán analizar lo que ha pasado en ellos, lo que los ha llevado a distraerse, a soñar. Estos movimientos confirman que la imprevisibilidad es reina en el campo de la intersubjetividad, y que dos o más análisis están operando, el de la familia, el del terapeuta, entre los terapeutas.

En TFP se juega con las palabras y los recuerdos. La noción de juego de niños me parece aportar una ilustración pertinente.

Es posible jugar en sesión, cuando hay niños; éstos utilizan hojas, marcadores y caja de juguetes, juegos que pueden por cierto ser objeto de interpretaciones, pero que en los adultos reviste otros rasgos, aunque participen del juego con sus hijos, a veces luego de dudar por falta de costumbre y porque temen regresar hacia la infancia si se dejan llevar demasiado. Temen también perder el sentido de la realidad cuando éste jamás se pierde cuando el niño juega. Sin embargo el placer de jugar es el que gana la mayoría del tiempo. El espacio intermediario de la sesión se vuelve entonces el lugar donde se juega en conjunto. Un miembro propone imágenes y metáforas para realizar acciones de representación que los otros van a ejecutar, amasar, deformar, recortar, triturar, reacomodar, reconstruir, dándole una nueva forma, enriqueciéndolas y continuar con otros gestos y comportamientos, en suma amasarlas como una plastilina. Hay en el juego, D. Winnicott (1971) ha insistido al respecto, una potencialidad de creatividad. Hoy se reconoce allí la impronta de la intersubjetividad grupal. Algo se formula al comienzo, la propuesta de poner en escena una historia y a partir de ese momento la imaginación es activada, tanto más si hay un grupo. Ello encuentra puntos cercanos con la primera propuesta, pero va más lejos… a veces sin guardar contacto con la propuesta de origen. En todos los casos, lo importante es que se acune un apetito de crear.

Como a la hora del recreo, estos eternos marginados que son los chicos tienen la satisfacción de llevar adelante el juego y de dirigir a los otros miembros de la familia.

Una de las características del juego, como se la encuentra en los ensueños diurnos y en el trabajo de creación de poetas y hombres de letras, reside en el hecho de que un mundo es inventado. Un mundo aislado y diferenciado del mundo real.

Uno se encierra allí con el sentimiento de manejarlo a su voluntad. En el juego colectivo, se tiene el sentimiento inconsciente de que los otros son llevados por esta personal voluntad creadora. El narcisismo se encuentra reconfortado. Pero es el juego el que se emancipa de los psiquismos que lo han inventado; él vuela por así decir con sus propias alas. En fin este remodelaje es muy útil pues detenta una facultad de crecimiento psíquico.

En consecuencia, el juego no es únicamente una conducta defensiva producida para controlar la angustia de pérdida; él es a la vez una actividad de placer, de simbolización y de inventiva, que permite restaurarse, restaurando su capacidad de crear.

Vivir la experiencia de jugar es altamente provechoso para los miembros de una familia. Desde que ellos toman interés, recomienzan a jugar espontáneamente en cada nueva sesión. A veces continúan las escenas jugadas, las modifican y completan.

El proceso de la TFP está constituido así por una serie de juegos, como hay una cadena grupal de asociaciones y representaciones conscientes diferentes enlazadas entre sí, según los fantasmas inconscientes colectivos que organizan la disposición que constituye esta cadena. Dicho de otro modo, un fantasma inconsciente «busca emerger» y toma allí formas «enmascaradas». En TFP lo que es dicho o hecho no tiene un autor; hay ciertamente una persona que habla o que expresa un gesto, pero su manifestación está sobredeterminada por lo colectivo, tal como René Kaës lo ha propuesto por medio de la noción de cadena asociativa grupal (1985). La situación particular de la terapia, al ser fuente de regresión para los miembros de la familia, tiene mucho que ver con ello.

Estas diferentes producciones me permiten subrayar que la sesión tiene una capacidad «generadora». Nada de lo que allí es dicho o vivido ha existido anteriormente, al menos en la forma actual.

 

Un modelo elocuente

Estos aspectos del método analítico grupal de la familia son solicitados particularmente en ocasión del tratamiento de la deudatransgeneracional. Representan un ejemplo a la vez vital del funcionamiento de la familia y representativo de la creatividad lúdica de la TFP. La actualización de los dramas transgeneracionales nos ha permitido ayudar a los miembros de aquélla a reencontrarse y a sobrellevar sus dificultades. No obstante el ámbito de los ancestros requiere un importante trabajo a nivel imaginario. Ellos han vivido acontecimientos trágicos o heroicos, que son difíciles de ser evocados o puestos en escena por los descendientes. Tienen pocos testimonios directos concernientes a los hechos, y los testimonios indirectos son igualmente raros. El imaginario colectivo permite darles forma, la de un relato, pero frecuentemente los que aparece son fragmentos muy parcializados de aquéllos.

Estos fragmentos están encriptados en la memoria parental, lo que expresa la dificultad en reconocerlos. Sin embargo, en grupo se puede reconstruir el rompecabezas: la trama histórica en la cual se insertan las gestas de los antepasados. El trabajo de reconstrucción es entonces esencial; el aporte de los terapeutas, indispensable; ciertamente este trabajo es difícil pero está favorecido por la vivencia de estos últimos, por sus fantasmas, sus afectos, sus pensamientos, sus recuerdos, inclusive de aquellos que les conciernen personalmente y que pueden aprovecharse para la comprensión del material transgeneracional, a condición de que los terapeutas permanezcan sensibles a la idea de que su propio inconsciente está implicado por el neo-grupo y lo que ellos sienten está habitualmente relacionado con los efectos de la transferencia familiar. La familia induce pensamientos y representaciones que ella no alcanza a ligar ni a darle forma. A partir de esa situación, los terapeutas religan, retejen y reconstruyen.

Una construcción de la escena transgeneracional no es entonces una propuesta totalmente inventada por los co-terapeutas ni apartada de la situación ancestral. En 1937, Freud subraya que la confirmación de la construcción propuesta por el analista puede venir del paciente, quien la valida o la corrige, incluso la rechaza, lo que de todos modos resulta útil desde cuando aquella suscita nuevas asociaciones y descubrimientos que conciernen su historia. Una construcción así desarrollada permite encontrar las fuentes del mal que carcome su espíritu. En una construcción histórica o prehistórica se organiza una serie de momentos fuertes y significativos; lo que ha sucedido antes explica los actos siguientes. Lo cual ya representa un gran triunfo.

En definitiva nada puede confirmar que la contratransferencia de los co-terapeutas esté exactamente en resonancia con la transferencia inductora de escenas que no han podido ser evocadas por los miembros de la familia. Que los inconscientes de los co-terapeutas estén en interjuego con los de estos últimos no es suficiente para afirmar que lo vivido por los primeros, vehiculice la pieza faltante en el rompecabezas. Se puede apenas decir que aquello es lo que sus inconscientes pueden producir en función del momento del estado de su regresión y de su participación intersubjetiva y a lo visto de su trayectoria a la vez como personas y en el grupo. No más. Cada uno tiene límites propios a su historia, mismo si su experiencia profesional le permite ampliar el espectro de las situaciones conocidas y también si la actividad en grupo confirma y refuerza el valor de sus sentidas representaciones.

Si este tipo de experiencia es interesante y útil, ello es debido en buena parte al hecho de que los miembros de la familia aprecian enormemente que los co-terapeutas se impliquen en lo que ellos anticipan, así como se puede comprender por la intensidad emocional que ponen en juego en el trabajo de interpretación y reconstrucción. Está allí igualmente la fuerza de convicción que ellos manifiestan; esto puede calmar. Pero es vital que los co-terapeutas estén dispuestos a admitir que ellos se equivocan y que sepan si es necesario cambiar de rumbo.

Para los miembros de la familia descubrir la transmisión entre generaciones se revela sorprendente y conmovedor. El dispositivo de la terapia al cual están convocados los miembros de diferentes generaciones los invita por cierto.

Pero hay otro factor que contribuye a generar tales movimientos. La presencia de los terapeutas. De hecho, los miembros de la familia se preguntan si los terapeutas tienen problemas de familia, si aquellos son parecidos a los propios y cómo los terapeutas se las arreglan con ellos. Los miembros de la familia imaginan que sus problemas son parecidos a aquellos de los terapeutas o diferentes y a veces que no los tienen. En todos los casos se trata de una idealización. «Los terapeutas tienen ciertamente un truco, una fórmula mágica que ellos ocultan cuidadosamente y que habría que quitárselos.» Las figuras de lo mismo y lo diferente están vuelta a vuelta y según el caso puestas a trabajar en esa transferencia, que tiene evidentemente significaciones inconscientes diversas y particulares para cada familia y cada momento del proceso.

Los terapeutas tienen «un lugar» en el fantasma compartido por los miembros de la familia. En este guión, ellos juegan un papel; aparecerán inclusive como los autores de éste (cf. Th. Ogden, 2004, p.770).

Más precisamente, son dirigidas dos demandas a los terapeutas: por una parte, la transmisión de un saber de uso en su modelo de familia y por otra parte, que los terapeutas admitan inscribirlos en su genealogía, portadora de este bienestar, de este entendimiento, de este amor, de este éxito y de esta complicidad que ellos no han logrado desarrollar en el seno de su propia familia.

Para la familia «darle a los terapeutas» ¿acaso supone la espera de reciprocidad en forma de contra-donación? «Quejarme de las desgracias que los otros miembros de la familia me hayan causado, ¿acaso apunta a que los terapeutas me favorezcan?».

«¿Contar, liberarse es como una donación para que nos entreguen su secreto, el enigma de su relación con sus familias?» Con toda probabilidad, dar y recibir moviliza el diálogo en el seno de la terapia. Aunque los terapeutas no entreguen su misterio, ellos se sienten llevados a trocar un don por otros dones: su elección metódica por la palabra no es la única cosa que ellos están en condiciones de dar, es también la exposición de una vía y la respuesta indirecta a la cuestión de su misterio. «Por la palabra ustedes tendrán acceso a otro nivel de funcionamiento», parece proponer. A pesar suyo, los terapeutas se exponen, y asimismo tratan de quedar afuera de toda política de dominación y de pedagogía.

La espera concerniente al saber de los terapeutas debe ser integrada a la noción de transferencia de base o sustancial. Aparecen allí en posición diferente otros aspectos transferenciales subrayados más arriba.

 

Humor y recreación

Para volver dinámica la recreación del proceso de la TFP, el humor es uno de los productos más interesante. Nosotros distinguimos el humor producido espontáneamente por la familia y aquel que expresamos en la enunciación de la interpretación. En todos los casos, allí circula un aire de bienestar y la invitación a compartir aquellas sensaciones que evoca lo arcaico (B. Duez, 2005). Estos últimos años, he dedicado algunos trabajos al humor (A. Eiguer, 2005). Debo confesarles que si me interesa aún es porque me resulta tan misterioso como al comienzo de mis investigaciones. Posee gran riqueza de sentidos y permite decir cosas que de otro modo serían muy difíciles de comunicar.

Una TFP. La entrevista tiene lugar en presencia de los padres, una hija de 14 años y dos varones de 7 y 2 años. Somos dos terapeutas hombres. El padre no vive con su familia; él salió de prisión donde estuvo encarcelado por incesto; está en libertad condicional. Referente a la cuestión de lo que ha pasado; el padre explica que ha abusado de su hija; en prisión él ha meditado mucho sobre su acto y sobre las consecuencias que eso ha tenido sobre ella. Pleno de remordimientos, desea asumir plenamente la responsabilidad de su acto. Repite que nadie más que él debe considerarse culpable. Mientras que el padre habla, la hija no dice nada y el más pequeño juega con los juguetes de la caja; está muy concentrado, luego termina por volcarla por el piso. La madre da a entender con medias palabras que el niño no ha podido seguir la conversación en vistas de su edad. Es entonces cuando él pide tomar su biberón que la madre lleva en su cartera. Se acuesta sobre la mesa de juego de espaldas y se pone a succionar con frenesí la tetina haciendo gestos ostensibles de placer con sus piernas y manos. Todo el mundo ríe, unos porque ven allí una travesura para llamar la atención, los otros porque notan allí algún sentido erótico oculto. El niño habría querido denunciar, a su manera y por el juego, ¿acaso la intención demasiado conveniente del padre -quien se presenta como un hombre arrepentido-, cuando lo que en verdad él quiere es que la familia lo acepte nuevamente en su seno? He aquí una de las obras del juego: ir más allá de las apariencias, permitir el acceso a las verdades o aún más, permitir la expresión de la escena inconsciente.

 

Para concluir

Comenzando este trabajo por el examen de la intersubjetividad, traté de subrayar que nos ayuda a asir mejor los factores de movilización de los vínculos de familia y de la transferencia/contratransferencia en la TFP. El juego aparece como un producto de esta intersubjetividad. En lo que concierne las ventajas del juego, insistiré aquí sobre un aspecto, que liga este caso con la metáfora transicional. En la plaza de lizas (lugar de las palestras), se desarrolla un juego entre adversarios: hay convenio en cuanto a las reglas, la forma de la lucha, el hacer «como si». Pero hay también un público. Este último deposita sus fantasmas inconscientes violentos sobre los caballeros rivales para poder continuar reprimiéndolos con toda tranquilidad. Goza de ello. Es un poco parecido en TFP.

Dicho esto, agregaría que el juego comporta una dosis de voyeurismo y de exhibición. Ahora bien, ¿qué otra cosa ocurre en nuestras sesiones sino una demostración incesante? La familia espera que nosotros nos mostremos. Nosotros esperamos que ella se exponga. Si ello es posible, la familia quiere maravillar el grupo de co-terapeutas y viceversa. El vínculo narcisista opera en el exhibicionismo. Se lo dice seguido. Pero también por esta exposición se expresa el deseo de permanecer en el otro, penetrarlo para siempre. La familia tiene el sentimiento de no poder llegar allí de otro modo.

Entonces me pregunto si el deseo de eternidad no está acaso en resonancia con los lineamientos que vienen desde la noche de los tiempos, y que nos vuelve eternos a través de nuestros hijos.

He subrayado el papel fundador de la intersubjetividad tanto como los contornos de su posición de «tercero» y sus potencialidades terapéuticas. El terapeuta forma parte del trabajo, es movilizado permanentemente, su identidad está inclusive en movimiento.

En suma, un análisis familiar recreativo propondría, a la vez, la posibilidad de juego y de creatividad. La transferencia puede ser definida como una recreación y una creación. Recrear implica igualmente producir nuevamente una vivencia reprimida hasta allí gracias a transformaciones logradas por una serie de factores: el encuadre, el neo-grupo, la intersubjetividad, la interpretación. La liberación de energía, que da la pasión y la rabia del intercambio, conviene también tomarse en cuenta. Traté de subrayar la apertura recreativa que representa la terapia para la familia.

Este trabajo, editado en la revista Le divan familial, 16, 2006, París, Editions In Press, en un número consagrado a «Juego y creatividad», fue traducido por Irma Morosini y revisado por el autor. Agradecemos la autorización de publicarlo en castellano.

 

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Notas

1. Para las diferencias entre estos tres grupos, ver más adelante
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2.. Recuerdo que para Roy Shafer (1976) en el inconsciente no habría sino representaciones de acción. He retomado algunas de estas ideas para hablar en “El inconsciente de la casa” (A. Eiguer, 2004) de la manera cómo estamos en interfuncionamiento con nuestro habitat y los objetos materiales que lo amueblan.
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Resumen

«Por un psicoanálisis familiar recreativo.» El autor presenta las distintas corrientes de la intersubjetividad y los compara con la teoría de la terapia familiar psicoanalítica (TFP). Observa que estos autores no se ocupan ni de grupos o ni de familias, lo que limita su campo práctico y les priva de una mirada esencial para entender los interfuncionamientos, y la repercusión de lo trans-generacional. Piensa que el espacio transicional de la sesión debería redefinirse como un área de conflicto donde los sujetos del vínculo pueden reconocerse como distintos y no solamente como una superficie de intercambios entre psiquismos en lo que les es común. Así el juego que se manifiesta en la sesión familiar aparece como una nueva producción original de esta intersubjetividad, facilitando entonces el acceso al material reprimido. El juego colectivo se convierte en una fuente de expansión del psiquismo grupal, de creatividad y recreación. La familia induce pensamientos y representaciones que no llega a asociar, incluso a configurar. A partir de allí, los terapeutas conectan, retejen, reconstruyen. Dado que estos últimos se movilizan permanentemente, su identidad es incluso modificada. El autor presenta el caso de una terapia psicoanalítica de una familia donde hubo incesto padre/hija.

Palabras clave

Intersubjetividad, vínculo, juego, trans-generacional, construcciones.

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Résumé

 

« Pour une psychanalyse familiale récréative. » L’auteur présente les différents courants de l’intersubjectivité et les compare ensuite avec la théorie de la thérapie familiale psychanalytique (TFP). Il remarque que ces auteurs ne s’occupent ni de groupes ni de familles, ce qui limite leur champ pratique et les prive d’un regard essentiel pour saisir les inter-fonctionnements, et le retentissement du trans-générationnel. Il pense que l’espace transitionnel de la séance devrait être redéfini comme une aire de conflit où les sujets du lien peuvent être reconnus comme distincts et pas uniquement comme une aire d’échanges entre psychismes dans ce qui leur est commun. Ainsi le jeu se manifestant en séance familiale apparaîtrait comme une production nouvelle et originale de cette intersubjectivité, facilitant alors l’accès au matériel refoulé. Le jeu collectif devient une source d’épanouissement du psychisme groupal, de créativité et de récréativité. La famille induit des pensées et des représentations qu’elle ne parvient pas à relier, même à configurer. A partir de là, les thérapeutes relient, retissent, reconstruisent. Ces derniers étant mobilisés en permanence, leur identité est même modifiée. L’auteur présente le cas d’une thérapie psychanalytique d’une famille où il y a eu un inceste père/fille.

Mots clés

Intersubjectivité, lien, jeu, trans-générationnel, constructions.


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Summary

 

«For a recreational family psychoanalysis.» The author presents the various trends of inter-subjectivity and then compares them with the theory of the psychoanalytical family therapy (PFT). He notices that these authors do not work with neither groups or families, which limits their practice and deprives them of an essential view needed to seize the inter-functioning, and the repercussions of trans-generational processes. He thinks that the session’s transitional area should be redefined as a place of conflict where the subjects of the link can be recognized as distinct entities and not only as a place for exchanges between psyches in what they have in common. Thus play appears in a family session as a new and original production of this inter-subjectivity, facilitating access to the repressed material. Collective play becomes a mean of blossoming for the group psyche, creativity and recreation. The family induces thoughts and representations which it does not manage to link up, even to configure. From this, the therapists link, weave, rebuild. They are permanently working, their identity even being modified. The author presents the case of a psychoanalytical therapy of a family where a father/daughter incest occurs.

Key words

Inter-subjectivity, link, play, trans-generational, constructions.