
Editorial Académica Española
2020
El libro de Irma Morosini alrededor de la clínica en terapia familiar psicoanalítica consta de trece capítulos que alternan la teoría y la clínica, lo que permite que el lector vea al terapeuta trabajando desde el interior de su práctica.
La autora pertenece a la generación de psicólogos argentinos en que la Asociación Psicoanalítica Argentina sólo admitía médicos en la formación. Esto llevó a Irma Morosini a construir su carrera académica por fuera de la Asociación Psicoanalítica Argentina, accediendo a una corriente pionera del psicoanálisis en donde el cuerpo, la familia, lo social y la cultura son el contexto de base para la construcción psíquica.
Se forma con una eminente psiquiatra argentina, la Dra. Telma Reca, que marca el inicio de su trayectoria; y con otros colegas de orientación psicoanalítica que abrieron nuevos horizontes sobre la comunicación inconsciente, como el doctor David Liberman.
Su trabajo en el campo grupal de la psicoterapia infantil va dando consistencia a su quehacer clínico, así como su experiencia en el Hospital Ramos Mejía, en el servicio de la Dra. Blanca Montevechio, donde inicia un trabajo paralelo entre Grupos de Niños y Grupos de Madres.
Psicoanalistas remarcables de orientación grupal y psicodramatistas, en el marco de la Asociación de Grupos de Buenos Aires, completaron esta etapa de su formación.
El conjunto de su producción científica se ve también sostenida por su grupo familiar de origen y la familia numerosa que ella llega a constituir de manera temprana.
El primer capítulo describe las condiciones para “ser” familia en sus relaciones filiativas y afiliativas, así como en la relación con los grupos sociales que operan en la construcción psíquica de los sujetos. Los aportes de Piera Aulagnier, Didier Anzieu, Esther Bick, D. Houzel, René Kaës, Donald Winnicott constituyen los hilos conductores de este capítulo sobre la fundación de la memoria vincular. Los aportes de la genealogía y la cultura completan la inscripción de los registros primarios de intercambio.
El segundo remite al proceso vincular como vehículo de transmisión entre las generaciones. Autores como Evelyn Granjon, Haydée Faimberg permiten comprender los avatares del proceso de transmisión en los niveles del análisis vincular. Otra línea de análisis sobre los procesos identificatorios, provenientes del psicoanálisis de las escuelas argentina, francesa e inglesa, van abriendo camino hacia la concepción de aparato psíquico vincular.
Marcos Bernard aporta una contribución fundamental: la teoría grupal del psiquismo es la línea directriz que porta la capacidad potencial transformadora del vínculo.
Al abrir el tercer capítulo, la autora nos introduce en el trabajo diagnóstico y el trazado de las estrategias terapéuticas posibles a partir de la escucha psicoanalítica.
La escuela de Budapest, liderada por Ferenczi, y los trabajos de investigación de Serge Tisseron nos conducen a la clínica de Dingo, un niño de 7 años asediado por bronquitis sucesivas, lo que hace que la familia consulte.
El lector se sumergirá en el trabajo exploratorio que permite progresivamente significar el sufrimiento de este niño en el contexto vincular, lo que lleva a introducir estrategias terapéuticas dirigidas al grupo familiar en su conjunto.
Desde esta perspectiva, el capítulo cuarto sitúa el concepto de las formas primitivas de identificación vincular observables a partir de la vida cotidiana, introduciendo las diferentes formas identificatorias, investigadas por la escuela inglesa, americana, húngara y francesa.
La genealogía de estos conceptos claves ha permitido significar las observaciones clínicas de los primeros momentos de vida.
Siguiendo este recorrido, los diferentes dispositivos terapéuticos abren al capítulo cinco, que permite pensar los escenarios terapéuticos destinados a acoger los traumatismos, que tienen generalmente su escenario en el cuerpo. Son clásicas las consultas de las madres enviadas por los pediatras. Irma Morosini nos describe las etapas de las consultas, el trabajo con la pareja conyugal y el rastreo de la historia de cada cónyuge, lo que contribuye a completar la tarea de significar la psicopatología infantil.
El sexto se centra en dos ejes vinculares: la filiación paterna y en el vínculo de filiación fraternal, en sus dimensiones verticales y horizontales. Estas tramas vinculares dan acceso a la génesis de la “terceridad”, que amplía la noción clásica del complejo edípico como centro del análisis vincular. Referencias teóricas y clínicas nos permiten ahondar los contratos narcisísticos primarios y secundarios, en la medida en que los hermanos son un vínculo intermediario entre la familia y el grupo social.
El mecanismo de “interfantasmatización” como proceso defensivo compartido por la familia, introducido en el capítulo séptimo, es el nudo central que articula la circulación de la comunicación familiar y de las investigaciones actuales. Este punto toca de lleno la diferencia entre la concepción de fantasma, que funda el psicoanálisis, y la de interfantasmatización, que funda la comprensión del inconsciente vincular para la escuela francesa.
Este capítulo es de una gran riqueza, ya que Irma Morosini desmenuza conceptualmente estas nociones, partiendo del trabajo de Laplanche y Pontalis, incluyendo también la perspectiva crítica de autoras argentinas, como L. Edelman y D. Kordon. La escuela lacaniana aporta una nueva perspectiva, diferente a la de la escuela kleiniana. Pero son dos psicoanalistas, Nicolás Abraham y María Torok, los que descubren la noción central de “incorporación”, que ha abierto las puertas a la conceptualización de la transmisión transgeneracional. Esto ha hecho posible que la escuela francesa desarrolle nociones en relación con el negativo y los blancos en la simbolización en la transmisión de traumatismos.
Con los capítulos octavo y noveno entramos en un tema trabajado particularmente por la escuela francesa, relativo al secreto familiar. La autora retoma la genealogía de estos conceptos introducidos por la noción de espacio vital de Kurt Lewin. Resulta original que Irma Morosini recurra al autoanálisis de su propia historia familiar para cerrar este capítulo sobre los secretos. Esta clínica de la transparencia nos pone en evidencia la articulación entre el trabajo clínico y el trabajo interminable de auto – análisis de los psicoanalistas.
El capítulo 10 sitúa el nudo central del trabajo del terapeuta familiar, que lleva a cabo un trabajo de investigación progresivo para abrir las puertas a la emergencia de pactos denegativos familiares inconscientes. El autor nos va mostrando cómo, apoyada en su contratransferencia, al respetar el timing marcado por el proceso vincular defensivo, va desanudando los caminos de la historia familiar, tejidos por las alianzas inconscientes.
En continuidad con el capítulo anterior, el lector va a ser testigo del profundo dolor familiar, resultante de duelos no elaborados, que dan como resultado relaciones culpógenas que se ponen de manifiesto en el escenario familiar.
Al cerrar este libro, la autora profundiza el concepto de complejo fraterno, dando consistencia a la riqueza de este vínculo, desde donde el humano se subjetiviza. El pasaje del apego indiferenciado al extraño permite salir de la relación al otro, como si fuera un doble de sí.
El último capítulo está centrado en la técnica de la terapia familiar: el lugar del equipo y las diferentes mediaciones culturales,- que operan como intermediadores terapéuticos- nos permiten apreciar la plasticidad clínica, la creatividad y la síntesis de la formación pluridisciplinaria de la autora.
Ésta reutiliza diferentes recursos técnicos, para entrar en contacto con las familias, y su experiencia en el campo de la clínica infantil constituye ua arma maestra en la escucha de la clínica vincular.
Ha sido para mí un gran placer la lectura de este libro. Le deseo al lector interesado en la clínica vincular que pueda apropiárselo, apoyarse en él y continuar dialogando con el autor.
Rosa JAITIN
Lyon, 14 de abril 2021